Ninguna mujer está libre de sufrir malos tratos en el ámbito familiar o a manos de su pareja. La variedad de perfiles de las víctimas y de los maltratadores hace difícil acotar los límites de un fenómeno que afecta a unos dos millones de mujeres en España. Unas y otros pertenecen a todas las categorías sociales y niveles económicos, aunque prevalezcan más en los ámbitos más desfavorecidos, donde escasean precisamente dos de los factores que mejor resultado dan a la hora, si no de evitar, sí de zafarse de la violencia doméstica, la educación y la independencia económica.
«Yo no me considero tonta y me ha pasado. Ninguna mujer está inmunizada». Elena Stoyanova, búlgara residente en España desde hace una década, 31 años, con estudios superiores, dominio de varios idiomas y experiencia como intérprete y traductora, aporta en su libro «Diario del miedo» el testimonio en primera persona del infierno del maltrato conyugal y representa, como tantas otras, la evidencia de que la sinrazón no entiende de clases sociales ni niveles de renta.
Aún así, cuanto más instruida y, sobre todo, cuanto más autosuficiente en el plano económico sea una mujer, más posibilidades tiene de salir con bien de este trago amargo; le es más fácil diagnosticar su problema y, sobre todo, es más libre de romper ataduras con el maltratador, sabedora de que se basta a sí misma para mantenerse.
A esta tesis se suman los autores del «Informe España 2002, una interpretación de la realidad social», de la Fundación Encuentros, a la luz de las estadísticas. «La educación es la variable que más modifica las actitudes y que tiene un papel más importante en la transformación del papel de la mujer, tanto en la esfera pública como privada», subrayan.
En España, el maltrato entre las mujeres con estudios universitarios (8,9%) es significativamente menor que en el resto de los grupos. Su incidencia aumenta en relación inversa al nivel educativo de la víctima, de suerte que afecta al 11,4% de las que han cursado estudios de bachiller superior o equivalente, al 13,4% de las que se quedaron en el bachiller elemental, y aún más, el 13,6% a las carentes de estudios o que cuentan con titulación primaria, según los datos del 2000 del Instituto de la Mujer.
Junto a este factor, otro destaca como elemento agravante o atenuante, según los casos, de la violencia de género. La dependencia económica de la mujer de los ingresos que aporta al hogar su pareja se convierte a menudo, a decir de los expertos, en una losa adicional a la espiral de miedo, angustia y pérdida total de autoestima en que se sumen las víctimas.
Relaciones desiguales
Carecer de trabajo o de recursos propios favorece unas relaciones desiguales entre los dos miembros de la pareja, de suerte que la dependencia económica «es la verdadera cárcel de muchas mujeres maltratadas», concluye el Informe, y supone un impedimento a la hora de recurrir a la separación y el divorcio para finiquitar una relación envenenada.
En porcentajes, la violencia doméstica se ceba con las mujeres dedicadas al hogar y la familia, que ofrecen una media del 61% de las maltratadas, frente al 30,8% de las ocupadas fuera del hogar, o el 8,1% que suman las paradas que buscan o no buscan trabajo.