Poco a poco, el mundo se va mentalizando de hasta qué punto es necesario cuidar del medio ambiente. Los ciudadanos demandan productos y servicios que sean sostenibles, y aplican esa elección a múltiples aspectos de su vida: el consumo de plásticos de un solo uso es cada vez menor, se prefieren los alimentos de cercanía y crecen las voces que piden una moda sostenible, pero también preocupan los incendios en la Amazonía, el desperdicio alimentario y la contaminación y se potencia la economía circular. No hace mucho, la joven activista sueca Greta Thunberg cruzaba en velero el océano Atlántico, y hace aún menos, la opinión pública británica se mostraba muy crítica con las lujosas -y contaminantes- vacaciones en avión privado de los duques de Sussex, que los ha llevado a contratar a una agencia de relaciones públicas para lavar su imagen. Pero y cuando llegan nuestras vacaciones… ¿cómo ser un viajero sostenible?
¿Al aeropuerto? No, si puedes evitarlo. Viajar en avión contamina 20 veces más de lo que contamina el tren: si las emisiones del primero alcanzan los 285 g de CO2 por persona y kilómetro volado, las del tren se quedan en tan solo 14, lo que sin embargo no evita que un avión despegue de algún lugar del mundo cada 0,86 segundos.
Datos como este son los que explican un nuevo fenómeno de activismo ecológico que crece en Europa: el flygskam, que en sueco significa “la vergüenza de volar en avión”. Este movimiento pretende concienciar de lo contaminantes que son los desplazamientos aéreos frente a otros medios de transporte como el tren, y que considera “especialmente criticables aquellos de corta duración (alrededor o inferior a una hora), entre capitales que estén bien conectadas por tren”, afirma Pablo Díaz, profesor de Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).
Por supuesto, la repercusión del flygskam varía mucho dependiendo de dónde, y está más acentuado en los países nórdicos, más concienciados que el resto sobre el cambio climático. De hecho, en 2018, un 23 % de los suecos renunció a volar para reducir su impacto climático, según datos del Fondo mundial para la Naturaleza (WWF), lo que supone un aumento del 6 % con respecto al año anterior. Y paralelamente, surgió el movimiento del tagskryt, u “orgullo de viajar en tren”, una alternativa al alza que siguieron un 18 % de los suecos el año pasado. Y es que, en muchos casos, el ahorro en tiempo al viajar en avión entre destinos cercanos es muy escaso, lo que favorece el crecimiento de otras opciones (y más aún cuando es bueno para el medio ambiente).
¿Y si me quedo en casa?
Renunciar a viajar una vez llegadas las vacaciones parece una opción un tanto extrema. Sin embargo, un 17 % de los españoles ha decidido no viajar o ha cancelado sus planes de viaje al menos una vez en los últimos seis meses para minimizar su huella de carbono y contribuir al bienestar del planeta, de acuerdo con una encuesta que Criteo, plataforma de publicidad para el Internet abierto, ha efectuado a 13.000 viajeros. Y es que la industria del turismo es responsable del 8 % de la emisión de gases de efecto invernadero, según un estudio publicado en la revista Nature.
El turismo sostenible sonríe cada vez más en España, que se sitúa como el cuarto país del mundo con un mayor número de viajeros sostenibles, tan solo por detrás de Alemania, Estados Unidos y Francia y por delante de naciones como Reino Unido, Brasil o Australia. El turista sostenible es más joven que la media de viajeros (un 62 % es millennial o pertenece a la llamada generación Z) y, siempre que es posible, escoge medios de transporte más respetuosos con la naturaleza: ocho de cada diez viajeros sostenibles, según Criteo, adquirieron billetes de tren en los últimos seis meses, frente a un 56 % de los viajeros tradicionales.
Cuando viajes, sé responsable
Si en el hogar somos cada vez más conscientes de nuestras elecciones y consumimos de manera responsable, ¿por qué cambiar cuando se viaja? En verdad, no hay razón alguna: “Hay que aplicar esos mismos valores que practicamos en casa, preguntar a las agencias por turismo responsable, indagar y asegurarnos de que se traduce en acciones concretas”, cuenta Jesús Martín, presidente de la asociación de turismo sostenible Aethnic, de Barcelona. Y una vez llegados al destino, consumir productos y artesanía local, de forma que hagamos el esfuerzo de dejar un beneficio en la comunidad que visitamos.
El turista responsable va más allá, porque viaja predispuesto a conocer y experimentar otra cultura; interactúa sin juzgar, conociendo las costumbres locales y, sobre todo, siendo respetuoso; contrata los servicios de un guía local; compra artículos de comercio justo; y disfruta del entorno sin dañarlo.
Conxita Tarruell (maestra, viajera y autora, entre otros, del libro ‘Viajar como transformación personal. Una experiencia en América Latina’), ya es veterana en esto del turismo sostenible: “Durante cuatro años, visitamos Ecuador, Brasil, Perú y Costa Rica. Nos alojamos en casas particulares y visitamos muchos proyectos comunitarios, sobre todo de mujeres (comedores, huertos, guarderías, etc.)”. En África, con Aethnic, viajó haciendo rutas, “colaborando con el proyecto que tuviera el sitio donde comíamos y dormíamos. No íbamos a grandes hoteles, sino a cabañas locales. Así ayudábamos económicamente y colaborábamos con ellos (…) He aprendido mucho en esos viajes”.