Para toda la vida
Una vivienda no se convierte realmente en hogar hasta que el sofá ocupa su lugar en el salón. Pueden estar instalados los electrodomésticos en la cocina, ultimados los baños y decorados los dormitorios, pero si se llega al salón y no hay dónde sentarse cómodamente y sentirse en plenitud, algo falla. El sofá tiene ese poder simbólico, no sólo aporta confort, su función es evidentemente práctica y estética, pero hay más, juega un papel emocional. De hecho, es quizá el mueble en el que más nos fijamos cuando vamos de visita, quizá porque nos suscita curiosidad saber cómo, con qué grado de calidad, descansan los demás. Las preocupaciones, el estrés en el trabajo, las discusiones familiares, el cansancio físico… todo parece remitir y hacerse más soportable cuando nos dejamos caer en nuestro sofá favorito. En la mayoría de las familias, el conjunto de sofás ubicado en el salón es el eje sobre el que gira el ocio hogareño. Por eso, su adquisición deviene importante, y justo es que nos dejemos de prisas, le habilitemos el tiempo necesario al asunto y nos hagamos con la información suficiente para que acertemos en la compra y nos sintamos satisfechos de ella al comprobar, con el paso de los meses y años, que el sofá se ajusta perfectamente a lo que deseábamos o que, incluso, supera nuestras expectativas.
El mercado ofrece infinidad de modelos aptos para muchos bolsillos, e incluso por menos de 75 euros se puede comprar un sofá monoplaza que se convierte en cama, pero el precio no debe ser el único elemento, ni siquiera el fundamental, que se ha de tener en cuenta. Es un producto de uso continuo, muy vinculado a nuestro bienestar cotidiano y en el que ciertos ahorros no son sino crasos errores.
Los especialistas de CONSUMER EROSKI recomiendan, sin despreciarlos, relegar a un segundo plano no sólo el precio sino incluso la estética y la apariencia del sofá. Porque no siempre gastar lo mínimo posible es lo acertado y porque lo primero que entra por los ojos acostumbra no cumplir con las necesidades reales o a largo plazo; por ello, para quedarnos satisfechos con nuestra compra del sofá conviene pensar un poco sobre nuestras necesidades y preferencias e informarnos a conciencia sobre lo que ofrece el mercado. O, al menos, seguir unas sencillas pautas. Éstas que siguen pueden servir.
Un sofá para cada salón
Ni catálogos, ni folletos, ni páginas web. No hay mejor forma de elegir un sofá que verlo, tocarlo y probarlo uno mismo. De entrada, conviene al comprador olvidarse de los colores y estampados de las tapicerías: son elementos que pueden variar e, incluso, son modificables en un mismo modelo; las fundas de los cojines pueden ser reversibles, o las podemos elegir en el muestrario. Lo primero que debe atraer la atención del usuario son los componentes fijos del mueble, es decir, tamaño y forma. La amplitud de las tiendas y espacios de exposición hace que los sofás parezcan más pequeños de lo que realmente son. Comprar a tientas y sin saber con seguridad si el mueble quedará instalado correctamente en el salón puede salir caro. Procede, y mucho, llevar escritas en el momento de la compra las medidas exactas del espacio disponible para la ubicación del sofá. Y, claro está, tener en cuenta tanto la longitud como la anchura máxima que admite nuestro salón. Otra forma de acertar con las medidas es colocar papel de periódico en el suelo del salón para hacerse una idea de cuánto espacio ocupará el sofá. Se puede acudir a la tienda con un plano a escala de la sala de estar y solicitar al empleado asesoría sobre las medidas máximas que admite nuestro salón.
Comprar a tientas y sin saber con seguridad si el mueble quedará instalado correctamente en el salón puede salir caro
Los sofás de cuatro plazas sólo son aconsejables en salones amplios y luminosos; si no es el caso, mejor optar por dos modelos pequeños y colocarlos en forma de “ele”. Para plantas alargadas y estrechas lo ideal es una estructura rinconera que aproveche el espacio: ofrece un buen número de asientos sin restar metros útiles ya que emplea de la forma más rentable el ángulo de la estancia, y deja libre un gran espacio central. Si el salón de estar no fuera lo suficientemente grande como para admitir más de un sofá, la mejor alternativa la ofrecen los modelos que incorporan un módulo “chaise longue”. Hace las veces de diván en el que poder estar recostado o semitumbado, y en caso de necesidad puede convertirse en asiento extra para dos personas.
¿Compacto o modular?
Una vez conocidas las medidas del sofá, se debe elegir su forma. El mercado ofrece hoy tres grandes familias de sofás: compacto, modular y antiestrés. El primero es el más tradicional y, aún, el más frecuente en los hogares españoles. Está realizado en una sola pieza, es un “todo en uno” del que forman parte reposabrazos, patas y respaldo, pero permite, por razones de limpieza, desmontar los almohadones o cojines que sirven de asiento. Se pueden encontrar sofás compactos de una plaza y hasta de cuatro. El precio de un modelo de este tipo depende de muchos condicionantes: si se decide tapizar con una tela diferente a la del modelo expuesto, si se pretende un acabado en piel de vaca o sintética, si admite cambio de patas de metal a madera… De todos modos, el precio de un sofá compacto de tres plazas de gama media puede ser de entre 600 y 1.300 euros. A diferencia de los modulares, son menos adaptables y las posibilidades de ubicación se reducen.
El precio de un sofá compacto de tres plazas de gama media puede ser de entre 600 y 1.300 euros
Los sofás modulares tienen a su favor la ventaja de permitir la posibilidad de varias combinaciones distintas. Y ésa es su principal ventaja frente a los compactos y tradicionales. Como si de un puzzle se tratara, este tipo de sofá permite combinar los distintos módulos que lo componen. Se puede elegir desde el número de plazas, el de “chaise longue”, su orientación o el número de reposabrazos. Todos sus componentes son móviles y encajables, y permiten variar tanto la forma como el tamaño finales. Las combinaciones son muchas, pero a pesar de que resultan elegantes y cómodos, imponen una estética más contemporánea y menos convencional que puede no ser del agrado de algunos usuarios. Además, su precio es superior al de los sofás compactos, si bien, al igual que ocurría con estos, el coste dependerá del número de módulos, del acabado y de otros detalles. Pero, a modo orientativo, puede decirse que un sofá modular de tres plazas de gama media que incorpora una “chaise longue” y dos reposabrazos costará entre 800 y 2.000 euros.
Los antiestrés: más caros pero más confortables
Los sofás antiestrés no constituyen una categoría en sí, ya que se trata de un mecanismo que se puede encontrar tanto en los modelos compactos como en los modulares. Disponibles en formatos de una sola plaza, de dos, tres y hasta cuatro, sus prestaciones los hacen muy cómodos y proporcionan una mayor holgura. La mayoría de modelos incorpora una palanca situada en los laterales, que al ser accionada eleva el reposapiés. De esta manera, las piernas descansan más al situarse a una altura mayor que la del suelo.
Además, algunos ofrecen la posibilidad de que el respaldo se recline y los reposacabezas se ajusten. Incluso los hay con movimiento independiente y, lo más, funciones de masaje. Este tipo de prestaciones condicionan el precio. Un sofá de tres plazas de gama media en el que una de ellas sea antiestrés, básica y con sólamente reposapiés elevable cuesta unos 1.000 euros. Si se ha dejado seducir por las indudables ventajas de los sofás antiestrés, deberá tener en cuenta que al ofrecer la posibilidad de manipular la orientación de sus componentes deben contar con un margen de espacio suficiente para poner en marcha los diversos mecanismos de que constan. Por otro lado, no es aconsejable condenar el sofá a la pared, ni por la parte trasera ni por la lateral, ya que no se podrá acceder a la palanca que acciona las prestaciones ni se podrán girar los reposacabezas.
Armazón y patas, a examen
Aunque quizá rara vez se tienen en cuenta en la compra de un sofá, no se debe caer en el error de no comprobar la rigidez de la estructura de los modelos escogidos. Porque la resistencia del sofá y su durabilidad dependen en gran medida de una estructura firme y fuerte que no se deteriore con el paso de los años. Básicamente, lo que aporta confort a un sofá es un armazón sólido. La mejor manera de comprobarlo si cuenta con esta estructura firme es levantar el mueble sólo por uno de los lados: si cuesta mucho se está ante un armazón construido con un material macizo; por el contrario, se debe desconfiar de sofás demasiados ligeros, ya que cualquier movimiento brusco o un peso excesivo puede hacerlos volcar. En general, la madera y el metal son los dos componentes que más se usan para este cometido; el que ofrece más resistencia es el de estructura metálica, pero también la opción más cara.
La mejor opción es comprar un sofá que incorpore un bastidor de muelles de acero, que evita que el asiento ceda por el centro
Las correas y el bastidor, que se encuentran debajo de los asientos, son los elementos que realmente soportan el peso directo de las personas que ocupan el sofá. Ambos han de ser muy resistentes para que el confort de los asientos sea mayor. La mejor opción es comprar un sofá que incorpore un bastidor de muelles de acero, que evita que el asiento ceda por el centro. Las patas del mueble son un elemento que influye decisivamente en la estabilidad y la resistencia del sofá. Las atornilladas dan más problemas, pues son más inseguras que las que forman parte de la estructura. Aunque ofrecen más posibilidades estéticas porque se pueden cambiar en función de la decoración de la sala (con brillo, mates, cromadas, de diferente color), las más resistentes son las de madera maciza y las de aluminio.
Ajustado al cuerpo
Sea cual sea el uso que se dé al sofá, se debe prestar atención a su ergonomía. Hay que comprobar que espalda, cadera y brazos quedan colocados en una postura corporal correcta. Apoyar la cabeza sobre un reposabrazos demasiado duro o permanecer muchas horas sentado en un sofá que no cuida de las cervicales puede pasarnos factura. Llegados a este punto, hay que dejar la vergüenza a un lado y probar el sofá en la propia tienda. Y no basta con sentarse, sino que debe adoptarse una postura tumbada y otra recostada. El sofá debe ser suficientemente duro, pero al mismo tiempo algo más blando en la zona de la espalda. Las lumbares deben quedar protegidas por el respaldo, evitando que el cuerpo se deslice hacia abajo o que tienda a encorvarse. Hay que comprobar, también, que su altura sea de entre 85 y 95 centímetros. En el mercado hay líneas de sofás vanguardistas que combinan respaldos de no más de 60 centímetros con colores y materiales de acabado chillones: son modelos sólo para recostarse, pues sentarse en ellos durante mucho tiempo no es aconsejable ya que hombros y cervicales quedan sin protección.
El sofá debe ser suficientemente duro, pero al mismo tiempo algo más blando en la zona de la espalda
La profundidad del asiento, por otra parte, tiene que oscilar entre los 60 y los 70 centímetros, porque debe garantizar que, al sentarnos, los muslos queden apoyados por completo. Si no fuera así, el sofá sería corto y nuestra posición corporal no sería la correcta. Además, la cadera no debe quedar por debajo de las rodillas. Lo correcto es que se pueda apoyar la espalda sobre el respaldo y que al tiempo los pies puedan posarse en el suelo sin notar presión ni rigidez alguna. Los reposabrazos deben quedar a la altura del codo, ni más arriba ni más abajo. Conviene preguntar por los modelos que permiten regular este elemento a la altura que se desee mediante los “brazos desmontables”.
Cuestión de relleno
No sólo la ergonomía del modelo consigue que el sofá se adapte al cuerpo y resulte cómodo, el material del que están rellenos sus asientos, y en consecuencia el grado de dureza que ofrezcan, contribuye a ello. Si un modelo es duro, o muy blando, hay que descartarlo porque su duración será inferior, y la comodidad escasa. Pese a que se han introducido nuevos materiales como el látex o la fibra “soft”, en la práctica los sofás están rellenos de espuma, gomaespuma y plumas. Los de espuma son la opción más común y económica, pero también la menos adaptable al cuerpo. En estos sofás la calidad se mide con la densidad de la espuma. Lo más recomendable: unos 30 kilogramos para la zona de los asientos y 20 kilogramos para la del respaldo. Para que el sofá no se deforme al sentarse se debe elegir un relleno rígido para el asiento. Una gomaespuma de alta densidad recubierta con una capa superior e inferior de pluma de oca es una buena alternativa, aunque sale menos económica pues contiene una pequeña proporción de plumas. El material más aconsejable, si bien el más caro, es el relleno 100% de plumas, ya que proporciona respaldos suaves y firmes que recuperan su volumen con facilidad y permiten que la espalda y la cabeza encuentren acomodo.