Las cifras oficiales hablan de tres millones de personas sin hogar en la Unión Europea. Un dato que admite matizaciones, pero evidencia un problema “millonario”. “Las personas entran y salen de la calle continuamente”, advierte Pedro Cabrera, profesor de Sociología de la Universidad Pontificia Comillas. En su opinión, es necesario salir de los despachos, acercarse a quienes carecen de techo para conocer y atender sus necesidades. Entre estas personas, cada vez más, se encuentran los inmigrantes. Un grupo que, según explica, “ha cambiado el perfil de las personas sin techo” porque son más jóvenes, más cualificados y con un recorrido menor en la calle. Pese a todo, recuerda, sus derechos básicos son “exactamente los mismos”. “Nadie que pueda vivir cómodamente elige vivir menos cómodamente”, subraya.
Actualmente, se mantiene un lento fluir de gente hacia los límites de la exclusión. Independientemente del tiempo que permanezcan, las personas entran y salen de la calle continuamente, lo cual remite a la necesidad de determinar políticas de carácter preventivo. Hay que poner cortafuegos, hacer una labor preventiva brutal. Eso significa dotar de estrategias concretas a los servicios sociales.
“Hay que romper la idea de que todas las personas que viven en la calle son iguales y buscar soluciones adaptadas para retornar al techo”
Por supuesto. Las vías de llegada a la exclusión más extrema son muy concretas. Hay gente que llega a la calle tras haber vivido un periodo de depresión, otros que lo hacen después de una crisis familiar o por una desinstitucionalización, tras salir de un centro de menores, por ejemplo. De ahí que no se pueda tratar igual a todas las personas. Cada una tiene su especificidad. Hay que romper la idea de que todas las personas que viven en la calle son iguales y buscar soluciones adaptadas para retornar al techo. Son necesarias soluciones alternativas a los albergues, donde todas son tratadas igual. Las políticas para salir de la calle no deben entenderse como un rescate, sino como una búsqueda de diferentes alojamientos donde, en función de diferentes posibilidades, se pueda tener una vida bastante más digna.
Los números tienen que ver con la definición que les respalda. Según lo que se entienda por “personas sin hogar”, el número crece o disminuye. Lo mismo ocurre según el perfil de población que se tenga en cuenta. Actualmente, Feantsa trabaja sobre la base de una tipología europea de personas sin hogar que establece cuatro categorías: personas sin techo, sin hogar, vivienda insegura y vivienda inadecuada. Esto hace que las cifras puedan ser más altas. En España, si hablamos de personas sin techo, se puede decir que hay unas 30.000, pero si incluimos las situaciones de hacinamiento residencial, que con la afluencia de inmigrantes se da cada vez más, podemos hablar de más de un millón de personas. En ese sentido, las cifras hay que verlas en función de lo que tienen detrás.
Se trata de captar información de las personas sin techo. Para ello, se diseña un trabajo de campo muy minucioso, se divide la ciudad en distritos, barrios y zonas, que son rastreadas por voluntarios. Cuando éstos localizan a una persona que vive en la calle, le ofrecen la posibilidad de responder a un cuestionario que tiene una doble función. Por un lado, pretende captar información de la persona sin techo y, por otro, busca establecer un contacto interpersonal, que muestre un interés de acercamiento. Además, es una tarea de sensibilización ciudadana, que nos permite acercarnos con una mirada cálida a quienes muchas personas consideran un despojo.
“El hecho de ser inmigrante no destruye la condición de ser humano. Los derechos básicos son exactamente los mismos”
Sin duda, la llegada de inmigrantes ha cambiado el perfil de las personas sin techo. Las personas extranjeras que viven en la calle son más jóvenes, están más cualificadas en términos laborales, tienen un mayor nivel educativo y su recorrido en la calle es, en general, más breve. Normalmente está vinculado a la gestión de papeleo. No obstante, aún siendo muy reciente la presencia de este grupo en las grandes ciudades, preocupa la aparición de un resto, un número de personas, que no acaban de remontar su situación.
Plantea muchos retos. En primer lugar, exige una asistencia jurídica administrativa específica, una mayor formación en idiomas para establecer una relación más cercana, una mayor formación en atención y acompañamiento… Exige, en definitiva, una visión más cosmopolita, pero, sobre todo, exige no olvidar que el hecho de ser inmigrante no destruye la condición de ser humano. Los derechos básicos son exactamente los mismos. El ser humano es el mismo.
En este momento se podría. Lo que ocurre es que no es tan fácil como decir: “Cuántos son, tantas plazas hacen falta”. No hay una situación única, no se puede hablar de una plaza por persona, sino que cada plaza necesita un diseño concreto según la edad, el sexo y las peculiaridades de cada persona. En ese sentido, el acercamiento a quienes viven en la calle nos define el perfil básico al que hay que intentar responder. No hay que tratar de solucionar todo con alojamientos residenciales colectivos.
“Nadie que pueda vivir cómodamente, elige vivir menos cómodamente. Vivir en la calle acorta la esperanza de vida una media de 30 años”
Ésa es la clave. Puede haber una oferta que, sin embargo, sea desconocida para los usuarios. Nadie que pueda vivir cómodamente elige vivir menos cómodamente. Vivir en la calle acorta la esperanza de vida una media de 30 años. Por lo tanto, nadie en su sano juicio elige esta opción.
En mi opinión, los servicios sociales se han encerrado mucho en los despachos y hay que recuperar el contacto con la calle. En cuanto a la oferta residencial, debería ser más diversificada, más heterogénea. Se pueden organizar distintos modelos de alojamiento, como los pisos tutelados, las mini residencias o las pensiones sociales.
Desde luego, pero sin olvidar la labor asistencial. Hay que evitar que las personas lleguen a la calle, pero una vez que están ahí, hay que ayudarlas, potenciar el nivel asistencial. Hay que saber cuánta gente hay en la calle, qué perfil tiene, de dónde procede, qué motivo, qué crisis personales, laborales, psicológicas o familiares le han llevado a carecer de un hogar. Todos estos datos nos dan pistas para adaptarnos a su situación y ayudar. Debemos procurar que las personas salgan cuanto antes de la calle.