En muchas ocasiones el aficionado a la jardinería y la horticultura se pregunta si la tierra sobre la que planta sus flores y hortalizas es lo suficientemente fértil para que éstas se desarrollen con normalidad.
Las propias plantas son las que mejor juzgan la calidad de la tierra que se les ofrece. Si crecen vigorosas y no se ven afectadas por enfermedades o plagas, la calidad del sustrato será excelente.
Sin embargo, si las hortalizas presentan un color claro y amarillento, o bien crecen con lentitud, lo más probable es que el sustrato sobre el que se desarrollan tenga carencias de nitrógeno, que se deben solventar gracias a la ayuda de un abono rico en este mineral.
Asimismo, si las hojas de las hortalizas son demasiado verdes o las plantas crecen demasiado deprisa es posible que sea porque la turba tenga un exceso de nitrógeno, lo que aumenta las posibilidades de que aparezcan pulgones. Esto a su vez provocaría que las hortalizas fueran demasiado ricas en nitratos, lo que impediría su correcta conservación.
A pesar de que la tierra sea fértil, siempre es conveniente informarse de las necesidades de los ejemplares que se quieran plantar sobre ella, comprobar que el sustrato puede ofrecerles los nutrientes que necesita y añadirle fertilizantes, sobre todo en la época de crecimiento, cuando sus necesidades energéticas son mayores, o bien proporcionarles esas carencias minerales del terreno a base de productos químicos.
Los fertilizantes y productos antiplagas más eficaces son los líquidos, que pueden añadirse al agua de riego. Tienen la ventaja de poder llegar a todo el sustrato de manera rápida, aunque si queremos despreocuparnos podemos aplicarles abonos de liberación lenta en forma de pastillas. La desventaja de estos últimos estriba en que pueden llegar a nutrir únicamente las zonas cercanas al lugar en el que las pastillas fueron colocadas, lo que provocaría que las raíces del ejemplar se quemaran.