La contaminación lumínica en España ha crecido de forma constante y en todo el país durante los últimos 20 años. En el entorno de la Unión Europea (UE), España es, junto con Italia y Portugal, el país más derrochador en iluminación. En general, las grandes ciudades y provincias son las más contaminantes, pero algunas como Valencia, Alicante o Murcia tienen el récord. Así lo señala un estudio realizado en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) sobre este problema. Además de dejar sin visibilidad los cielos, la contaminación lumínica provoca un derroche innecesario en electricidad y diversos efectos sobre el medio ambiente. Unas sencillas y económicas medidas podrían ayudar a combatirlo.
Quiénes contaminan más con su luz
Alejandro Sánchez, investigador de la UCM y autor del estudio, explica que se basan en datos tomados por satélite en 2007, ya que las administraciones no disponen de información exacta sobre el gasto en iluminación pública en España.
En general, las ciudades/provincias más pobladas son las más contaminantes: su luz llega a cientos de kilómetros y puede exceder sus fronteras. No obstante, algunas destacan sobre el resto. Si se toma como referencia la emisión lumínica de Barcelona, el área metropolitana de Valencia, con una población dos veces menor, emite algo más de luz, mientras que Alicante, con una población casi tres veces menor, emite una contaminación lumínica similar.
Alicante, con una población casi tres veces menor que la de Barcelona, emite una contaminación lumínica similar
Murcia es la provincia con un crecimiento mayor, ya que contamina más que Sevilla, que tiene un tercio más de población. En tres de las provincias más oscuras -Huesca, Soria y Teruel-, se han registrado los incrementos mayores, superiores al 100%.
El análisis de los investigadores de la UCM también recuerda que el descenso en el consumo no siempre es parejo a una menor emisión. Barcelona y Madrid han reducido en torno al 7%-10% su gasto en alumbrado público en los últimos cinco años. Sin embargo, las imágenes por satélite no reflejan una disminución en su contaminación lumínica. Además de las ciudades, han surgido nuevas amenazas en los últimos años, como las balizas de los parques eólicos.
Efectos negativos de la contaminación lumínica
Los astrónomos profesionales y aficionados subrayan la dificultad creciente de observar los cielos nocturnos. Pero la contaminación lumínica no solo afecta a este grupo, el más beligerante en relación a este problema, sino a todos los consumidores y al medio ambiente.
Una excesiva y/o incorrecta iluminación supone un enorme gasto innecesario en electricidad. La provincia de Madrid consumió en 2007 en alumbrado unos 45 millones de euros anuales, Barcelona unos 41 millones, Valencia unos 20 millones, Alicante unos 17 millones… En total, España se gastó unos 450 millones de euros al año.
Este gasto contrasta con las cifras del resto de países europeos. En España se utilizan 116 kilovatios/hora (Kwh) por habitante, mientras que en Alemania, con casi el doble de población, se consumen 48 Kwh por habitante. En 2007, los consumidores gastaron en el alumbrado de sus hogares 13.987.319 megavatios/hora (Mwh), mientras que el gasto en alumbrado público ascendió a 5.254.867 Mwh. Los hogares españoles son los segundos que menos bombillas de bajo consumo utilizan de la Unión Europea según un estudio de la Comisión, tan solo un 15% (para el año 2007). Estas cifras son similares en las calles. Las bombillas de bajo consumo son un 80% más eficientes que las tradicionales. Como señala Sánchez, resulta paradójico que las instituciones traten de concienciar sobre ahorro energético «cuando ya no haya bombillas tradicionales, se gastará más iluminado en las calles que las casas».
España gastó unos 450 millones de euros en iluminación en 2007
Además del bolsillo de los consumidores, el medio ambiente también se resiente con el derroche en iluminación. La producción de electricidad se basa en gran parte en la quema de combustibles fósiles, que entre otros efectos negativos supone la emisión de dióxido de carbono (CO2) y su consecuente efecto en el cambio climático.
Por si fuera poco, una luz excesiva provoca la desaparición de determinadas especies, como las luciérnagas, atrae plagas urbanas como mosquitos, altera del sueño en las personas que sufren una iluminación pública excesiva en su hogar, etc.
Cómo combatir el problema
El primer paso para luchar contra la contaminación es conocer sus causas. El investigador de la UCM señala varios culpables. El principal son las farolas españolas, las más potentes de la UE. En la última década se ha realizado un gran esfuerzo por sustituir las luminarias, en especial las más contaminantes, las de tipo globo, con eficiencias del 6%-12%. Sin embargo, las actuales no pasan del 50% de eficiencia, lejos de los modelos que logran el 100%. El otro gran problema es la iluminación ornamental, que crece sin control. En definitiva, el consumo sigue su escalada y con él, las emisiones.
Según Sánchez, España podría ahorrarse el 50% de la electricidad y del dinero gastado con una medida tan sencilla como reducir a la mitad la potencia de las lámparas. La sensación visual solo se reduciría en un 25% y la luz sería adecuada. Cada vez se cambian más farolas, pero se mantienen luminarias poco eficientes. Para no gastar mucho, se podrían dejar las farolas, que suponen el 90% de gasto total, y cambiar las bombillas. La inversión inicial se amortizaría en pocos años gracias al ahorro.
Las leyes sobre esta cuestión tampoco ayudan. Su carácter local o autonómico, frente a un problema que sobrepasa fronteras, su ambigüedad y su falta de efectividad provocan que en la práctica no surtan efecto, asegura el investigador de la UCM. Por ello, recomienda aprobar normas estrictas y seguir el ejemplo de otros países europeos, como Reino Unido, que ha aprobado una ley estatal y entre otras medidas ha decidido apagar las autopistas.
Para ayudar a las instituciones a que tomen decisiones objetivas, hacen falta estudios científicos que permitan instalar farolas de la forma más eficaz posible. Situar las farolas por encima de la calle, apagar durante la noche lugares públicos cerrados o utilizar sistemas horarios para ajustar el encendido a la puesta real del sol son algunas posibles medidas. En cuanto al uso de luces LED, es el futuro y mejoran a gran velocidad, pero en la actualidad el uso de modelos de luz blanca no es la opción menos contaminante y tampoco la más eficiente. Lo idóneo sería que funcionaran solo cuando detectaran la presencia de personas.
La falta de datos sobre el consumo real del alumbrado público es también motivo de preocupación. El estudio de los investigadores de la UCM puso en evidencia errores en las estadísticas del Ministerio de Industria.
Qué pueden hacer los consumidores
Los consumidores son fundamentales para combatir este problema. Su concienciación es esencial, así como asumir que no es necesaria tanta luz. En noches de luna llena, el ojo se adapta y ve bien sin problemas. La luz de la luna tiene una intensidad de 0,5 lux. El mínimo de una farola en España son 5 lux.
Los consumidores también pueden reclamar a las instituciones que ofrezcan toda la información y que no se despilfarre la energía que se paga entre todos. Las comunidades de vecinos son otro de los lugares donde se puede ahorrar mucho. Un estudio de iluminación eficiente es una inversión que se amortiza rápido con el descenso del gasto eléctrico.