La soledad del autónomo
¡Quién no ha soñado alguna vez con la posibilidad de trabajar desde su casa! Sin la vigilancia del jefe, sin la presencia de compañeros que no terminan de caer bien, sin horarios impuestos… Pero, no todo son ventajas. Cuando las circunstancias o la propia decisión personal hacen que alguien tenga que trabajar desde su hogar, es inevitable que en algún momento el agobio de la soledad y la sensación de aislamiento sean sus únicos compañeros de oficina. Por esta razón, nuevas fórmulas de trabajo surgen para combatir este tipo de situaciones. El “coworking” (o cotrabajo, en español) es una de ellas. Consiste en compartir el espacio de trabajo con otros profesionales, aunque no pertenezcan a la misma empresa ni desempeñen tareas parecidas.
Se trata de una tendencia muy popular en EE.UU. que empieza a ganar adeptos en toda Europa
Se trata de una tendencia muy popular en Estados Unidos, país donde hoy en día se registran casi cuatro millones de empresas compuestas por una sola persona. Si a esto se suma que la gran mayoría de los estadounidenses están acostumbrados a recorrer un número importante de kilómetros para llegar a su puesto de trabajo, con el desembolso económico que ello conlleva, no resulta extraño que muchos pacten con sus empresas trabajar, al menos un par de días, desde su propia casa para reducir costes. Es por todo ello por lo que los espacios de coworking se multiplican y allí son una realidad. En concreto, el estado de California y la ciudad de San Francisco son dos de los referentes del “movimiento coworking”, que empieza a ganar adeptos en toda Europa.
Cómo se cotrabaja
La fórmula es bien sencilla. Cotrabajar supone desempeñar la actividad laboral en un espacio comunitario y multidisciplinar rodeado de compañeros de trabajo que “a priori”, nada tienen que ver unos con otros. Para muchos cotrabajadores, esta fórmula es la combinación ideal entre una oficina y el ambiente que se respira en una cafetería.
En España son varios los proyectos de cotrabajo puestos en marcha en diferentes puntos de la geografía. Sevilla, Valencia, Barcelona y Madrid son, hasta le fecha, algunas de las ciudades que cuentan con este tipo de iniciativa. Y es precisamente en Madrid donde se ubicó el primer espacio de coworking: “Garage30”. Surgió en 2003, cuando Raúl Andrés, el fundador del proyecto, montó una empresa. Buscó colaboradores y compañeros para combatir la soledad profesional, cubrir algunos gastos y compartir esfuerzos. Hoy, este proyecto ha avanzado tanto que cuenta con una red de espacios de cotrabajo -o “garajes” (como ellos los denominan)- en los que se mezclan emprendedores, teletrabajadores, empresas grandes, pequeñas e, incluso, de propietarios de locales vacíos.
Supone desempeñar la actividad laboral en un espacio comunitario y rodeado de compañeros de trabajo nada tienen que ver unos con otros
Pero el cotrabajo no sólo se reduce a compartir lugar de trabajo, gastos de luz, alquiler y de conexión a Internet. En muchas ocasiones, los usuarios de estos espacios de coworking aprovechan las sinergias que se pueden crear entre ellos. Así nacen colaboraciones, se traspasan contactos y clientes, y se intercambian experiencias y consejos. Y lo más importante, se logra un entorno laboral que cuenta con infraestructuras diferentes a las de las propias casas, ya que por norma general, los espacios de cotrabajo cuentan con salas de reunión a disposición de los usuarios, proyectores de vídeo, fotocopiadoras y demás artículos de los que normalmente un hogar no dispone.
Perfil de usuario y tarifas
Unos son diseñadores, otros programadores informáticos, otros periodistas. Lo que les une es la necesidad de contar con un lugar en el que trabajar. El perfil mayoritario que emplea este tipo de espacios es el del profesional autónomo y teletrabajadores de empresas que, hasta iniciarse en el coworking, trabajaba en su domicilio. Instalar el despacho en casa supone, entre otras cosas, la falta de división entre el entorno de trabajo y el espacio de ocio, lo que en muchas ocasiones se hace duro de soportar psicológicamente; por ello, el coworking se presenta como una solución económica y sencilla.
Las mensualidades rondan entre 200 y 300 euros y dan derecho a los miembros residentes a llave propia y acceso a la oficina las 24 horas
Las tarifas son muy diversas ya que tratan de adaptarse a todo tipo de usuarios. En la práctica, las mensualidades rondan entre 200 y 300 euros, y dan derecho a los miembros residentes a llave propia y acceso a la oficina las 24 horas. Con el pago de este dinero al mes, se cubren todos los gastos de luz, alquiler, teléfono e Internet. Además de estas cuotas mensuales, por ejemplo en “Garage30” se contemplan otras modalidades que tratan de ajustarse a las necesidades de cada profesional, desde bonos que dan derecho a usar las instalaciones durante diez días por 199 euros -perfectos para aquellos usuarios más nómadas que por su actividad deben viajar con asiduidad y que de esta manera cuentan con una infraestructura en la capital-, hasta planes para acceder a las instalaciones durante dos días a la semana a media jornada, que cuestan en torno a 50 euros al mes.
Coworking y viveros de empresas
Ambas propuestas coinciden en algunos aspectos de su planteamiento, pero a la vez hay varias cuestiones que las diferencian entre sí. En primer lugar, los viveros de empresas, también llamados centros de negocios o incubadoras empresariales, son parte de la ayuda que diferentes instituciones brindan a los emprendedores que ponen en marcha nuevos negocios. Cámaras de comercio, ayuntamientos e incluso universidades son las principales gestoras de este tipo de edificios.
Sin embargo, no todas las empresas de nueva creación pueden acceder a este tipo de viveros. Para empezar, hay una serie de requisitos que el proyecto debe cumplir. La actividad empresarial de los emprendedores debe pertenecer al ámbito que desde la institución se desea fomentar. De esta manera, algunas empresas quedan fuera de estos centros. Además, se suele exigir como requisito indispensable que los emprendedores reciban una formación específica por parte de los organismos que promueven estos viveros. Aun así, dependiendo del grado de ocupación del centro empresarial, la adjudicación de los despachos no está garantizada.
En términos económicos, el coworking y los viveros vienen a costar casi lo mismo. Sin embargo, la diferencia más notoria es que estos últimos establecen plazos de tiempo para su ocupación. Normalmente, toda empresa ubicada en un vivero de estas características conoce que, por término medio, en un máximo de tres años deberá buscar una nueva ubicación.
Además, como explica Aitor García Rey, que trata de implantar el primer espacio de cotrabajo en Bilbao, otro de los aspectos que diferencia un centro empresarial de uno de coworking es el aislamiento que hay entre las empresas que se integran en los viveros. Entre los ocupantes de los despachos de la incubadora no suele haber mucha comunicación; cotrabajar, en cambio, es disponer de un espacio abierto, lleno de gente de diversas disciplinas con la que poder colaborar y generar sinergias.