La forma de entender las adicciones ha cambiado mucho en los últimos años. Ahora se sabe que son conductas muy complejas en las que tiene mucho peso la genética pero también el ambiente, lo que hace muy difícil su tratamiento. También se ha descubierto que no en todas las etapas de la vida una persona es igual de susceptible de convertirse en adicto -los adolescentes lo son mucho más-, y que las distintas adicciones contienen muchas bases biológicas comunes.
«Las utopías no existen», responde Rafael Maldonado, director de la Unidad de Neurofarmacología de la Universidad Pompeu Fabra (Barcelona), cuando se le pregunta si se creará pronto un fármaco que borre de golpe las ganas que sienten los ex fumadores cuando lo dejan. «Pero sí creo que habrá a corto plazo un fármaco que pueda favorecer mucho el tratamiento clínico de la adicción a la nicotina», añade. Su grupo participa en un proyecto europeo para hallar los genes implicados en la adicción. No se trata sólo de la genética y la genómica, sino que también otras técnicas, como las de imagen cerebral, están ayudando a entender cómo prevenir y tratar las adicciones.
Entre los cambios más importantes relacionados con la adicción está la forma de considerar el fenómeno en sí. La adicción se concibe en la actualidad como una enfermedad en toda regla. En la decisión de empezar a fumar o no interviene, obviamente, la voluntad. Pero cuando la adicción está ya desarrollada el cerebro está enfermo y genera un comportamiento aberrante. Diversos estudios de imagen cerebral han demostrado que en un cerebro adicto las áreas implicadas en los procesos normales de motivación, recompensa y control inhibitorio, entre otras, están alteradas.
Enfermedad del cerebro
«La adicción es una enfermedad del cerebro, y el comportamiento anormal asociado es el resultado de una disfunción del tejido cerebral, de igual manera que una insuficiencia cardiaca es una disfunción del corazón y una circulación sanguínea anómala es el resultado de una disfunción del tejido del miocardio», explican en ‘Nature Reviews Neuroscience’ Nora Volkow y Ting-Kai Li, del Instituto Nacional para el estudio de las drogas de Abuso (Volkov) y del Alcoholismo (Li), en Bethesda, EE.UU. Además, los cambios en el cerebro adicto son muy duraderos, por lo que la adicción debe ser considerada una enfermedad crónica con un tratamiento largo en la mayoría de los casos.
Una consecuencia de esta forma de verlo es que «las recaídas no deberían considerarse un fallo en el tratamiento […], sino un retroceso temporal debido a un tratamiento poco efectivo», señalan Volkow y Li. Algunos expertos han criticado la postura de ‘determinismo biológico’ que se derivaría de estos resultados, y que podría conducir a un ‘autoabandono’ del enfermo (la idea de que ‘mis genes me hacen fumar y no puedo luchar contra ello’).
La adicción debe considerarse una enfermedad crónica con un tratamiento largo en la mayoría de los casosPero al margen de las implicaciones éticas, lo cierto es que conocer mejor los mecanismos de la adicción es la única vía para prevenirla y tratarla. «El valor del modelo médico de la adicción no es excusar el comportamiento del individuo adicto, sino proporcionar un marco para entenderlo y tratarlo de forma más efectiva», escriben Volkow y Li. Ése es justamente el objetivo último de Gennaddict, un proyecto europeo de cinco años de duración -hasta 2010- para hallar los genes implicados en la adicción, y en el que participan ocho organizaciones de investigación de distintos países.
La investigación genética se estructura en dos partes: en humanos y animales. «Se trata, por una parte, de identificar la susceptibilidad de cada individuo a la adicción, para poder prevenirla y, por otra, de dar con dianas farmacológicas que permitan mejorar los tratamientos», explica Rafael Maldonado.
Fumar para calmar el estrés
El equipo que dirige Maldonado en la Universitat Pompeu Fabra, el único grupo español que participa en Gennadict, trabaja con ratones, empleando abordajes distintos. Uno consiste en investigar el efecto de genes que ya se sospecha que tienen un papel importante en la adicción: los investigadores utilizan animales en los que dicho gen ha sido alterado o está ausente, y analizan su comportamiento sometiéndolos a distintas pruebas. El grupo ha hallado con estas técnicas una relación entre estrés y tabaquismo.
Se sabía hacía tiempo que debía de existir un vínculo: los propios fumadores declaran que fuman para reducir su estrés, y que en momentos vitales estresantes las ganas de fumar son mucho más intensas. Lo sorprendente es que «los hechos fisiológicos contradicen estos efectos anti estrés del tabaco, porque la nicotina hace aumentar, no disminuir, los niveles de las hormonas del estrés en individuos normales y estresados», explica el equipo de Maldonado en su trabajo, publicado el año pasado en la revista ‘Biological Psychiatry’.
En cualquier caso estos investigadores demuestran que el nexo común está en la genética: los genes implicados en la respuesta a situaciones de estrés son los mismos que intervienen en la conductas de demanda de nicotina no voluntarias, sino compulsivas. La conclusión, indican los autores del trabajo, es que la sensibilidad al estrés -mediada genéticamente- determina no ya el hecho de comenzar a fumar ni de mantener el hábito, sino las recaídas una vez que se quiere abandonar el tabaquismo.
Otra vía para investigar la genética de la adicción a la nicotina es recurrir a técnicas de genómica para analizar decenas de miles de genes a la vez. Varios grupos han hallado así que en fumadores y no fumadores se activan cientos de genes distintos. Lo difícil, sin embargo, es saber con precisión el papel de estos genes y determinar si están directamente relacionados o no con la adicción. «Son enfoques complementarios», explica Maldonado.
Imagen: SergioOtro enfoque al que recurren los investigadores para entender la adicción al tabaco es el estrictamente psicológico. El próximo abril la revista ‘Nature Neuroscience’ publica un trabajo que concluye que los fumadores evalúan las consecuencias de sus decisiones de forma diferente a los no fumadores. En concreto, las decisiones de los fumadores no tienen en cuenta las consecuencias que se hubiera derivado de una decisión distinta de la tomada. En el experimento, dirigido por Read Montague, del Baylor College of Medicine, en Houston (EE.UU.), los voluntarios jugaban a invertir su dinero en una bolsa simulada.
Tras cada inversión se mostraba a los jugadores la evolución del mercado y la cuantía de las ganancias. Al cabo de un tiempo los investigadores fueron capaces de predecir las decisiones subsiguientes que irían tomando los no fumadores, basándose en las diferencias entre el dinero que habían ganado y el que podrían haber ganado de haber hecho otra inversión. En cambio los fumadores no consideraban esta diferencia: su proceso de toma de decisiones -según explican los autores- simplemente ignora los posibles beneficios derivados de una decisión alternativa. Esto podría conducir a un peor proceso de toma de decisiones.