Insolación

La exposición prolongada al sol o el esfuerzo continuo en las horas más calurosas pueden llegar a producir la muerte
Por Yolanda A.C. 27 de julio de 2005

El deseo de conseguir un bronceado rápido o hacer ejercicio en la calle cuando más pega el sol pueden derivar en una insolación o un golpe de calor, originados cuando la temperatura corporal aumenta de tal modo que llega a niveles peligrosos. Por ello, si no se tratan inmediatamente, pueden provocar importantes lesiones y hasta la muerte. Ante señales como agotamiento, fiebre, dolor de cabeza, vómitos, deshidratación, falta de sudoración y a veces también desmayos, hay que actuar con rapidez. De cualquier modo, cuestiones tan simples como beber mucho líquido, usar ropa ligera y holgada o protegerse con un sombrero contribuyen a reducir la incidencia de estos problemas.

Efectos del calor

La insolación se produce cuando se da una situación de calor excesivo debido a que “el cuerpo produce más sudoración de lo normal, llegando un momento en el que no es capaz de refrigerar la superficie de la piel, por lo que la temperatura de ésta sube; eso, unido a que se ha perdido bastante líquido al sudar de forma extrema, ocasiona un estado de deshidratación”, explica Pedro Cañones Garzón, secretario general de la Sociedad Española de Medicina General (SEMG). Este hecho hace que “falte líquido circulando por la sangre, lo que, a su vez da lugar a una mala irrigación de órganos vitales como pueden ser el cerebro, el corazón o el riñón, provocando entonces la muerte”, subraya este doctor.

Efectos del calor

No obstante, los efectos de la insolación se pueden confundir con cuadros de agotamiento si se dan temperaturas intensas, e incluso, hay quien se puede alarmar al pensar que sufre un golpe de calor. Por esta razón es importante diferenciar bien los síntomas de cada afección porque aunque pueden ser similares, sus consecuencias varían considerablemente, de tal manera que mientras los calambres de calor (primer estadio) se producen durante o después de la realización de ejercicio físico expuestos a altas temperaturas y se caracterizan por aumento del sudor y pérdida de agua y minerales, con contracturas musculares dolorosas, la insolación (segundo estadio) incluye además náuseas, mareos, dolor de cabeza y bajada de tensión.

José Fernández, médico de la UVI Móvil del Hospital Clínico de Zaragoza, explica que el agotamiento o colapso de calor (tercer estadio) repite los síntomas descritos anteriormente, “aunque de una manera más grave, ya que la subida de temperatura puede suponer un fracaso multiorgánico, con repercusiones cardiovasculares y alteraciones generales de diferentes órganos, pese a que se mantiene el termostato cerebral intacto”.

En este caso, el responsable del Servicio de Urgencias del Hospital Reina Sofía de Córdoba, José Manuel Calderón de la Barca, señala que estas reacciones son también consecuencia de la realización de ejercicio físico intenso y a altas temperaturas, aunque destaca que “también los ancianos y los enfermos pueden padecer esta situación al fallarles el mecanismo de regulación de sed”, de manera que generalmente el colapso se supera cuando se ingieren los líquidos necesarios para hidratar de nuevo el organismo y recuperar el agua y las sales perdidas.

“Sin embargo -continúa el doctor-, si esta situación no se ataja y el paciente no bebe ningún líquido, el cuerpo puede llegar a alcanzar una temperatura corporal de 41,5 grados centígrados, produciéndose trastornos celulares debido al denominado golpe de calor (cuarto estadio)”. Entre estos trastornos, cuyo origen se sitúa en el fallo del termostato cerebral- que regula la temperatura corporal y permite la expulsión del calor al exterior- destacan los que afectan al cerebro, que puede provocar la pérdida de consciencia; al riñón, con deficiencia renal; o al sistema de coagulación. “Estos fallos multiorgánicos suponen que el paciente tenga muchas probabilidades de perder la vida”, advierte José Manuel Calderón de la Barca.

En el caso de golpe de calor puede distinguirse entre el tipo activo, que se produce durante la realización de ejercicio, y el tipo pasivo, originado por una sobrecarga de calor externa, ajena al ejercicio.

De cualquier modo, una insolación no tiene por qué dejar secuelas, salvo que se haya visto afectado algún órgano y haya sido necesario un tratamiento intensivo en el hospital (insuficiencia renal, infarto de miocardio, lesión cerebral, etcétera), manifiesta Cañones Garzón. Tampoco la persona que la padece es más propensa a tenerla de nuevo. “Sólo volverá a pasar si otra vez se está expuesto a altas temperaturas”, apostilla el coordinador del grupo de trabajo de Salud Pública de la Sociedad Española de Medicina Rural y Generalista (Semergen) y médico en el Servicio de Urgencias de Boiro (La Coruña), Juan Ramón García Cepeda.

Personas con especial riesgo

Las consecuencias derivadas de una insolación pueden afectar a todas las personas por igual; sin embargo, hay algunos colectivos concretos que por sus características especiales corren el riesgo de sufrirlas antes, especifica el secretario general de la SEMG. Entre éstos últimos se encuentran los menores de cuatro años, ya que se adaptan mal a las variaciones térmicas y cuanto más pequeños, más posibilidad de deshidratarse; los mayores de 65 años, puesto que son débiles; sus mecanismos de termorregulación están mermados y no tienen la misma capacidad de recuperación que antes, y, por último, aquellos individuos que tengan una dolencia crónica que debilite su organismo y empeore su sistema circulatorio, no pudiendo responder ante las agresiones exteriores, en este caso, el calor. Dentro de este último grupo se encuentran, según García Cepeda:

  • Los obesos.
  • Los diabéticos.
  • Los que toman antidepresivos.
  • Los hipertensos.
  • Los que toman antihistamínicos.
  • Los alcohólicos.
  • Los que tienen hipertiroidismo (una forma de bocio).
  • Los que sufren enfermedades neurológicas como demencia senil, Parkinson, accidentes vasculares cerebrales o lesiones espinales.
  • Los pacientes con insuficiencia renal crónica.

Ninguna de estas últimas personas debería exponerse al sol, evitando así un problema mayor, de acuerdo a los consejos del médico de la Sociedad Española de Medicina Rural y Generalista.

Consejos para evitar la insolación

Las recomendaciones para evitar sufrir un golpe de calor son prácticamente las mismas para todas las personas, sea cual sea su edad o sus características físicas. No obstante, sí es cierto que algunos individuos tendrán que intensificar ese cuidado dada su mayor fragilidad como se ha indicado anteriormente en el caso de los niños, ancianos y enfermos crónicos:

  • Evite la exposición prolongada al calor. De hecho, si es necesario hágalo a primera hora de la mañana o a última de la tarde. Como apunta García Cepeda “los baños de sol, que antiguamente eran tan recomendados, ahora son bastante peligrosos”.
  • Beba de forma continuada. Además del agua, se recomiendan bebidas isotónicas o zumos de frutas, que son ricos en sales minerales.
  • Sin embargo, no tome de forma abrupta bebidas frías.
  • Coma a menudo frutas y vegetales y no haga comidas copiosas. Es bueno comer menos cantidad y más veces al día.
  • Está totalmente desaconsejado tomar bebidas alcohólicas, ya que el alcohol produce una vasodilatación (dilatación de los vasos sanguíneos), lo que facilita que se produzca un ‘shock’.
  • No practique ejercicio físico si las temperaturas son elevadas.
  • No se introduzca repentinamente en agua fría o en un ambiente muy frío.
  • Camine siempre por la sombra y permanezca en estos lugares, evitando además estar en entornos cerrados al sol, como puede ser un coche aparcado. Al respecto, hay que recordar que aunque se esté debajo de una sombrilla, también se está expuesto a los rayos del sol, debido a que la arena los refleja.
  • Lleve ropa de tejidos naturales, ligera, holgada y de colores claros, de modo que el cuerpo esté cubierto y se eviten quemaduras, así como gafas de sol y un sombrero de ala ancha, que dé sombra en la cara y en la nuca, no una gorra, precisa García Cepeda.
  • Evite salir de casa durante las horas centrales del día (entre el mediodía y sobre las cuatro de la tarde) y, estando en la vivienda, utilice las habitaciones más frescas.
  • Durante el día baje las persianas y cierre las ventanas; ábralas por la noche para ventilar.
  • Mantenga los alimentos en el frigorífico y vigile siempre las medidas higiénicas.
  • En los desplazamientos por carretera lleve agua y siga las recomendaciones de las autoridades y los agentes de tráfico.
  • Trasladarse a un clima caluroso requiere un periodo de adaptación. Su capacidad de resistencia nunca llegará a ser igual al de una persona aclimatada a esas temperaturas.

    Niños y ancianos

    En el caso de los niños, cuyo organismo controla mal la temperatura y tiene dificultades para disipar el calor porque la masa es pequeña suele ser frecuente que en verano los padres les lleven a las urgencias de los centros sanitarios con fiebre elevada y, sin embargo el pronóstico es que “no sufren ninguna infección, sino que simplemente han estado soportando grandes temperaturas, aunque no hayan estado expuestos directamente al sol”, señala el miembro de la Asociación Española de Pediatría (AEP) y médico pediatra del Hospital Virgen del Camino de Pamplona, Enrique Bernaola Iturbe.

    Este especialista informa asimismo de que ante la simple sospecha de que el pequeño pueda tener una insolación hay que acudir siempre a un centro hospitalario, de modo que “se pueda hacer una evaluación cuanto antes”.

    También aconseja que cuando se esté en la playa, la piscina o el campo y haga calor los niños tengan siempre un sombrero o alguna prenda que les proteja la cabeza del sol y se les ponga una crema protectora adecuada con factor de protección total (de 20 o más) para evitar quemaduras, incluso, si están a la sombra. En caso de que se quemen, es necesario llevarlos al centro de salud más cercano para que le apliquen alguna pomada que evite que la piel se dañe demasiado. De cualquier modo, Bernaola Iturbe advierte de que no hay que exponer directamente al sol a los menores de dos años, ya que, además de que su piel es muy sensible, a esta edad se adaptan mal a las variaciones térmicas.

    Así, el representante de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria rechaza, al igual que ocurre con los adultos, que se exponga a los niños al sol durante las horas en las que hay más rayos ultravioletas, es decir, entre el mediodía y las cuatro de la tarde.

    Ancianos

    Respecto a las personas con más de 65 años, ocurre lo mismo que con los niños, puesto que debido al proceso de envejecimiento sus mecanismos de termorregulación ya no tienen la misma capacidad para mantener los 36 ó 37 grados corporales que son habituales. Además, al no funcionar su sistema circulatorio como debiera, tienen problemas para regular el exceso de calor.

    Precisamente, los ancianos, que por su edad presentan una piel ya de por sí muy deshidratada y fina, son los que protagonizan la gran mayoría de los casos graves por afectación del calor, una cuestión que se justifica teniendo en cuenta que “toman menos precauciones y hay mayor dejadez”, según el coordinador del grupo de trabajo de Salud Pública de la Sociedad Española de Medicina Rural y Generalista, quien añade, de igual modo, que se trata de personas con una menor capacidad de recuperación.

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