Muchas personas tienen en su casa una impresora. Pero no es tan común disponer de una impresora 3D. Bien por su precio, que sigue siendo elevado, bien porque todavía no queda clara la utilidad que se les puede dar en un entorno doméstico, las impresoras 3D no acaban de despegar. Y aunque muchos habían augurado que pronto habría una en cada domicilio, la tecnología de impresión 3D sigue siendo una gran desconocida. ¿Cómo funcionan las impresoras 3D? ¿Son una tecnología para todo el mundo? ¿Qué utilidad se le puede dar en el hogar? Este texto da respuesta a estas y otras preguntas sobre las impresoras 3D.
Impresoras 3D, ¿cómo funcionan?
Una impresora 3D es una máquina capaz de crear figuras tridimensionales con volumen a partir de un diseño digital hecho con ayuda de un ordenador, convirtiendo así un dibujo 2D visualizado en la pantalla en un prototipo real con tres dimensiones: altura, anchura y profundidad. Un ejemplo: si creamos un jarrón en un programa de diseño asistido por ordenador, en una impresora estándar podríamos reproducir un dibujo de dicho jarrón, mientras que en una impresora 3D, en cambio, podemos crear el propio jarrón, tal cual.
Su funcionamiento en general se basa en la acumulación de material por capas, usando como base una plataforma sobre la que se vierte dicho material. A medida que se van amontonando capas, el objeto en sí va apareciendo. El proceso de impresión puede llegar a tardar horas e incluso días, según el tamaño y las piezas que compongan el artículo en cuestión.
Hoy en día existen diversos modelos comerciales de impresoras 3D, que emplean distintos materiales y utilizan variados procesos de creación de la impresión. La más común, al menos en entornos domésticos y educativos, es la impresora 3D de adición o inyección de polímeros. Esta impresora usa hilos de plástico fundidos, que va depositando capa por capa y que al solidificarse forman la pieza.
Utilizan plásticos de dos tipos: ABS, un tipo de plástico duro parecido al de las piezas de construcción de juguete; y PLA, algo menos resistente, pero de origen natural, biodegradable y que requiere de menos temperatura para fundirse. Estos plásticos se compran en forma de bobinas de filamento y su precio oscila entre los 15 y los 20 euros por un kilo de material. Están disponibles en varios colores y es el equivalente a la tinta de una impresora estándar.
¿Para qué sirven las impresoras 3D?
Si bien las impresoras 3D no han llegado a producir la revolución que algunos vaticinaban, al menos en cuanto a su uso en casa, existen otros campos donde sí se les está sacando mucho provecho.
En automoción, algunas marcas utilizan impresoras 3D en el diseño y creación de nuevos modelos de vehículos. En concreto, son idóneas para la fase de creación de prototipos, ya que permiten disponer de modelos tridimensionales de los diseños de forma relativamente rápida y barata. Así se pueden revisar y valorar mejor antes de pasar a la fase de producción.
En alimentación se ha experimentado con algunos modelos de impresoras 3D capaces de imprimir comida. El truco está en sustituir las bobinas de filamento de polímero por depósitos con los ingredientes necesarios para crear un plato. De momento, son prototipos más que otra cosa.
Por otro lado, tanto la NASA como la Agencia Espacial Europea están trabajando en el uso de impresoras 3D en sus viajes, como una forma más barata y ligera de crear las herramientas que los astronautas puedan necesitar una vez estén en órbita. Así, ahorran el espacio y peso de herramientas que quizás solo se emplearían una vez.
Pero, sin duda, si hay un campo donde la impresión 3D está avanzando más que en ningún otro, ése es el de la medicina. Las impresoras 3D se han revelado como grandes aliadas para crear prótesis de todo tipo, corsés para problemas de espalda y partes del cuerpo humano como vértebras o fragmentos de cráneo (transplantados después al paciente con éxito). En el caso de las prótesis, el uso de impresoras 3D deja personalizarlas por completo para el receptor, contribuyendo así a que la adaptación sea un éxito. Además, su menor coste permite utilizar estas prótesis impresas en 3D en países en vías de desarrollo y también en niños en edad de crecimiento.
Impresora 3D en casa, ¿sí o no?
Aunque hay algunos campos donde las impresoras 3D son de gran ayuda, no sucede lo mismo en entornos domésticos o educativos. Si ya hace años que se pueden encontrar impresoras 3D en las tiendas, ¿por qué no acaban de triunfar entre los ciudadanos?
Hay varias respuestas para ello. La primera es que su precio sigue siendo elevado para el bolsillo medio. Las más baratas no bajan de los 300 euros y la mayoría se sitúa entre los 500 y los 700, demasiado dinero para un dispositivo al que quizás no se le ve la utilidad a primera vista.
El segundo punto que echa para atrás a posibles compradores es que las impresoras 3D parecen en general muy complicadas de usar. Incluso en algunos casos hay que montar la propia impresora antes de comenzar a utilizarla. Si a esto se le une que es recomendable -que no imprescindible- tener ciertos conocimientos de diseño 3D para sacarle más partido, parece más bien un dispositivo que no está preparado para alguien con escasos conocimientos técnicos.
Aunque una impresora 3D no es algo que se pueda sacar de la caja, enchufar y empezar a usar como una impresora normal, tampoco es tan complicada como parece. Los conocimientos de diseño 3D no son imprescindibles, sobre todo porque si hay algo bueno en el mundo de las impresoras 3D es la gran comunidad de usuarios que hay detrás de ellas.
Si se decanta por comprar una, una rápida búsqueda en Google le devolverá docenas de resultados: trucos, tutoriales, guías para principiantes y más. Entre ellos es posible encontrar proyectos de impresión 3D compartidos en Instructables, una comunidad de usuarios que comparte sus creaciones en Thingiverse o un software de diseño 3D idóneo para principiantes llamado CURA.
Quizás entonces sea cuestión de ahorrar un poco y hallar la que mejor relación calidad-precio ofrezca. Sea cual sea el modelo elegido, una cosa está clara: es un dispositivo que requiere paciencia y ganas de aprender y experimentar.
- Sigue en Twitter a la autora del artículo, Elena Santos @chicageek.