Jugar es clave para el desarrollo de los niños, sobre todo en las edades más tempranas, y es recomendable hacerlo en compañía de los padres. Cuando los pequeños juegan agudizan sus sentidos -el tacto, la vista y el oído son básicos para ellos-, agilizan el movimiento de pies y manos, y fortalecen su capacidad mental y de concentración. Pero esta actividad no sólo debe ser un mero entretenimiento, sino que ha de cumplir dos objetivos: convertirse en uno de los principales hilos conductores del amor entre padres e hijos y, al mismo tiempo, tener una vocación educativa. Para que esto sea posible, el padre y la madre deben aprender a jugar correctamente con los niños e incluso a diseñar variantes del llamado ocio didáctico.
Actualmente, las parejas con hijos tienen dificultades para encontrar un momento en el que entretenerse con sus vástagos. «Pero no importa tanto la cantidad como la calidad», apunta la psicopedagoga Elizabeth Fodor, experta en los juegos de la primera infancia y autora, junto a Montserrat Morán y Andrea Moleres, del libro «Todo un mundo de sorpresas».
Crear juegos
La familia no suele tener problemas para inventarse juegos para sus hijos cuando éstos ya tienen cuatro o cinco años. Las dificultades surgen cuando los niños son todavía unos bebés porque muchos padres tienen la idea preconcebida de que no se percatan de lo que ocurre a su alrededor. Los críos, por el contrario, están deseando ver cosas nuevas, escuchar ruidos distintos, tocar objetos diferentes y, sobre todo, notar el amor del padre y de la madre a través de gestos afectuosos y palabras bonitas. Jugar es una buena forma de demostrarles cariño y, a la vez, sirve a los pequeños para despertar sus sentidos y fomentar algunas destrezas básicas. «Hay que dar la oportunidad al niño para realizar una actividad y motivarle con mucho amor, paciencia y una gran dosis de alegría», insiste la psicopedagoga.
Fodor aconseja a los padres que dediquen al menos media hora diaria a jugar con sus hijos. Aunque pueda parecer poco tiempo, es más que suficiente si las actividades se realizan en las condiciones adecuadas y los adultos las han pensado con antelación y saben estimular a los críos. No se trata de jugar mucho rato, sino de hacerlo bien. «Si el padre o la madre están malhumorados o estresados por el trabajo, mejor que ese día no jueguen con los pequeños porque se dan cuenta de todo y no se van a concentrar», indica la experta. Sólo en un ambiente idóneo y con la pareja entregada los juegos son eficaces.
Si es posible, también es interesante crear en el hogar un rincón del juego, un lugar que el crío identifique con esa actividad y en el que pueda encontrar todo lo que necesita para entretenerse. «Un niño que juega solo o con buenos compañeros de juego, ya sean de su edad o adultos, obtiene grandes beneficios que favorecen su desarrollo global y adquiere nuevos aprendizajes que naturalmente trae aparejado el juego», explican las autoras del libro.
Sutiles transformaciones
El carácter de los pequeños cambia con el paso de los meses. Son sutiles transformaciones en su forma de comportarse que también inciden en su manera de afrontar el juego. En el transcurso de los dos primeros años el niño está en una etapa de juego solitario y paralelo. «El juego solitario consiste en que el niño juega consigo mismo, con su cuerpo y el de su mamá; son sus tres juguetes preferidos». La siguiente fase, la del juego paralelo, el bebé «ya está centrado en explorar y manipular los objetos y las posibilidades de su cuerpo». «En nuestros grupos de juegos -explica Fodor- observamos cómo los bebés ya desde los tres meses disfrutan estando en contacto con otros niños de su misma edad: se miran con interés, se tocan, se descubren y se sonríen manifestando agrado por esos contactos».
A partir de los 2 años, los pequeños aprenden a compartir un juego y los juguetes. Es a los 4 años cuando experimentan «un gran cambio a nivel intelectual y social». «Se interesan por los juegos en grupos de cuatro o cinco integrantes y que contengan normas sencillas, iniciándose de un modo progresivo en el mundo del juego de reglas». «Hacia los 5 ó 6 años -puntualizan las expertas- el niño consolida las relaciones sociales y la interacción con los compañeros de juego». Surge así el juego en equipos y el malestar por perder.