La lechuga, como la mayoría de las verduras, contiene gran cantidad de agua. Pero una vez que se recolecta, empieza a perder humedad. En ocasiones, en lugar de tener hojas tiernas y crujientes y de un color brillante, al no tener tanta frescura sus bordes muestran una apariencia quemada o manchada. Si bien este aspecto oscuro no guarda relación con problema alguno que pudiera causar intoxicación alimentaria, sí deben desecharse estas partes. Este artículo explica cómo almacenar una lechuga para evitar el ennegrecimiento de sus hojas y qué motivos implicarían un riesgo para la salud, más allá de la apariencia.
El almacenamiento de la lechuga debe favorecer la frescura de las hojas. Pero cuando esto no es así, el agua que contienen puede evaporarse y es entonces cuando empiezan a mostrar un aspecto poco atractivo: se marchitan y, en los casos más extremos, la evaporación es tan alta que en los bordes aparecen zonas oscuras (debido a que el agua se volalitiza, las paredes celulares pierden rigidez). Los bordes de las hojas comienzan a adoptar un color marrón, porque se produce una oxidación provocada por el viscosidad. Entonces puede ser que hayan empezado a acumularse bacterias.
El almacenamiento, clave para evitar el deterioro
Uno de los factores que más influyen en el buen mantenimiento de la lechuga es la forma de almacenamiento. Las hojas son muy vulnerables al deterioro y al marchitamiento, por lo que es primordial asegurar que permanecen frescas y tersas hasta que se consumen. Una de las partes más complicadas al guardarlas es conservar un nivel adecuado de humedad. Un exceso las deteriora de manera más rápida y, además, produce mayor gas etileno, lo que acelera la descomposición. Si, en cambio, falta humedad, estas pueden secarse con más rápidez.
Uno de los factores para el buen mantenimiento de las lechugas es mantener un nivel adecuado de humedad
Uno de los modos más efectivos de almacenar la lechuga es envolviéndola con papel humedecido, lo que permite que se absorba el exceso de agua sin que las hojas lleguen a deshidratarse. También es posible recuperar el aspecto fresco de las hojas rehidratándolas de nuevo, por el efecto conocido como ósmosis.
Es recomendable lavar la lechuga en el momento previo a su consumo; si no se gasta toda, se puede mantener en la nevera de uno a dos días. Para lavarla, primero se retiran las hojas en mal estado o dañadas, se corta el tallo y se separan las hojas y, después, se sumergen en agua con unas gotas de vinagre o lejía para uso alimentario con el fin de eliminar restos de tierra y suciedad. Las hojas pueden dejarse en remojo unos cinco minutos, no más, ya que podrían perder algunas de sus propiedades. Cuando se sacan del agua, es preferible hacerlo hoja por hoja y escurrirlas bien. El agua que queda en el exterior invita a la aparición de bacterias, por tanto, es muy importante que no se acumule. No es recomendable aliñarlas hasta que no se tenga intención de comerlas, ya que se vuelven mustias en poco tiempo.
Más allá del aspecto
Cuando pierden humedad, las verduras frescas en general se marchitan y se vuelven blandas. Si no se rehidratan en poco tiempo, el problema puede ser mayor, ya que aparecen hongos y bacterias que aceleran el proceso de putrefacción y causan cambios químicos en el alimento.
En productos frescos como las frutas o las verduras, las tres prioridades en materia de seguridad alimentaria son patógenos, virus y residuos de pesticidas. Si bien la probabilidad de que se produzca una intoxicación por el consumo de fruta o verduras crudas es muy baja, debe tenerse en cuenta que el riesgo cero no existe.
Salmonella y E.coli son dos de los patógenos que pueden contaminar frutas y verduras.
También los virus pueden ocasionar enfermedades vegetales. Para impedirlo, es importante prevenir y evitar los agentes que originan la infección, como pulgones y ácaros. Los síntomas en las plantas dependerán del hospedador, de factores ambientales y de si hay enfermedades causadas por otros agentes fitopatógenos. Para prevenir los virus es importante primero identificarlos e impedir la infección de la planta.
Otro riesgo son los fungicidas, herbicidas o insecticidas que se usan para proteger las plantas de posibles enfermedades. Su empleo está sometido a estrictas condiciones para evitar restos en los alimentos de manera que no puedan poner en riesgo la salud de los consumidores.