El gobernador del Banco de España, Luis María Linde, advirtió hace unas semanas de que una inflación tan baja como la actual tiene aspectos positivos en relación con la moderación de salarios, ya que evita una gran pérdida de poder adquisitivo. Pero, es una dificultad para el proceso de desendeudamiento en el que está embarcado el país y para la recuperación económica. La bajada de los precios, ahora que muchas economías familiares están al borde del colapso, da un pequeño respiro a miles de ciudadanos. A lo largo e este artículo se desgranan los aspectos positivos de la inflación baja, pero también se indica cómo, a la larga, si la bajada de precios continúa puede traer consigo efectos muy negativos.
Pequeño balón de oxígeno
La inflación ha sido durante años uno de los peores enemigos de las economías europeas y los ciudadanos han sufrido sus efectos y han visto cómo con el dinero de sus salarios podían acceder cada vez a menos productos y servicios. La situación se agravó cuando comenzó la escalada de los precios del petróleo, un bien del que las sociedades occidentales son totalmente dependientes, y tuvo su punto álgido cuando el barril alcanzó los 147 dólares, su máxima cotización, en julio de 2008. Paralelamente, numerosos productos dispararon su precio, lo que obligó a un muchas familias a hacer juegos malabares para llegar a final de mes. A esto se le unió la subida de las cuotas de las hipotecas con lo que miles de economías familiares llegaron al colapso.
La tasa de inflación ha pasado de un 5,3% en el mes de julio a un 0,7% en febrero de 2009
Ahora la situación ha dado la vuelta. Los precios comenzaron a bajar a mediados de 2008 y la tasa de inflación ha pasado de un 5,3% en el mes de julio a un 0,7%(*) en febrero de 2009. Una de las causas de este desplome ha sido el descenso del precio del crudo, que se paga ahora a 44 dólares el barril. Arrastrado por esta bajada también ha disminuido el precio de productos considerados de primera necesidad. La caída de la inflación se ha dado tanto en España como en la gran mayoría de los países que integran la Unión Europea. De hecho, la inflación de la Eurozona se sitúa en el 1,1%.
Si estos dos factores -bajada de los precios del petróleo y de los alimentos- vinieran solos no habría que preocuparse demasiado, pues se consideraría un ajuste natural tras una inusual subida. Tendría, en este caso, consecuencias positivas para los consumidores, que contarían con mayor liquidez y podrían gastar más dinero y estimular así la demanda. También sería bueno para las empresas porque abarataría los costes de producción, algo que a su vez podría redundar en la bajada de los precios de los bienes que fabrican, e incluso la demanda se mantendría o podría llegar a crecer.
Pero no hay que olvidar la recesión que padecen las economías mundiales y en concreto la española. Muchos ciudadanos han perdido su puesto de trabajo y otros viven bajo la amenaza de un futuro laboral incierto. Por este motivo, el consumo se ha retraído y ha sido otro de los factores que ha colaborado en la bajada de precios. Es precisamente este elemento uno de los que más preocupa por su influencia en la inflación, ya que puede provocar que la caída de los precios sea más duradera. Aquí es donde aparece otro de los grandes fantasmas de la economía, el reverso de la inflación en su lado más oscuro: la deflación.
El peligro de la deflación
La deflación se entiende como una caída persistente y general de los precios. Aunque en principio parezca algo positivo -la idea de poder comprar más con el mismo dinero siempre es atrayente- es uno de los grandes miedos a los que se enfrenta la economía, pues supone adentrarse en una espiral de difícil salida para la que los economistas no tienen recetas efectivas. Los expertos no se ponen de acuerdo en si es posible que España sufra una deflación en los próximos meses, pero el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean Claude Trichet, ya ha advertido de que es una posibilidad que se baraja tanto para nuestro país como para el resto de la Unión.
Las consecuencias de la deflación para los trabajadores, las empresas y la economía en general serían nefastas. La espiral comienza con la bajada continuada y persistente de los precios. Esto crea unas perspectivas en los consumidores, que piensan que los productos pueden seguir bajando y, por tanto, prefieren esperar y gastar después su dinero. Es el proceso contrario al ocurrido con la adquisición de vivienda en los primeros años de esta década. Los ciudadanos veían que el precio subía y que quien compraba en ese momento no tenía que desembolsar después cantidades mayores.
Las expectativas de bajada de precios hacen que la gente no consuma y, por tanto, los productos creados por las empresas no se venden
Las expectativas de bajada de precios hacen que la gente no consuma y, por tanto, los productos creados por las empresas no se venden. Esto es muy negativo para la industria de un país porque la paralización de la demanda hace que, de nuevo, tengan que bajarse los precios para estimular la compra. Llegado este momento, la empresa ve reducidos sus beneficios y tiene que disminuir el número de productos que hacía. Algo similar se está viviendo actualmente en el sector del automóvil. Los ciudadanos no compran -por la crisis, por la falta de liquidez, porque no tienen financiación o porque se había llegado a una situación de consumismo poco razonable- y las factorías tienen que parar. Las empresas reaccionan haciendo reajustes y esto afecta, claro está, a las plantillas de los trabajadores, que son despedidos.
La espiral deflacionista continúa porque si hay elevadas tasas de paro la gente no consume, bien porque ya no tiene dinero o porque prefiere ahorrarlo ante el negro panorama que se presenta. Pero el problema no termina ahí. El círculo vicioso continúa porque, ante la nueva situación de desempleo masivo y parón de la demanda de productos, los precios siguen bajando lo cual trae consigo el cierre definitivo de numerosas empresas, que ya no pueden hacer frente a los gastos sin percibir apenas ingresos. El cierre supone una nueva oleada de despidos y una nueva restricción de la demanda en una complicada espiral de difícil salida.
Para evitar esta situación no hay demasiadas opciones de maniobra. Cuando no existía el euro cabía la posibilidad de devaluar la moneda, una alternativa que hoy en día no existe, pues la política monetaria depende de la Unión Europea. Algunos expertos apuntan al aumento de la inversión y el gasto público, principalmente con la actual coyuntura de desempleo, incertidumbre y paralización de la demanda.
(*) Datos del índice de Precios al Consumo Armonizado. Son datos adelantados por el INE, el IPC se conocerá el 12 de marzo
Los beneficiados por la baja inflación
No todo el panorama es tan negro. La caída de los precios tiene aspectos positivos. El continuo descenso de la inflación en la Unión Europea ha obligado al Banco Central a rebajar los tipos de interés una y otra vez. El 5 de marzo sufrieron un recorte de medio punto y alcanzaron el 1,5%, la tasa más baja de su historia, y se prevé que sigan bajando durante este año.
¿Cómo afecta esto a los consumidores? El descenso de los tipos de interés genera, a su vez, una bajada del Euribor con lo que los principales beneficiarios de esta medida son los millones de españoles que están pagando una hipoteca y que ven cómo las cuotas mensuales descienden notablemente, en una bajada similar a la espectacular subida que sufrieron el año pasado. Esto alivia, en parte, a las economías domésticas y podría servir para incentivar relativamente el consumo si no fuera por la cautela con la que ahora viven los españoles. Aunque no todos los titulares de una hipoteca se van a ver beneficiados por la rebaja del Euribor pues muchos de ellos, sin saberlo, tienen firmadas cláusulas en su contrato con el banco en las que figura un “suelo” y aunque el referencial europeo siga bajando, los consumidores no pagarán por debajo del porcentaje firmado.
El desplome de la inflación ha provocado la bajada de tipos y la reducción de las cuotas hipotecarias
También se ven favorecidos por el descenso de los precios los ahorradores, las personas que no han gastado su dinero durante la época de bonanza y ahora cuentan con un capital para poder gastar. Su dinero ahora “vale más” porque pueden adquirir más productos o comprarlos de mejor calidad. Sobre todo pueden beneficiarse si quieren adquirir bienes en determinados sectores como el inmobiliario o el automovilístico. Los precios de las viviendas han descendido considerablemente en algunas zonas, como las localidades costeras en las que proliferan las segundas residencias -aunque muchos posibles compradores aún esperan a que el precio se reduzca más-, y otro tanto ha pasado con los coches, donde las rebajas son continuas.
En una situación similar se encuentran aquellos que cuentan con un trabajo fijo. La inestabilidad laboral no les influye personalmente; disponen de un sueldo todos los meses -ya sea alto o bajo-, y pueden adquirir los productos más baratos, al contrario que les ocurre al resto de los trabajadores a quienes quizá les gustaría comprar tras la caída de los precios pero saben que pueden perder su empleo y tienen que dejar el consumo para más adelante, cuando la situación mejore.
La bajada de los precios, por tanto, puede ser muy beneficiosa para los consumidores siempre que se trate de una situación transitoria y pasajera fruto de un ajuste, como ha sucedido con la espectacular subida y actual reajuste del precio del petróleo y productos de primera necesidad. Lo mismo sucede con la bajada de los tipos de interés que arrastran al Euribor, porque favorece a gran parte de las familias españolas que hoy en día están pagando una hipoteca. Beneficia a los consumidores y puede incentivar la demanda de productos y servicios. El problema viene cuando el descenso de la inflación viene acompañado por una recesión, la destrucción de empleo y negras expectativas económicas porque, en ese caso, la bajada de precios es síntoma de que algo va mal en la economía de un país o de un grupo de Estados como la Unión Europea. Cuando el fantasma de la deflación planea sobre el futuro de una economía, los efectos que podría tener la bajada de precios para los ciudadanos y para el tejido empresarial son realmente perjudiciales y preocupantes.