Hay comportamientos animales anómalos, curiosos o que rayan en lo extraordinario. Pueden estar causados por la influencia humana o no. De cualquier forma, son comportamientos que la comunidad científica estudia por las repercusiones que pueden tener en la conservación de la biodiversidad.
Aspectos curiosos vitales para la biodiversidad
Este lepidóptero engaña a las hormigas de la especie Myrmica para que críen sus larvas en detrimento de las crías de las propias hormigas. Lo hace depositando sus larvas en las cercanías de los nidos de las hormigas. Estas últimas, creyendo que las crías son suyas, las trasladan al hormiguero y cuidan de ellas. ¿Cómo puede llegar a creer eso a la hormiga? Porque la mariposa ha desarrollado una cubierta exterior que huele como la de las hormigas, las cuales asumen sin ninguna duda que las crías son propias. Si las larvas de mariposa no consiguen engañar a la hormiga, son devoradas.
Un aspecto poco conocido de una especie puede dar al traste con los planes de reintroducción y conservación de especies
El trabajo, publicado este año que se cierra en la revista Science, es un ejemplo de cómo un aspecto poco conocido de una especie puede dar al traste con los planes de reintroducción y conservación de especies. Y el descubrimiento, según sus autores, de la Universidad de Copenhague (Dinamarca), debería tenerse en cuenta en los planes futuros de reintroducción de la especie allí donde se ha extinguido, estudiando las poblaciones locales de hormigas para conseguir introducir ejemplares de mariposas que puedan llevar a cabo el “engaño” adecuadamente.
Efectos inesperados
Ese es el caso de los sonares y las ballenas. Hace tiempo se habla del peligro que, se cree, supone esta tecnología para los cetáceos, que acaban varando en las costas. Una hipótesis es que el sonido del sonar es muy parecido a las llamadas de alerta que emiten las ballenas ante la presencia de un predador. Este año se ha conocido un informe del Ministerio de Defensa británico, revelado por la revista Nature, según el cual niveles bajos de sonar, en principio inofensivos, también afectan a estos animales. El Ministerio ha documentado que en zonas donde se han hecho ejercicios militares con sonar a niveles bajos, las ballenas interrumpen sus vocalizaciones y dejan de sumergirse para buscar comida. Se cree que a estos cambios de comportamiento podrían sucederles más cambios a otros niveles, de forma que los animales no sólo dejarían de buscar comida sino que dejarían de alimentarse hasta, incluso, morir, dependiendo del efecto inicial del sonar sobre las ballenas.
Cada vez más estudios muestran que el sonar afecta al comportamiento de estos animales aunque no siempre sea posible afirmar cómo los cambios que provoca pueden equivaler a un daño obvio. Y la hipótesis más generalizada es que lo confunden con una llamada de alerta. Por eso, para algunos expertos, la solución pasaría por sustituir el sonido del sonar (una vez que se sepa de forma fehaciente qué sonido no les afectaría) o por alejar los sonares de las ballenas.
Otro ejemplo es el de los insectos y la contaminación lumínica. Muchos insectos tienen vida nocturna y se orientan por la luz ambiental, proveniente en gran parte de la luna. Pero esta orientación se ve truncada por la luz artificial, en función de su potencia y, sobre todo, de su espectro. El insecto se dirige hacia la luz y queda retenido: de ahí la imagen, familiar para muchos, de los insectos revoloteando alrededor de una bombilla y literalmente atrapados por la luz que les atrae.
En la Universidad de Valencia han presentado este año un sistema para medir los efectos de la contaminación lumínica nocturna en los insectos, que se basa en el análisis informático de imágenes y combina la captación de insectos alrededor de luces artificiales con su posterior análisis fotográfico. Estos expertos explican que las lámparas que más influyen son las de luz más blanca o las que emiten una pequeña cantidad de rayos ultravioleta, como las lámparas de vapor de mercurio que se han usado durante años para iluminar calles, parques o autopistas, ya que tienen una vida útil muy larga.
Joaquín Baixeras, profesor de Zoología de la Universidad de Valencia, explica que “hasta ahora, en cualquier parte del mundo, no teníamos capacidad para cuantificar los efectos de la luz sobre los insectos”. Ahora se tiene y quizá pueda ayudar a evaluar los efectos. “Se sabe que en zonas periurbanas la población de muchos insectos ha descendido. Pero también se conoce que las plantas están viendo afectando sus foto- periodos por la contaminación lumínica nocturna”, añade Baixeras. Entre los insectos perjudicados en España se encuentra Graellsia isabelae, una de las más bellas mariposas nocturnas de Europa, una especie protegida atraída por las lámparas de vapor de mercurio.
Comportamientos inexplicables
Este año varios investigadores de centros noruegos y franceses, dirigidos por Nils Stenseth, del Centre for Ecological and Evolutionary Síntesis (Noruega), publicaban un estudio que sugería que el comportamiento de los lemmings podía estar cambiando. Ya no se están dando picos en la población de estos animales ni se producen, en consecuencia, sus legendarios “suicidios”. La razón: el cambio climático que ha estabilizado y reducido la población de estos roedores en los últimos años. El trabajo, aunque preliminar, alertaba además de que la reducción en la población de lemmings tiene consecuencias en todo el ecosistema, ya que muchos predadores se alimentan de estos pequeños roedores.
El suicidio de los lemmings se debe a su búsqueda de alimento en grandes grupos
La avispa en cuestión deposita sus huevos en el cuerpo de la oruga de una polilla brasileña (Thyrinteina leucocerae), donde crecen mientras la oruga sigue alimentándose y llevando su vida normal. Cuando las larvas de la avispa emergen para fijarse y formar las pupas en algún lugar cerca de la oruga, ésta detiene toda su actividad y permanece guardando las pupas y balanceando de forma violenta su cabeza hacia todo lo que se acerque. Los investigadores explican que este comportamiento es resultado directo de la infección y no beneficia en nada a la oruga, que muere muy poco después de que las avispas emerjan de las pupas. Es un comportamiento extraordinario de un animal que se convierte en guardián de otro y para el que, de momento, hay más interrogantes que respuestas.