Están en todas partes: máquinas expendedoras, tiendas de alimentación, gasolineras… Patrocinan conciertos y competiciones deportivas. Transmiten la sensación de que contienen energía extra y de que, al beberlas, mejoraremos nuestro rendimiento y desempeño en lo que nos hayamos propuesto hacer, desde salir de fiesta a practicar deporte o estudiar para un examen. Las llamadas bebidas energéticas son el sueño de cualquier fabricante: un producto que sirve para casi todo y que, por tanto, se vende muy bien. Pero ¿qué contienen estas bebidas? ¿Por qué generan tanta polémica? ¿Qué impacto tiene en nuestra salud consumirlas? Analizamos estas cuestiones en el siguiente reportaje.
El consumo de bebidas energéticas se ha disparado en los últimos años. En la actualidad, siete de cada diez adolescentes las toman (muchos de ellos, casi a diario) y más de la mitad las mezcla con alcohol. Y no solo eso: también las bebe uno de cada cinco niños en edad escolar y, en el 16 % de los casos, a razón de casi cuatro litros al mes.
La presencia creciente de estas bebidas en la vida cotidiana y, sobre todo, su consumo cada vez más habitual en edades tempranas, genera preocupación dentro y fuera de España. Hace ya cuatro años, Lituania se convirtió en el primer país europeo en prohibir la venta de bebidas energéticas a menores de 18 años. El Reino Unido se plantea seguir ese camino. Allí, el conocido chef Jamie Oliver ha lanzado una campaña en Twitter (donde tiene más de siete millones de seguidores) para que se prohiba su consumo a los menores de 16 años, y tres cadenas de supermercados se han apuntado a la iniciativa. En España, la Comisión Mixta para el Estudio del Problema de las Drogas del Congreso de los Diputados presentó en 2013 una propuesta similar. De momento, sin resultados.
¿Por qué generan tanta polémica las bebidas energéticas? ¿Qué contienen? Un repaso por su etiquetado nutricional nos da la respuesta: cafeína y azúcar en cantidades ingentes. Para situarnos: una lata de medio litro contiene 160 mg de cafeína (igual que tres tazas de café) y más de 55 g de azúcar, lo mismo que 40 galletas María. Por tanto, no es la taurina ni la guaraná ni el ginseng; de todo lo que hay dentro de una lata de bebida energética, el azúcar y la cafeína son los ingredientes que más preocupan a los investigadores, los nutricionistas y los médicos.
El dato más amargo
El pediatra y escritor Carlos Casabona explica que, a corto plazo, el exceso de azúcares puede provocar fermentación en el colon, gases, distensión abdominal y retortijones. Pero lo más grave viene después, con el consumo sostenido de productos azucarados. «A medio y a largo plazo, la diabetes de tipo 2 está servida por agotamiento del páncreas, que deberá segregar insulina a dosis masivas y con una frecuencia muy elevada», resume. Y no exagera: según las cifras que maneja la Fundación para la Diabetes, casi el 14 % de la población española mayor de 18 años padece esta enfermedad, estrechamente relacionada con la dieta y el estilo de vida.
- «Las bebidas energéticas generan dependencia»
Entre las personas que toman bebidas energéticas, alrededor del 15 % presentan un «consumo crónico alto» (4-5 veces a la semana, o más) y un «consumo agudo alto» (más de un litro cada vez). Gran parte de ellas son adolescentes y niños. Los datos se desprenden de un riguroso informe realizado en 2013 por la EFSA, la máxima autoridad europea en seguridad alimentaria. Y, aunque la foto pueda parecer antigua, no ha perdido ni un ápice de vigencia. Estudios posteriores refrendan ese panorama e incluso señalan un empeoramiento: hoy compramos más bebidas energéticas que entonces.
¡Atención a la cafeína!
Con estos niveles y frecuencia de consumo, el otro ingrediente, la cafeína, también representa un problema. Ingerirla en exceso puede provocar diversos trastornos, que van desde el insomnio y el sueño de peor calidad hasta palpitaciones cardíacas y alteraciones de la tensión arterial. La cafeína es una sustancia excitante, una molécula que estimula el sistema nervioso, disminuye la sensación de somnolencia y restaura de manera temporal nuestros niveles de alerta. No es mala para la salud, pero una cosa es tomar un par de cafés y otra, beber en un rato el equivalente a seis tazas.
Para José Manuel López Nicolás, doctor en Ciencias Químicas, investigador y divulgador científico, es igual de pernicioso consumir estas bebidas de manera regular o hacerlo puntualmente en grandes cantidades. «Con esa concentración de cafeína y azúcar, ambos supuestos son negativos y devastadores para la salud», enfatiza. Y, si se mezclan con alcohol (algo que hacen el 56 % de los adultos y el 53 % de los adolescentes), los riesgos se multiplican. Los estudios son contundentes: la ingesta de altas cantidades de cafeína reduce la somnolencia, pero disminuye los efectos del alcohol, lo que mantiene al individuo despierto por más tiempo y le da la oportunidad de continuar bebiendo.
¿Y qué pasa con los ingredientes estrella, como la taurina, el ginseng o la L-Carnitina? Sorprendentemente, nada. Ninguna de estas moléculas sirve para aumentar nuestro rendimiento, concentración, vigilia o energía. «No existe evidencia científica acerca de su efectividad ante el cansancio», apostilla López Nicolás.
Lo que sí funciona -y, de hecho, está presente en todas las bebidas energéticas- son las vitaminas del grupo B. La vitamina B6, la B12, la niacina o el ácido pantoténico sí han demostrado disminuir el cansancio y la fatiga e influir de manera positiva en el metabolismo energético normal.
En otras palabras, el efecto estimulante de las bebidas energéticas no deriva de las sustancias exóticas que se utilizan como reclamo publicitario, sino de estos macronutrientes y de la cafeína, presentes en alimentos y bebidas de lo más cotidianos. De hecho, podríamos conseguir un efecto similar con un par de cafés y una tortilla de sardinas con bastante huevo y pimentón.