Uno de los elementos básicos para la vida de las plantas es el agua. La mejor agua de riego es la de lluvia, siempre y cuando se haya liberado de la polución, aunque también el agua destilada mezclada con agua del grifo puede ser válida para las plantas más delicadas.
La cantidad de agua a proporcionar depende de varios factores: de la misma planta, del tipo de suelo y su estructura, del sistema de riego, y de las condiciones ambientales. Algunas pinceladas sobre el riego en las diferentes estaciones del año:
-Primavera. A la salida del invierno conviene volver a regar suavemente las plantas, pero de manera comedida para no encharcar.
Además, la primavera es una época en la que indudablemente debe aumentar la cadencia de riegos, que habitualmente será de dos veces por semana. De todas formas, es aconsejable consultar en su fichero de plantas las necesidades de cada ejemplar.
Como la primavera es una estación en la que aún no hace mucho calor, es conveniente procurar que el agua de riego no esté excesivamente fría. Para ello la fórmula más acertada consiste en coger agua del grifo y dejarla reposar al menos 30 minutos para que se caldee y alcance la temperatura ambiente. De todas formas, siempre que se pueda, la mejor opción radica en la recogida de agua de lluvia para regar las plantas.
Asimismo, cuando se incremente la frecuencia y cantidad de riegos, es recomendable controlar que en los platos no quede agua porque, en el futuro, se podría dañar las raíces desarrollando moho y podredumbre.
-Verano. En esta época el aumento de temperaturas va a requerir un mayor abastecimiento de agua, de tal manera que la planta tenga unas condiciones favorables de humedad y no se deje secar la tierra.
-Otoño. En estos meses del año la frecuencia de riego y las cantidades deben de bajar ostensiblemente. Si no se cumple este requisito las hojas pueden adquirir un tono amarillo por exceso de humedad.
-Invierno. Es muy probable que en algunas de las plantas de nuestro jardín se deban suspender los riegos porque su especie así lo requiera. En el resto, la moderación será el punto de referencia, siendo muy recomendable dejar secar la tierra entre riego y riego.
Sea cual sea la época del año hay que tener presente que la mejor hora del día para regar es a primera hora de la mañana, cuando la incidencia del sol no es muy alta porque de lo contrario las gotas pueden actuar como una lente, provocando quemaduras en las hojas. Además, a primera hora del día, es el momento en el que la planta toma la energía para afrontar el resto de la jornada.
Problemas por exceso o falta de riego
Aparte para una planta el agua que se le proporciona a través del riego es lo que le da la vida. Puede darse el caso, que por desconocimiento o por descuido, se produzca un exceso o una escasez a la hora de regar las plantas.
Cuando una planta no se riega lo suficiente o se ha dejado demasiado tiempo entre riegos, la tierra se habrá secado demasiado. Al regar de nuevo en tierra muy seca no empapará bien el agua. El problema se podrá corregir si antes de regar se añade al agua del riego unas gotas de lavavajillas biodegradable.
También puede ocurrir el caso contrario, que se riegue en exceso. Cuando se produce tal circunstancia, la planta no crece porque a las raíces no les llega el oxígeno suficiente. Para evitarlo es conveniente regar con moderación, dejando un tiempo entre un riego y otro para que se seque la tierra. En caso de que la tierra conserve durante mucho tiempo la humedad, se puede mezclar arena o vermiculita para que drene y se seque antes.
Si se tiene previsto salir de vacaciones o estar ausente unos días de casa, y no existe la posibilidad de que alguien se encargue del riego de las plantas, una buena alternativa consiste en disponer una botella de plástico llena de agua y ligeramente enterrada boca abajo en la maceta. La propia tierra irá absorbiendo el agua que necesite.
Ahorrar y reciclar agua
Ahorrar agua no sólo resulta beneficioso para el medio ambiente, sino también repercutirá de forma positiva a la economía personal de cada uno. Los jardines grandes requieren una cantidad importante de agua para su riego.
La medida más sencilla que se puede adoptar para ahorrar consiste en no emplear agua del grifo para regar el jardín. El agua de la lluvia es perfectamente utilizable para el riego, si se recurre a un método para acumularla. Una forma sencilla reside en instalar un recipiente debajo de un tubo de bajada. Cada vez que llueva es conveniente retirar el líquido acumulado, guardándolo en bidones u otros recipientes de grandes dimensiones. Hay que matizar que no es recomendable acumular esa agua mucho tiempo sin usarla. Además, es importante que tanto el recipiente como el tubo estén limpios.
El agua del baño o del lavabo también puede ser reciclada. Eso sí, nunca debe utilizarse el agua que ha sido usada por el lavavajillas o la lavadora, ya que contienen detergente y puede ser peligroso para las plantas.
Una buena alternativa también puede ser aprovechar el agua del acuario o de la pecera para potenciar el crecimiento de jardín del hogar. Idéntica función con resultados muy similares también puede ofrecer el agua de un jarrón con flores.
Otro tipo de agua con el que se puede regar enriqueciendo, con sustancias beneficiosas, la tierra de las plantas radica en la que se emplea para cocer legumbres o verduras. Dicha agua contiene vitaminas y sales minerales que contribuirán positivamente en un mejor crecimiento del jardín.
Asimismo, otra manera de ahorrar agua es aplicar materia orgánica y una capa de mantillo al suelo. Este tipo de productos retienen la humedad del suelo, sobre todo en los que son arenosos.
En último lugar, para ahorrar agua en épocas de calor es conveniente cambiar las macetas a zonas sombrías, ya que las plantas requerirán una menor cantidad de líquido para su sustento.
Determinar la cantidad de agua necesaria
Para determinar qué cantidad de agua necesitan las plantas y con qué frecuencia es conveniente regarlas hay que observar varios factores. En primer lugar es aconsejable tener en cuenta qué tipo de planta es, a qué especie pertenece, ya que eso facilitará una idea inicial de la frecuencia de riego que requiere. También es importante el clima en el que se encuentra.
Pero estos dos factores, aunque vitales, resultan insuficientes para determinar con total seguridad las necesidades de agua que requieren los ejemplares plantados. Dos plantas de la misma especie colocadas en dos terrazas de una misma ciudad pueden requerir frecuencias de riego muy diferentes.
En general, cuando se adquiere una planta nueva es recomendable dedicar un poco de tiempo a observar cómo reacciona a los cuidados que se realizan. Resulta importante atender a las recomendaciones generales sobre las necesidades de la especie de la que se trate, aparte de estudiar su evolución. La aparición de moho, hongos, grietas en la tierra o los cambios de coloración, consistencia o turgencia en cualquier parte de la planta proporcionan una idea de que el procedimiento es erróneo. Ante la duda, es conveniente disminuir la cantidad de agua que se proporciona a la planta, ya que los daños por defecto de riego son muchísimo más sencillos de solucionar que los que causan los excesos.
Por ello, resulta importante estudiar la ubicación de la planta y determinar las fuentes de calor cercanas a ella y que pueden estar acelerando el proceso de evaporación del agua de los riegos. También es recomendable tener en cuenta el grado de humedad de la tierra, su permeabilidad y su capacidad de drenaje. No es conveniente fiarse únicamente por una mera impresión visual, ya que en ocasiones la capa exterior de tierra de la maceta puede estar seca mientras que las capas inferiores pueden estar tan encharcadas que los nuevos riegos perjudiquen más que beneficien.
Por este motivo es preferible recurrir a un pequeño truco que consiste en hacer un agujerito en la tierra con ayuda de un lapicero, teniendo siempre cuidado de no dañar las raíces de la planta. Al extraer el lápiz habrá que fijarse en si ha quedado mucha tierra adherida en él, ya que si es así significa que la tierra permanece húmeda y que el riego puede no ser necesario.
La época del año también influye necesariamente en las necesidades de la planta. Así, en invierno las necesidades nutritivas de la planta son mucho menores, por lo es recomendable espaciar los riegos.
Además de la ubicación actual de la planta, hay que tener en cuenta dónde va a estar colocada en el futuro. Si por ejemplo, se está cultivando un árbol en una maceta con la idea de trasplantarlo en el futuro en un monte o en un jardín en el que no pueda recibir un cuidado frecuente, resulta conveniente adaptar el ejemplar a las duras condiciones en las que vivirá en el futuro. Para ello es aconsejable separar los riegos lo suficiente, con el objetivo de prepararlo para la escasez de agua a la que puede enfrentarse en la naturaleza.
El viento y los aspersores
Por otro lado, el viento es un enemigo para todos aquellos elementos del jardín que incluyan agua o para cualquier actividad de riego. Prestando atención a esta última labor, el viento perjudica especialmente al riego por aspersión, ya que según la velocidad de éste, el agua dosificada por el aspersor puede acabar siempre en un mismo lugar, encharcando continuamente un área determinada.
También puede perjudicar la dirección que tome el viento. Así que para combatir esta acción meteorológica se pueden poner en práctica algunos consejos:
-Siempre que sea posible, el replanteo en triángulo es el más indicado.
-A mayor velocidad del viento, menor espaciamiento entre los aspersores.
-Dejar el riego para otro momento menos habitual como puede ser la noche.
-Es conveniente plantearse la colocación de más aspersores de menor alcance para que el riego sea realmente efectivo, si se trata de zonas en las que el viento ataca con fuerza habitualmente.
-Cuando los vientos excedan de los 25 kilómetros hora, es recomendable abandonar la idea de proporcionar agua al jardín.
Sirvan estas recomendaciones para que cada uno organice mejor el riego con aspersores de su jardín, especialmente cuando entra en acción el viento.