En 1978 nació Louise Joy Brown, la primera “niña probeta”. Desde entonces, miles de niños han venido al mundo gracias a técnicas de fertilización in vitro, que han permitido ver realizados los sueños de muchos padres. No obstante, sigue planeando una duda: ¿son seguras las técnicas de reproducción asistida? En este artículo se explican los resultados de nuevos estudios científicos sobre los riesgos asociados a la fertilización in vitro.
Algunos registros muestran una mayor tasa de malformaciones en los niños nacidos mediante las técnicas de reproducción asistida. Un estudio efectuado en la maternidad parisina de Port Royal concluyó que los bebés nacidos mediante reproducción asistida tenían un 30% más de probabilidades de manifestar alguna malformación congénita al nacer. Para el trabajo, los investigadores analizaron más de 15.000 nacimientos en 33 centros de reproducción asistida de Francia.
Observaron que los bebés concebidos mediante este método presentaban una tasa de malformaciones del 4,2%, cifra superior a la registrada en las concepciones naturales. Entre las malformaciones más habituales hallaron los defectos cardíacos y los que afectan al tubo neural, como la espina bífida. También alteraciones faciales y urogenitales, sobre todo en bebés niños. Asimismo, estos pequeños tienen más a menudo defectos leves como hemangiomas, conocidas popularmente como «manchas de fresa».
¿Por qué se dan más malformaciones en la reproducción asistida?
Muchos estudios corroboran la asociación entre reproducción asistida y malformaciones pero, ¿cuál es la razón? Hay diversas hipótesis.
La primera teoría apunta hacia la técnica utilizada. La manipulación en el laboratorio in vitro de los óvulos y el esperma podría suponer un estrés físico y químico para las células, que podría traducirse en un aumento del número de mutaciones y, por lo tanto, de malformaciones congénitas.
La propia técnica, el tratamiento hormonal de la madre y problemas de salud de los padres serían algunos de los factores responsables de malformaciones
También se sospecha que el tratamiento hormonal de la madre para inducir la ovulación podría jugar un papel. Por ello, los científicos opinan que es un fenómeno multifactorial, de modo que destacan la importancia de nuevas investigaciones para hallar la causa y poder así evitarla.
Otra de las explicaciones sería inherente a los progenitores y se sustentaría en el hecho de que quienes recurren a estas técnicas lo hacen, precisamente, porque tienen problemas de fertilidad, que pueden en ocasiones reflejar otros problemas de salud. Y estos problemas de salud podrían ser los responsables de las malformaciones en el bebé.
Un reciente artículo publicado en la revista ‘New England Journal of Medicine’ apoyaría este último punto. En el estudio se analizaron 308.974 nacimientos, de los cuales, 6.163 fueron por reproducción asistida. El número de malformaciones en los bebés de embarazos que se habían producido de forma natural fue del 5,8%, frente al 8,3% de los niños nacidos mediante técnicas de reproducción asistida. Una historia de esterilidad con o sin concepción asistida también se asoció de manera significativa a riesgo de malformación congénita. Sin embargo, el aumento del riesgo de malformación congénita asociado a la fertilización in vitro dejó de ser significativo cuando se ajustó por factores propios de los progenitores. Solo se mantuvo aumentado el riesgo asociado a una de las técnicas reproducción, en concreto, a la inyección intracitoplasmática de esperma, aunque los expertos señalan que este punto debería aceptarse con reservas.
Más defectos cardiacos con reproducción asistida
Los niños nacidos gracias a técnicas de reproducción asistida tienen un 50% más de probabilidades de padecer cardiopatía congénita respecto a los concebidos de forma natural. Esta es la información que aporta un estudio basado en el Registro de Malformaciones Congénitas de París y publicado en la revista ‘European Heart Journal’. De esta manera, mientras que entre cinco a ocho de cada 1.000 recién nacidos de embarazos naturales sufrirán una anomalía cardiaca, los niños concebidos gracias a fecundación in vitro tienen una probabilidad mayor: entre 10 y 15 casos por cada 1.000.
A pesar de la evidencia, esta asociación entre reproducción asistida y cardiopatías congénitas todavía no está suficiente analizada. Los registros que se han realizado muestran esta mayor incidencia, pero faltan estudios que expliquen por qué ocurren. Por otra parte, también es importante poder analizar las distintas técnicas de reproducción asistida a fin de poder concretar si alguna de ellas conlleva un mayor riesgo.
Las cardiopatías congénitas son alteraciones de la estructura del corazón que pueden producirse a nivel de las cámaras cardiacas, de los tabiques que las separan, de las válvulas o de los grandes vasos que entran o salen del corazón. Hay más de 50 tipos distintos de lesiones y, con frecuencia, se combinan varias de ellas en un mismo niño. No todas las malformaciones revisten la misma gravedad: mientras que algunas conllevan alteraciones circulatorias importantes que pueden comprometer la vida, otras solo producen síntomas ocasionales relacionados con la actividad física.
En la actualidad, la detección de las cardiopatías suele ser muy precoz. Con frecuencia se detectan antes del nacimiento, aunque hay algunas que, a pesar de que a partir de la sexta semana de embarazo el corazón del feto ya está muy desarrollado, pasan desapercibidas; bien porque no son evidentes o porque por su levedad no pueden apreciarse y se manifiestan más tarde.
Dentro de los factores que predisponen a tener un hijo con cardiopatía está la edad de los progenitores con edades inferiores a 18 años y superiores a 35. El riesgo también aumenta si ha habido algún caso en la familia o si el niño tiene alguna anomalía cromosómica, como ocurre en el síndrome de Down que, con frecuencia, se asocia a cardiopatías congénitas. El alcoholismo materno, enfermedades como la diabetes, así como la ingesta de drogas y ciertos medicamentos durante el embarazo, también incrementan el riesgo.
Los especialistas apuntan que, aunque la herencia juega un determinado papel, no parece muy relevante, por lo que es poco probable que una familia en la que ha nacido un niño afectado, un hermano tenga el mismo problema.