Hábitos tan comunes como poco aconsejables hacen que el consumo medio diario de agua de una familia de tres miembros supere los 120 litros. Lo que traducido en dinero representa una factura bimestral, en concepto sólo de agua (dejando fuera las tasas de basuras y alcantarillado) de unos 36 euros. El susto es considerable cuando llega el recibo de la luz y el gas, más en invierno y, particularmente, si se trata de uno tan crudo como el que hemos sufrido este año. Pero no nos resignemos, también es posible salir airosos ante las bajas temperaturas sin derrochar energía.
Muchos pocos hacen mucho
Son las ocho de la mañana y, un día más, suena la alarma del radiodespertador. Casi por instinto, encendemos la luz de la habitación, sin pensar siquiera en que quizá si subimos las persianas podría entrar la luz del sol y hacer innecesaria la de las bombillas. Aún somnolientos, caminamos hasta el baño. Abrimos el grifo a la máxima presión para que el agua se caliente cuanto antes, y nos damos una generosa ducha sin reparar en la cantidad de agua consumida ni en la energía necesaria para calentarla; al salir, subimos la temperatura del radiador para que el vaho del espejo desaparezca y podamos continuar con la restauración. El afeitado será rápido, pero el grifo continuará abierto: para qué cerrarlo si enseguida tendremos que limpiar la cuchilla y refrescarnos la cara. Apenas llevamos 20 minutos en pie, pero han sido suficientes para que el consumo de agua y luz se encuentre ya por encima de lo razonable, más en un contexto como el actual, marcado a fuego por la grave crisis económica y por el cambio climático y otros problemas medioambientales relacionados con el consumo excesivo de energía.
El menoscabo al sentido común que en demasiadas ocasiones se confunde con la despreocupación, por un lado, y la pereza que siempre da cambiar costumbres tan ineficientes como arraigadas, por otro, explican que, por ejemplo, el consumo de energía eléctrica de muchos hogares sea un despropósito, en la medida en que es muy poco eficiente: para conseguir un propósito, utiliza demasiados recursos. Es entonces cuando surge lo de “la factura tiene que estar mal”, “si apenas ponemos los radiadores”, “pero si en esta casa no se gasta tanta agua”… Son las reacciones más habituales después de leer el importe total de algunos recibos. Lo que está claro es que cuanta más electricidad se consume, cuanto más se habla por teléfono o más se despilfarra el agua, mayores serán los importes que habrá que pagar. Hay algunos hábitos que ayudan a reducir las facturas de estos suministros tan vinculados a un hogar cómodo y agradable. El equipo de economía doméstica de CONSUMER EROSKI propone una serie de pautas sencillas de seguir por todos los miembros de la familia. El objetivo: ahorrar un poco sin perder en confort.
Viva la luz natural
La iluminación de una casa representa entre la cuarta y la quinta parte del recibo de la luz. Pero si la vivienda tiene orientación interior o, pese a ser exterior, se encuentra en zona sombría la iluminación puede suponer hasta la mitad de la factura de electricidad. Una buena forma de reducir ese gasto es recurrir a la iluminación natural. Mantener abiertas persianas y cortinas mientras haya claridad en el exterior ayuda a aprovechar la luz solar. Parece sencillo, pero es un hábito que cuesta interiorizar. Acostumbrarse a encender las luces sólo cuando sean estrictamente necesarias y apagarlas cuando no haya nadie en las habitaciones o zonas de la casa supone reducir la factura del mes siguiente.
Las bombillas eficientes duran ocho veces más que las convencionales y ahorran hasta un 80% de energía
Igual de importante es la elección de colores claros para la pintura de techos y paredes, ya que la sensación de luminosidad es mayor y permanece por más tiempo en fondos blancos, cremas o de tonos pastel. Para sacar mayor partido a la luz natural, las cortinas son importantes: normalmente, se eligen de tejidos tupidos para asegurar la privacidad de las habitaciones, pero debe tenerse en cuenta que sean capaces de absorber la luz exterior y filtrarla. Linos translúcidos y lonetas ligeras son la mejor alternativa.
Adiós a las bombillas tradicionales
Las bombillas tradicionales, incandescentes, han de ser sustituidas por las eficientes, que proporcionan la misma luz, duran ocho veces más que las convencionales y ahorran hasta un 80% de energía. Cierto es que son más caras que las bombillas tradicionales, pero ese sobrecoste se amortiza en ocho meses, está estudiado. Una eficiente de entre 11 ó 15 W puede ahorrar a lo largo de su vida 68 euros de gasto en electricidad y evitar la emisión de casi media tonelada de CO2. Bastará con cambiar las tres bombillas de mayor consumo de toda la casa para que se reduzca a la mitad el gasto en iluminación. Es así de sencillo. Otra recomendación es instalar tubos fluorescentes en los espacios en que se necesite mucha luz y donde ésta permanezca encendida por mucho tiempo: baños, cocina, trastero… Son ahorradores de energía porque su duración es diez veces mayor respecto a las lámparas incandescentes y consumen cuatro veces menos energía. Sin embargo, hay que evitar encenderlas y apagarlas continuamente: si se van a mantener apagadas un tiempo inferior a 20 minutos conviene dejarlas encendidas. Por otro lado, con independencia del tipo de bombilla o de lámpara, se debe cuidar su limpieza: quitar el polvo de las tulipas y de las bombillas evita que la suciedad bloquee la luz que emiten.
Electrodomésticos: los vampiros de la energía
Frigorífico, televisor, lavadora y lavavajillas son, por este orden, los electrodomésticos que más consumen. A la hora de adquirirlos conviene valorar su consumo de energía, pero también las necesidades reales de cada hogar ya que de ellas depende el gasto que se va a hacer con el electrodoméstico: ¿para qué comprar una lavadora con capacidad para 7 kilos de ropa si la familia sólo tiene dos miembros? Una medida clave es la adquisición de electrodomésticos: optemos siempre por los de clase A, A+ y A++. Hay siete clases de eficiencia, identificadas por un código de colores y letras que van desde el color verde y la letra A, para los más eficientes, hasta el rojo y la G, para los menos. El consumo de energía puede ser casi tres veces mayor en electrodomésticos de clase G que en los de A: con un frigorífico A+ podemos ahorrar hasta 400 euros al año en la factura energética y dejar de emitir 2,2 toneladas de CO2 a la atmósfera durante su vida útil. Dado que el frigorífico es uno de los aparatos que más electricidad consume, veamos hábitos que permiten reducir su consumo de energía:
- Instalarlo en un lugar fresco, ventilado y lejos de los focos de calor.
- Mantener la parte trasera del frigorífico limpia y al menos a un par de centímetros de las paredes cercanas.
- Descongelarlo y limpiarlo a menudo, antes de que la capa de hielo aumente. Instalado en malas condiciones puede consumir un 15% más de energía.
- Mantener el congelador entre -18º y -15º; el frigorífico entre 3º y 5º.
- No abrir frecuentemente las puertas, y menos aún dejarlas abiertas: unos pocos segundos son suficientes para que se pierda buena parte del frío acumulado. Y para recuperarlo, gastará más energía.
Pasemos ahora a la televisión, cuyo consumo aumenta si se trata de un modelo plano. No hay más truco que el de apagar el equipo si no se utiliza. Y no se debe hacer de cualquier manera: hay que desconectarlo a través de los interruptores de los propios aparatos, porque cuando se apagan con el mando a distancia algunos de sus componentes siguen activados y consumiendo energía. La recomendación se hace extensible al DVD, equipo de música, videoconsola y al ordenador. Si no se va a utilizar el PC en 20 minutos, conviene apagar el monitor y si la inactividad se prolonga durante dos horas, procede apagar todo el sistema.
Programas cortos y económicos
Lavadora y el lavavajillas son otros dos “chupópteros” de energía. Sigue vigente con ellos la recomendación de comprar sólo aparatos con etiqueta energética de categoría A, pero además deben contar con ciclos económicos y cortos, y ofrecer la posibilidad de elegir entre distintas temperaturas de lavado. El mayor gasto de energía, tanto en la lavadora como en el lavavajillas, se produce al calentar el agua, por lo que seleccionar temperaturas bajas equivale a ahorrar electricidad: el ciclo de lavado a 60º C consume el doble de electricidad que el de 40º C. Con los detergentes tan efectivos que hay en los hogares, basta con elegir programas de agua templada o incluso fría, siempre que la suciedad de la vajilla y de las prendas lo permita. Conviene utilizarlos, lavadora y lavavajillas, al máximo de su capacidad pero sin llenarlos en exceso. Por otra parte, mejor ser austero con el detergente: si se pone demasiado jabón, el exceso de espuma hace trabajar innecesariamente el motor del aparato; es por ello que no hay que superar las cantidades recomendadas por el fabricante.
Consumir menos agua, y no sólo por ecología
La cocina y el baño son los puntos clave en la cruzada contra el despilfarro del agua. Un gesto tan simple como abrir el grifo está detrás del mayor sobreconsumo de agua en el hogar, supone entre 10 y 15 litros por minuto.
Un gesto tan simple como abrir el grifo supone gastar entre 10 y 15 litros por minuto
Para evitar el dispendio están los perlizadores de grifería, dispositivos que ayudan a controlar el gasto del agua y de sencilla colocación: se enroscan en el grifo y generan un chorro de agua gasificado al mezclarse el agua con el aire, manteniendo la misma presión o incluso aumentándola respecto a los sistemas tradicionales. Cuestan entre 6 y 20 euros, en función del modelo del grifo, y con ellos se reduce hasta un 50% el consumo de agua. No obstante, se deben adoptar más iniciativas que contribuyan al ahorro de agua. Entre el 60% y el 75% del gasto diario de agua se destina al aseo personal, por lo que la medida más economizadora es la de sustituir el baño por la ducha, ya que permite ahorrar más de 200 litros diarios de agua. La reducción de la factura del agua pasa también por esforzarse en desterrar hábitos tan comunes como dejar el grifo abierto de la cocina un buen rato para que el agua salga más fresca, poner la botella de vino debajo del chorro hasta que se enfríe o permitir que corra hasta colmar jarras y cazuelas.
Por otra parte, siempre que se utilice el fregadero para limpiar la vajilla conviene poner el tapón y enjabonar los platos con el grifo cerrado y abrirlo para aclarar cada utensilio. Si modificar los hábitos cotidianos es determinante para conseguir el ahorro de agua, éste sería aún mayor si se vigilaran las pérdidas o fugas en cañerías y grifería. El goteo de un grifo representa desperdiciar 30 litros de agua diarios. Una de las fórmulas más sencillas para detectar fugas es controlar el contador del agua: no utilice agua durante tres horas y verifique si el contador sigue corriendo o no. En caso de que ocurra, la casa puede tener una fuga.
«Cortarse» con el teléfono
El primer paso para controlar el gasto del teléfono móvil y el fijo es conocer el plan de precios de la tarifa contratada. Muchas veces se hace un uso indiscriminado del teléfono sin tener en cuenta que el horario en el que se realiza la llamada y el número que la recibe fijan la tarifa que se aplicará. Una vez identificados, hay que esforzarse por llamar sólo en las franjas horarias más baratas en el plan de precios contratado. Si por el cambio de horario de trabajo, de estudios o por cualquier otro motivo la tarifa ha dejado de ser la más conveniente, se deben determinar las horas en las que se realiza un mayor número de llamadas y los destinos más frecuentes, así como seleccionar otro plan de precios, que se ajuste lo máximo posible a las nuevas necesidades.
SMS en lugar de llamadas cortas
De cualquier manera, hay que controlar las llamadas de corta duración porque son las más caras: en el primer minuto se cobra el establecimiento de llamada (a partir de 12 céntimos más IVA) más la facturación de la duración de la conversación. Por ello, enviar un mensaje de texto en vez de realizar una llamada de corta duración supone un ahorro considerable, incluso es preferible realizar una llamada larga que varias cortas con el mismo interlocutor a lo largo del día. Si se utiliza a menudo este servicio se puede valorar la posibilidad de contratar un paquete o un plan de mensajes por lotes, en este caso de SMS.
Hay que controlar las llamadas de corta duración porque son las más caras
Internet también es un aliado a la hora de reducir el importe de las facturas telefónicas de un hogar. Gracias a la tecnología IP y a programas como Skype o Messenger, se pueden efectuar llamadas a móviles, a fijos y a números extranjeros a precios muy inferiores a los habituales. Sin embargo, lo más eficiente es hablar con usuarios que tengan también una cuenta habilitada en estos sistemas: sale gratis. Tan sólo se necesita un ordenador con tarjeta de sonido, unos altavoces y un micrófono. Y, claro está, un tema del que hablar. Por su parte, los paquetes de Internet incluyen tarifa plana para las llamadas metropolitanas y nacionales del teléfono fijo.