La obesidad, que está alcanzando número de epidemia en todo el mundo, se ha definido ya como una «patología multifactorial evitable». Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el problema no sólo afecta a la población adulta de los países desarrollados. En países en desarrollo como Sudáfrica coexisten, sorprendentemente, la malnutrición y la obesidad. En el mundo, más de 22 millones de niños menores de cinco años son obesos o tienen sobrepeso. De ellos, 17 millones viven en países en de desarrollo.
La opinión científica, tanto nacional como internacional, coincide en reconocer que la obesidad se está convirtiendo en uno de los problemas de salud pública más preocupantes del momento, sobre todo si se tiene en cuenta su alta prevalencia y su evolución ascendente. Los datos más completos sobre la evolución de la obesidad en el mundo son los del Proyecto Monitoring of trends and determinants in Cardiovascular diseases study (Proyecto MONICA), que indican que la prevalencia de la obesidad en la mayoría de los países europeos ha aumentado entre un 10% y un 40% en los últimos 10 años; entre un 10% y un 20% en los hombres y entre un 10% y un 25% en las mujeres. Con el firme propósito de combatir esta tendencia, la Asamblea Mundial de la OMS aprobó en mayo de 2004 la Estrategia Mundial sobre Régimen Alimenticio, Actividad Física y Salud y pidió a todos los países que desarrollaran esta Estrategia en el ámbito nacional. De no ser así, «la epidemia de la obesidad puede llegar a colapsar un sistema de salud en cualquier parte del mundo», reconoció entonces Catherine Le Galès-Camus, subdirectora general de la OMS para Enfermedades No Transmisibles y Salud Mental.
En España, uno de los países con una prevalencia más alta de obesidad en el conjunto de la Unión Europea, según reconoce el Ministerio de Sanidad y Consumo, esta Estrategia ha quedado reflejada, desde enero de 2005, en la Estrategia NAOS (Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad). En ella se hace un análisis de la obesidad desde un punto de vista multifactorial y multisectorial y se recomienda un vasto conjunto de cambios en todos los planos, tanto nutricional, como educacional e industrial. Entre las principales acciones de esta Estrategia se incluirán la modificación de la composición de los alimentos para reducir su contenido en grasas, azúcar y sal; la edición de guías nutricionales y la promoción de la actividad física; y acciones como la evaluación de las comidas y bebidas disponibles en los centros escolares, tanto en comedores como en máquinas expendedoras. La aprobación y puesta en práctica de estas acciones pretende acabar con la tendencia de esta enfermedad, que afecta al 39% de los adultos y al 16,1% de los niños de entre 6 y 12 años. Para Elena Salgado, ministra de Sanidad, «esta alta tasa de obesidad infantil tiene una enorme importancia puesto que predice, en parte, la obesidad que nos espera en los próximos años, con las repercusiones negativas de toda índole que ello va a tener sobre las cifras de enfermedades asociadas y de mortalidad»
Los hábitos y sus consecuencias
Actualmente se consumen más calorías de las necesarias, se realiza poca actividad física y se han abandonado dietas tradicionales más equilibradas
El cambio de hábitos alimenticios, como optar por dietas poco saludables y el abandono de la actividad física, son algunas de las principales causas de estas cifras. Según datos de Sanidad, actualmente se consumen más calorías de las necesarias, en total un 19% más, y no se realiza ninguna actividad física suficiente para quemar este exceso. Además, el abandono de hábitos alimenticios como los que constituyen la base de la dieta mediterránea han provocado un fuerte desequilibrio. Así lo demuestran los últimos estudios realizados, que confirman que sólo el 50% de la población española tiene unos hábitos alimentarios saludables; cerca del 40% apenas cumple algunos aspectos básicos de las recomendaciones nutricionales para la población, y un 10% no las siguen. Según la ministra de Sanidad «la comida principal del día se realiza fuera de casa», y cada vez más se opta por comidas fáciles de preparar y rápidas de consumir. En la mayoría de los casos, estas comidas «no siempre son equilibradas desde un punto de vista nutricional».
Uno de los estudios más recientes, realizado por expertos de la Universidad de Navarra, concluye que el tipo de grasas que se ingiere también puede predisponer, o prevenir, al desarrollo de la obesidad. El trabajo, titulado Regulación de la expresión y secreción de leptina y de otros genes relacionados con la obesidad por nutrientes: Mecanismos moleculares implicados, confirma que la ingesta de grasas saturadas parece inducir el desarrollo de obesidad, mientras que los ácidos grasos poliinsaturados, procedentes de los aceites de pescado, parecen prevenir y mejorar tanto la obesidad como la resistencia insulínica. Patricia Pérez Matute, responsable del estudio, ha estudiado el efecto del ácido graso eicosapentaenoico (EPA), uno de los ácidos grasos poliinsaturados Omega-3, sobre la leptina, un gen implicado en la regulación del peso corporal.
La opinión científica confirma que las características más estrechamente asociadas con el aumento de la obesidad en todo el mundo son las dietas altas en grasas y excesivamente energéticas, y el sedentarismo. El incremento más alarmante de obesidad se ha producido en el Reino Unido, según reconoce el Consejo Europeo de Información sobre Alimentación (Eufic), donde casi dos tercios de los hombres y la mitad de las mujeres padecen exceso de peso u obesidad. Actualmente, uno de cada cinco niños y una de cada cuatro chicas tienen sobrepeso. En consecuencia, aumenta también el riesgo de enfermedades, como la diabetes de tipo 2, la que está más ligada a la obesidad, enfermedades cardiovasculares, respiratorias, algunos tipos de cáncer y problemas psicológicos.
Para acabar con esta tendencia, los expertos reclaman la participación activa de muchos colectivos, como gobiernos, profesionales de la salud, la industria alimenticia y los consumidores. Esta responsabilidad compartida debe potenciar las dietas saludables bajas en grasas y altas en carbohidratos complejos.
Una de las últimas apuestas científicas para el control de las enfermedades relacionadas con la ingesta de alimentos es la nutrigenómica, o alimentación individualizada. Esta disciplina permite conocer los nutrientes presentes en los alimentos que ingerimos y que regulan los procesos metabólicos e intenta profundizar en las relaciones entre alimentos y enfermedades.
Esta nueva aproximación busca respuestas a preguntas como qué componentes de la dieta tienen efectos beneficiosos, cómo, dónde y cuándo se producen estos efectos, cuál es la relación entre riesgo y beneficio de estos nutrientes o qué necesidad tenemos de comer nuevos alimentos para prevenir la aparición de enfermedades cardiovasculares o la diabetes. En Europa, la genómica funcional cuenta con una red de investigación financiada por el VI Programa Marco de Investigación de la Unión Europea y coordinada por Andreu Palou, de la Universidad de las Islas Baleares. Los expertos aseguran que los alimentos, combinaciones complejas de diversidad de nutrientes, pueden influir en la expresión de los genes humanos.
A pesar de todo, y debido a la juventud de la disciplina (lanzada en 2002), los expertos han pedido precaución a la hora de implantarla. Así, investigadores de la Unidad de Estudios Estratégicos de la Fundación Genoma España concluyen que aún es arriesgado sacar conclusiones de las dietas que pueden ir bien o mal para una persona, debido especialmente al hecho de que la actividad genética es compleja y su interacción con factores externos todavía desconocida.