El problema es de sobra conocido: nuestros océanos están llenos de plástico. Y es tanto o más serio de lo que puede parecer a simple vista. La presencia de este material que ahoga nuestras aguas en ingentes cantidades representa una de las grandes crisis medioambientales de la actualidad. En algunas regiones se han encontrado casi 800 gramos —el equivalente a unas 24 botellas de plástico de litro y medio— por kilómetro cuadrado. Los datos son alarmantes porque esos materiales tienen implicaciones ecológicas importantes, como explicamos a continuación.
Según el estudio ‘Contaminación plástica en la zona subtropical del Pacífico Sur’, elaborado por investigadores de EE.UU. y Chile, hay regiones del sur del Pacífico que ya registran más de 300.000 partículas de microplásticos por kilómetro cuadrado. La cifra es preocupante porque supone una amenaza medioambiental dentro y fuera de las aguas. Los animales marinos como las tortugas se ahogan con plásticos de gran tamaño que confunden con medusas (especie de la que habitualmente se alimentan). Estos restos también provocan cambios en las poblaciones microbianas, que pueden desestabilizar los ecosistemas y entrar en la cadena alimentaria. Un informe presentado en 2018 a la Comisión Europea por la consultoría Eunomia (Reino Unido) y la ICF International Inc. apunta a la posibilidad de que, en caso de ingesta, las partículas más pequeñas (nanopartículas) pudieran llegar a atravesar las membranas celulares de nuestro organismo.
Imagen: Matthew Gollop
Fuera de los ecosistemas acuáticos también se ha observado que el plástico puede dañar a los animales y microorganismos del suelo y dificultar la germinación y el crecimiento de las plantas. Finalmente, los humanos terminamos comiendo todo ese plástico que entra en la cadena trófica, ya sea a través del pescado, de otros animales marinos o de las plantas. Muchos son inertes y no afectan al tubo digestivo. Sin embargo, algunas primeras investigaciones apuntan a la posibilidad de que esta ingesta repercuta de forma negativa en la salud. Según el estudio ‘Una evaluación de la toxicidad de los microplásticos de polipropileno en humanos’, elaborado por investigadores de la Universidad de Yonsei (Seúl), el propileno (un tipo de plástico) podría inducir a las células inmunitarias a la producción de citoquinas (agentes responsables de las respuestas inflamatorias del cuerpo). Otra investigación de la Universidad de Hangzhou (China) concluyó que los restos de poliestireno podrían afectar a la microbiota intestinal, es decir, a esos microorganismos que nos ayudan a digerir de manera adecuada los alimentos.
No obstante, los estudios son aún muy recientes y su carga de prueba resulta muy débil, por lo que no debería sorprendernos encontrar nuevas noticias en los próximos meses o años, e incluso conocer otros efectos de los microplásticos sobre la salud. Según la Autoridad Europea para la Seguridad de los Alimentos (EFSA), «si bien la presencia de estas partículas en los alimentos está ya identificada como un riesgo emergente en la UE, existe todavía una falta de información sobre los mismos y, en particular, sobre su toxicidad».
El plástico no es un tipo de material
«Plástico» no es un tipo de material, sino una propiedad que pueden tener los materiales y que engloba a muchas sustancias que lo único que comparten entre sí es una serie de propiedades mecánicas. No obstante, en la práctica, el concepto de «plástico» se asocia a la idea de ese material ligero e incluso flexible y fácil de moldear que tan presente está en nuestro día a día. Se calcula que, desde que el plástico se inventó a escala industrial en los años cincuenta, hemos generado 8.300 millones de toneladas de plástico, lo que equivale a un millón de torres Eiffel, según un estudio publicado en 2017 por la Universidad de California y la Sea Education Association. Eso se traduce en 1.100 kilos por persona. A este ritmo, para 2050 habremos producido cerca de 34.000 millones de toneladas.
Otro dato: en 2016 se recogieron en España unos 2,3 millones de toneladas de plástico, de los cuales el 46 % acabó en vertederos. Lo ideal, por tanto, sería reducir, reutilizar o reciclar (apenas un 9 % ha sido reciclado desde 1950), para lograr la sostenibilidad ambiental.
Los plásticos biodegradables también tienen inconvenientes
El de los plásticos es un problema digno de ser considerado desde una perspectiva global, al igual que lo son otros grandes retos medioambientales, como el cambio climático o las especies exóticas invasoras. La primera solución que nos viene a la cabeza es la sustitución de los materiales convencionales por otros alternativos. Se habla de los plásticos biodegradables, los compostables o los bioplásticos, pero ni todo lo biodegradable es compostable, ni todo el bioplástico es biodegradable.
El término bioplástico suena muy bien, pero no todo son ventajas. En primer lugar, la producción de plásticos con materiales de origen renovable, como el PLA (ácido poliláctico), también genera un impacto en el medio ambiente. Por ejemplo, el cultivo del maíz, materia prima con la que se pueden fabricar plásticos PLA, necesita gran cantidad de agua y de energía, además de conllevar un uso y desgaste del suelo. Así, ese origen vegetal, aunque a priori sea bien percibido, acarrea unas implicaciones medioambientales y éticas que también deben tenerse en cuenta a la hora de valorar si un material es más sostenible que otro.
En segundo lugar, el residuo generado tras el uso de un bioplástico presenta otros problemas. Por un lado, la gran variedad de bioplásticos ocasiona confusión en el momento de ser desechados: por ejemplo, si tiramos un bioplástico compostable al contenedor amarillo, podemos estar dificultando el proceso de reciclaje, ya que debería ser depositado en el contenedor marrón para su posterior compostaje. Sin embargo, otros bioplásticos como el BIO-PET se pueden reciclar sin problema arrojándolos al contenedor amarillo. Pero, ¿y si un plástico biodegradable no acaba en el contenedor, sino en la naturaleza?
Que un objeto sea biodegradable no significa que, si se deja en el monte tras un domingo de pícnic, vaya a descomponerse y desaparecer por sí solo. Para que esta degradación suceda en un corto plazo de tiempo, han de cumplirse ciertas condiciones, que deben ser proporcionadas deliberadamente para la correcta y rápida eliminación del plástico biodegradable en cuestión. Por ejemplo, el bioplástico PLA (ácido poliláctico) se degrada muy bien cuando se trata de hacer compost de forma industrial, pero tarda más en un suelo que no tenga suficiente humedad, y su biodegradabilidad es prácticamente nula en el mar. Es decir, el bioplástico PLA se descompone bajo la acción de microorganismos, pero solo lo hará en un corto plazo en condiciones industriales. Así pues, lo importante en este caso es su cualidad de compostable, porque en condiciones no industriales (es decir, sin la acción deliberada del hombre para su procesado), la degradación será mucho más lenta.
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Por tanto, los problemas de la gestión de los residuos de bioplásticos son en muchos casos similares a los del plástico convencional. Así, aunque de los más de dos millones de toneladas de bioplásticos que –se calcula– se produjeron en 2017, el 42,9 % fueran biodegradables, la diferencia al tratar el residuo no es significativa. Si nos preguntamos si puede alguien tirar al campo una bolsa hecha de bioplástico biodegradable con la conciencia tranquila de que no producirá impactos, la respuesta es no. Esa bolsa no va a descomponerse con facilidad, especialmente en entornos donde las condiciones no sean las idóneas, y lo más probable es que termine rasgada y convertida en pedazos de menor tamaño o arrastrada por el agua hasta el océano.
La eliminación de un plástico, incluso siendo biodegradable, no equivale a una ausencia de huella o impacto. Tanto el proceso de compostaje como la biodegradación en la naturaleza de los plásticos generan gases de efecto invernadero, como el metano o el dióxido de carbono. Además, aparte de este tipo de gases, algunos productos plásticos también pueden generar, al descomponerse, sustancias tóxicas que tienen un impacto negativo sobre los ecosistemas. Un estudio elaborado por investigadores de la Universidad de Alcalá y la Autónoma, ambas de Madrid, concluyó que uno de los plásticos biodegradables más comunes, el polihidroxibutirato (PHB), libera durante su degradación nanoplásticos que producen efectos tóxicos sobre organismos acuáticos como algas y bacterias. Sí existen algunos plásticos biodegradables comerciales que pueden degradarse totalmente sin dejar residuos tóxicos, pero son minoría.