Jorge Riechmann (Madrid, 1962) rompe el tópico de científico insensible preocupado exclusivamente por sus investigaciones. Profesor titular de la Universidad de Barcelona, es licenciado en Ciencias Matemáticas, doctor en Ciencias Políticas y cuenta con estudios de Filosofía y de literatura alemana, y participa además en varias asociaciones e instituciones ecologistas y sindicales. Con estos mimbres, Riechmann ha sido capaz de desarrollar una fecunda actividad en campos tan diversos como la labor científica, los asuntos sociales y medioambientales o la creación artístico-literaria. Por ello, no es de extrañar que Riechmann presida desde julio de 2005 la Asociación Científicos por el Medio Ambiente (CiMA). En esta asociación, los socios son científicos que creen en la responsabilidad ecológica de sus trabajos y la de sus colegas de profesión, por lo que consideran que además de investigar deben actuar para mejorar el medio ambiente, y la sociedad en general.
Hacernos cargo de los graves problemas que plantea la crisis ecológica y de la necesidad de una reorientación de nuestras sociedades hacia la sostenibilidad tiene implicaciones de gran calado en todos los ámbitos, lo que incluye también a científicos y tecnólogos. Surgen nuevos retos y nuevas oportunidades y no podemos seguir haciendo las cosas como las hemos hecho hasta ayer, hasta hoy mismo. Cristina Narbona, Ministra de Medio Ambiente de España, tiene razón cuando dice que “trabajar por convicción en el terreno ambiental obliga a transformar todas las formas de acción pública y privada”.
Cuando decimos ‘sostenibilidad’ o ‘desarrollo sostenible’, estamos hablando de energías renovables, cierre de ciclos de materiales, agroecología, producción industrial limpia, química verde, protección de la salud, reequilibrio Norte-Sur, igualdad social, equidad entre géneros, ética de la autocontención, democracia participativa… Cambiar en ese sentido es difícil -las sociedades actuales no avanzan en esa dirección-, pero desde luego que es posible. Sostenibilidad quiere decir cambio, cambio muy profundo. Y cambiar cuesta. Por eso nos parece necesario que los científicos y tecnólogos que están a favor de tales cambios ecosociales se organicen para actuar colectivamente.
En los últimos siglos y sobre todo a lo largo del siglo XX la ciencia moderna, entreverada estrechamente con la tecnología, ha ido adquiriendo un poder formidable de modificación de la naturaleza y la sociedad. Semejante poder lleva consigo una enorme responsabilidad, verdaderamente científica, aunque esto no siempre lo perciban claramente la sociedad ni los propios investigadores e investigadoras. Se invoca cada vez con más frecuencia, tanto dentro de los propios círculos de científicos y tecnólogos como fuera de ellos, la idea de una ‘ciencia con conciencia’.
Se invoca cada vez con más frecuencia la idea de una ‘ciencia con conciencia’Desde CiMA queremos hacernos cargo de esta situación y subrayamos por eso el compromiso socioambiental de científicos y tecnólogos.
Los estatutos de CiMA definen sus objetivos y pueden consultarse en nuestra página web (http://www.cientificos.org.es
). A modo de resumen, podríamos decir que nos gustaría ofrecer un marco de debate a los investigadores, contribuir a que se construya un mundo más sustentable, generar análisis crítico sobre los problemas ecosociales más importantes, democratizar el sistema CyT (Ciencia y Tecnología) promocionando su independencia respecto a los intereses particulares y mejorar el nivel científico de la sociedad. Entre los principales objetivos también está el de reorientar la investigación científico-técnica hacia los problemas ecosociales más graves, facilitar que los investigadores se “desenganchen” de los proyectos relacionados con la producción militar y la destrucción medioambiental, y contribuir a enfoques basados en el principio de precaución.
Científicos por el Medio Ambiente (CiMA) se constituye en junio de 2003 como asociación independiente de ámbito estatal, con sede administrativa en Barcelona. Está formada por científicos que trabajamos en todas las disciplinas de las ciencias naturales y sociales, vinculados por una conciencia común de nuestra responsabilidad social, y deseosos de proteger el medio ambiente y la diversidad (tanto biológica como cultural), así como promocionar la salud pública y la sustentabilidad. Contamos en la actualidad con algo más de sesenta socios, algunos tan destacados como los ecólogos Javier Benayas y Ramón Folch, los economistas ecológicos José Manuel Naredo y Federico Aguilera Klink, los especialistas en salud pública Carlos Álvarez Dardet y Miquel Porta, los físicos Antonio Ruiz de Elvira y Alicia Durán, los ingenieros especialistas en energía como Emilio Menéndez y Marcel Coderch, el ex director de la Agencia Europea de Medio Ambiente Domingo Jiménez Beltrán, y muchos otros…
Hemos intervenido lo más activamente posible en algunos de los grandes debates ecosociales que se plantean hoy a la sociedad española, con actividades de investigación, divulgación y sensibilización. Mencionaría especialmente los debates sobre productos químicos (la propuesta europea de reglamento REACH) y los debates energéticos.
Remedando el conocido lema del Foro Social Mundial, “otras tecnologías son posibles”, no hay que pensar que el desarrollo de la CyT sea una autovía de un solo sentido. Algunas de esas tecnologías respetan el medio ambiente, otras no lo hacen. A grosso modo, por ejemplo, el aprovechamiento de las fuentes renovables de energía apunta hacia una sociedad sostenible; los combustibles fósiles y la energía nuclear no lo hacen.
Quizá tienen menos tradición de intervención pública, como científicos y tecnólogos conscientes de sus responsabilidades socioecológicas, que en otros países, aunque con excepciones interesantes. Sin embargo me parece ejemplar la forma en que un sector importante de la comunidad científica ha colaborado en el desarrollo de una “Nueva Cultura del Agua” en nuestro país, en estos años últimos.
Lo que sucede muy a menudo es que hay verdades o partes de la verdad que no se dicen,
Lo que sucede muy a menudo es que hay verdades o partes de la verdad que no se dicenperspectivas que resultan silenciadas por alguna razón. Por ejemplo, la opinión que tenga sobre los alimentos transgénicos el biólogo molecular especializado en tecnología de los alimentos probablemente diferirá de la que tenga el ecólogo especialista en genética de poblaciones, o el sociólogo estudioso de la pobreza rural; pero éstas últimas no son menos científicas que aquélla.
En muchos ámbitos de investigación hay incertidumbre sobre las formas extremadamente complejas en que interactúan los sistemas humanos y los sistemas naturales, y ello es una buena razón para redoblar nuestros esfuerzos de conocimiento e investigación. Por otra parte, a veces los responsables políticos se escudan en esas incertidumbres para no actuar en casos en los que una acción preventiva juiciosa, guiada por el principio de precaución, sería lo aconsejable. En este sentido, las políticas sobre productos químicos en los últimos decenios ofrecen muchos ejemplos ilustrativos al respecto. Un estudio excelente cuya lectura recomiendo vivamente es ‘Lecciones tardías de alertas tempranas.
Nuestro déficit principal no es de progreso tecnológico, sino de progreso moral y de cambio social. Casi todas las soluciones tecnológicas para avanzar hacia sociedades ecológicamente sustentables están ya disponibles, como las energías renovables, la producción industrial limpia, la agricultura ecológica, la reforma fiscal verde, el comercio sostenible, etc., si quisiéramos ponerlas en práctica. Para ello, deberíamos ser capaces de superar la terrorífica miopía que considera que diez años son ya largo plazo, que los costes externos o externalidades de la producción, y aquí valdría decir los daños a terceros, nos importaran algo, que los derechos humanos de la gente del Sur o de los hombres y mujeres de las próximas generaciones contasen de verdad para nosotros y que nos creyésemos lo que decimos cuando se nos llena la boca con la protección del medio ambiente.