Detrás de una bolsa de gominolas o de un puñado de chucherías casi siempre hay un niño sonriente que disfruta masticando azúcar coloreado y de diversos sabores, pero no todo termina ahí. A veces, los consumidores, incluso compulsivos, de este tipo de productos son adultos. En esos dulces con nombres o formas tan apetitosos como jamones, plátanos, huevos y moras hay azúcares, jarabe de glucosa, agua, gelatina, aromas, colorantes y otros ingredientes con los que se elaboran las gominolas coloreadas. Si en lugar de estar cubiertos de azúcar brillan al modo de regalices y fresas es porque en su elaboración se han utilizado aceites y ceras. Pero ninguno de estos ingredientes son necesarios o provechosos para la dieta, ya que hay alimentos que aportan esos nutrientes en proporciones más equilibradas que las de las chuches. De manera que cada vez que se premia a los niños con un puñado de chucherías se incorpora a su organismo una dosis de azúcares y aditivos que no tiene consecuencias negativas directas para su salud pero que, en lo que respecta al azúcar, por su vinculación con la obesidad y la caries, deben consumirse sólo en ocasiones y con moderación. En cuanto a los aditivos, no tienen por qué causar problemas ya que antes de ser autorizados han sido testados, pero siempre que se pueda es mejor evitarlos. Consumir golosinas con frecuencia o en grandes cantidades es un hábito poco saludable porque propicia malas digestiones e hinchazón abdominal, y se asocia también a las infecciones de hongos, bacterias y parásitos que, a su vez, generan una mayor ansiedad por ingerir azúcares. El abuso de dulces predispone, además, a la obesidad, a la diabetes, a la caries y a los problemas cardiovasculares.
Una bolsa de chuches, la mitad de las calorías del día
Tras comprobar cuáles son los ingredientes con los que se elaboran las golosinas -glucosa, dextrosa, jarabe de caramelo, colorantes, acidulantes potenciadotes del sabor y gelificantes, aceites y ceras – el comentario dietético es rotundo: las golosinas carecen de interés nutricional, son del todo prescindibles en la dieta. Y su consumo continuado no es conveniente porque aportan muchas calorías (de 320 a 360 calorías cada cien gramos), azúcares (entre 70 y 80 de cada 100 g son mero azúcar) y un rosario de aditivos. Una generosa bolsa de chucherías, de esas de domingo y fiestas de guardar, aporta a los niños la mitad del azúcar que necesitan para todo el día. Los fabricantes de golosinas no están obligados a indicar en la etiqueta el total de azúcares de su producto, por lo que en muchos casos esta información no está al alcance del consumidor.
Los niños de entre 4 y 10 años necesitan una dieta de unas 1.800 calorías, y lo adecuado es que el aporte de azúcar represente entre el 10% y el 18% del valor energético total de esa dieta. Ello supone un máximo de 340 calorías por día provenientes de azúcares, que corresponden a 85 g (1 gramo de azúcar aporta 4 calorías; si el gramo es de grasa, son 9 calorías). Esta cantidad máxima de azúcares incluye el azúcar utilizado como edulcorante pero también el que contiene alimentos y productos como frutas, zumos, galletas, cereales, refrescos, bollos. El azúcar es imprescindible para el funcionamiento de nuestro organismo, pero una alimentación normal es suficiente para proveernos del azúcar necesario.
El problema, incluso en quienes no comen golosinas, suele ser el exceso de azúcar y no al contrario. Cuando se digiere el azúcar, el organismo logra el equilibrio químico y atrae ciertos nutrientes, como los minerales magnesio y fósforo y las vitaminas del grupo B. Pero un exceso de azúcares origina deficiencias orgánicas de estos nutrientes, deteriora la energía vital y causa apatía, fatiga y debilidad muscular. Inhibe, además, la capacidad de los glóbulos blancos (leucocitos), que son parte de las defensas del organismo, para hacer frente a las bacterias. Y demasiado azúcar favorece, asimismo, los catarros e infecciones y la aparición de la caries: las golosinas pegajosas quedan adheridas a los dientes y las bacterias de la boca transforman sus azúcares en ácidos que deterioran el esmalte dental; es por ello que se insiste en la necesidad de cepillarse los dientes después de comer chucherías.
Colorantes y alergias
En las gominolas y otros productos coloreados como los ‘flashes’ (polos de hielo), los aditivos colorantes tiñen los azúcares. En los aperitivos salados como gusanitos y similares colorean la harina, la grasa y la sal. Y la mayoría de estos colorantes son artificiales. Entre ellos figuran los azoicos, que pueden dar lugar a reacciones adversas en individuos predispuestos. Algunos son capaces de desencadenar ataques de asma en niños con este problema y reacciones alérgicas cutáneas en personas hipersensibles. Se incluyen en este grupo la tartracina (E102), amarillo de quinoleína (E104), amarillo anaranjado S y amarillo ocaso FCF (E110), azorrubina o carminosina (E122), rojo cochinilla A (E124), rojo allura AC (E129) y azul patente V (E131). No obstante, el nivel de colorantes de las golosinas no es tan excesivo, aunque por sus llamativos tonos parezca lo contrario. Un niño de 15 kilos de peso que consuma cien g de chucherías alcanzaría como mucho sólo el 10% de su dosis diaria admisible. Por tanto, el de los aditivos (salvo el caso de los consumidores hipersensibles antes citado) no es un problema nutricional importante de las chucherías, que sí el del azúcar.
Chucherías sin azúcar
La mejora de la calidad nutricional de las golosinas es un gran reto para la industria de estos productos, que es consciente de que los consumidores están cada vez más concienciados de que la dieta saludable y equlibrada es uno de los fundamentos de la salud. Caramelos y chicles sin azúcar fueron el inicio (hoy se habla incluso de golosinas con propiedades funcionales -pensemos en chuches enriquecidas en omega 3 o calcio- pero eso aún está por verse) han marcado las distancias, al conseguir que el niño o adulto disfrute de un dulce sin preocuparse por el exceso de calorías que le supone ese consumo. Los “edulcorantes de volumen” o “polioles” proporcionan un intenso sabor sin incorporar apenas calorías. En este grupo se incluyen el sorbitol, manitol, isomalt, maltitol, lactitol y xilitol. La Asociación Española de Dietistas Nutricionistas (AEDN) ha desvinculado estos caramelos y chicles sin azúcar de su tradicional relación con la obesidad y la caries. Pero tienen un punto flaco : edulcorantes como sorbitol y xylitol, en grandes cantidades, pueden provocar dolores abdominales y diarreas, debido a su efecto laxante.
Atención, abuelos
[Extraído de Escuela de Prevención de la Obesidad Infantil] Los abuelos han de poner también de su parte en la nutrición de los más pequeños, y por mucho que quieran ver felices a sus nietos en los momentos que comparten con ellos, no deben decir “sí” a todo. Han de evitar, por ejemplo, que se conviertan en malos y caprichosos comedores. Padres y abuelos han de saber que bollos, galletas, chucherías y refrescos azucarados no deben consumirlos los niños (y tampoco los mayores) con frecuencia. Hay que predicar con el ejemplo y es muy interesante llegar a un acuerdo con los niños para que reserven este consumo para ocasiones especiales. Es importante que lo comprendan y asuman; si no, muchos de ellos acabarán comiendo estos productos a escondidas o en lugares y momentos en que sus padres y abuelos no los vean. Recordemos que:
- Las chuches tienen demasiado azúcar, además de muchos aditivos, entre otros aromas, colorantes, saborizantes. Y son una bomba de calorías.
- No pueden complementar platos ni, menos aún (y aquí entran también bollos, galletas y similares) sustituir un plato o una comida.
- Consumidos con frecuencia o en grandes cantidades, causan problemas: quitan apetito a los niños, y promueven la caries y el exceso de peso.
- Hay que enseñarles a los peques que reserven las chuches para días y momentos especiales. Aunque no lo parezca, disfrutarán más de ellos que si los comen cada día. Y los asociarán con el día de descanso o fiesta y con el premio, es decir, con cosas positivas e, importante, ocasionales.