Considera a las migraciones un fenómeno estructural. De ahí que augure su continuidad a pesar de la situación de crisis en los países de destino. Isidoro Moreno, catedrático de Antropología Social de la Universidad de Sevilla, conoce en profundidad estos procesos y, desde su experiencia, se permite asegurar que la migración es una necesidad propiciada por los países del Norte: “Somos los que estamos destruyendo los recursos de los países del Sur”. Critica la globalización, la relación entre naciones, el Plan de retorno voluntario y la consideración instrumental de las personas, “que establece que los inmigrantes que estén en los países europeos sean aquellos que necesitemos”. A su juicio, las medidas necesarias van por otro camino, uno que libere de trabas a la integración y fortalezca la tolerancia. “Se insiste en que son los inmigrantes quienes tienen que integrarse en nuestra sociedad, pero para considerarlos parte de nosotros se les exige, al menos implícitamente, que dejen de ser como son”, se queja.
El fenómeno de las migraciones es estructural. Por lo tanto, aunque sin duda resulte afectado por las coyunturas de los distintos países de recepción, no sólo continuará, sino que se acentuará en los próximos años. La razón es la dinámica de la globalización mercantilista, que lleva a que las estructuras económicas y sociales de la mayor parte del mundo se destruyan cada vez más y, por ello, la emigración será una necesidad que crecerá. Si, por ejemplo, las grandes industrias de pesca europeas, incluidas las españolas, han esquilmado la pesca existente en la costa de Senegal, eso obliga a los pescadores a emigrar. Somos los países del Norte los que estamos destruyendo los recursos y la propia cultura de los países del Sur. Las migraciones a los países del Norte son el efecto boomerang de la globalización. Por lo tanto, continuarán y se acentuarán mientras ésta continúe.
“Los términos en que se ofrece el Plan de retorno voluntario hacen que sea una medida seguida por un porcentaje realmente muy pequeño de inmigrantes
El Plan es una medida gubernamental de cara a la galería. Realmente, los términos en que se ofrece, respecto al compromiso por parte de quienes se acojan a él de no volver a España durante varios años y otra serie de condiciones, hacen que sea una medida seguida por un porcentaje realmente muy pequeño de inmigrantes. Las medidas necesarias van por otro camino.
Hay que partir de una premisa: las personas en el mundo no pueden tener menos derechos que los capitales y las mercancías. En este sentido, cuando se insiste en la liberalización de los mercados, cuando los capitales y las mercancías del Norte invaden a los países del Sur, cuando prácticamente no hay freno ni normativa para la circulación de esos capitales y de esas mercancías, las medidas adecuadas serían, fundamentalmente, un cambio en el modelo de relación entre los países del Norte y los países del Sur y un cambio en el propio sistema económico, social y político actual.
La convivencia, salvo casos puntuales, no ha sido mala. No obstante, puede oscurecerse en el futuro debido a una especie de creencia que establece que los inmigrantes que estén en los países europeos, incluida España, sean aquellos que, entre comillas, necesitemos. En este sentido, el hecho de admitir sólo a los inmigrantes que necesitemos supone una consideración exclusivamente instrumental de las personas. Las posibilidades de recibir inmigrantes se cierran más o menos dependiendo de un único criterio: el número de empleos que dejen libres los trabajadores nacionales. Esta tendencia, en momentos de crisis, puede llevar a que algunas personas utilicen a los inmigrantes como chivos expiatorios y creo que, desgraciadamente, se pondrá de manifiesto en un futuro no muy lejano.
“Si se invirtiera más en servicios comunes, una parte importante de la xenofobia y del racismo se eliminaría o, al menos, sería menos fuerte”
Sin duda. Localmente tiene y tendrá muchos efectos, algunos muy visibles. En general, en España estábamos acostumbrados a que el ámbito social fuese visto como un ámbito homogéneo. Pero eso ha saltado por los aires, sobre todo, en las grandes ciudades. La multiculturalidad es cada vez más evidente y algunos de sus efectos son muy importantes. En el caso de los servicios públicos, a veces, el racismo y la xenofobia se disfrazan con un discurso, según el cual, los inmigrantes acuden mucho a estos servicios y, por ello, se deterioran. Sin embargo, la realidad es que sería necesario redoblar las inversiones en sanidad, educación y vivienda. Así se dejaría sin excusas a esos discursos xenófobos y racistas, que la mayoría de las ocasiones no responden a la realidad. Si se invirtiera más en servicios comunes, una parte importante de la xenofobia y del racismo se eliminaría o, al menos, sería menos fuerte.
“El racismo y la xenofobia siempre son mayores, no sólo de lo que se piensa, sino de lo que se confiesa”
El racismo y la xenofobia siempre son mayores, no sólo de lo que se piensa, sino de lo que se confiesa. Pocas personas se declaran abiertamente racistas o xenófobas porque el racismo y la xenofobia tienen mala imagen, pero eso no significa que no existan. Hay muchos tipos de racismo. El más generalizado hoy en día es el racismo cultural. Ha superado al racismo clásico, que asegura que determinadas características biológicas hacen inferiores a las personas que las tienen. La inferioridad en la actualidad se achaca a características culturales, a costumbres, a tipo de familia, incluso, a creencias religiosas. Este racismo cultural es hoy el más importante porque, además, no se visualiza ni se reconoce como tal.
Éste es un problema central. Se insiste en que son los inmigrantes quienes tienen que integrarse en nuestra sociedad, en nuestras costumbres y en nuestra cultura. Pero para considerarles parte de nosotros se les exige, al menos implícitamente, que dejen de ser como son, que rehúsen a su propia cultura, a su forma de ver las cosas, a sus valores, a sus costumbres e, incluso, a su modo de alimentarse. Esto puede considerarse un intento de dominación cuando, además, quienes rehúsan a todo ello no tienen garantizada la integración. Los inmigrantes no tienen que aceptar las costumbres de nuestra sociedad, sino conocerlas, reconocerlas y respetarlas. Y seria muy importante que la población autóctona se esforzara también en conocer, reconocer y respetar sus costumbres. Ésta es la única base para un futuro de convivencia y verdadera integración. No se puede obligar a las personas a cambiar sus valores. Es inaceptable.
“El conocimiento, reconocimiento y respeto de la cultura de los otros debe nacer en la propia escuela desde preescolar. Es una base absolutamente imprescindible para poder edificar un futuro de convivencia”
La educación que se da en nuestras escuelas e institutos, incluso en muchas aulas de la universidad, es una educación profundamente eurocéntrica. Seguimos considerando a los occidentales, a los europeos, situados en una especie de escalón superior en el conjunto de culturas y civilizaciones del mundo. Esta educación profundamente etnocéntrica hace que, desde la infancia, los niños se consideren culturalmente superiores a otras personas de origen latinoamericano o africano, por ejemplo. La lectura de la Historia, narrada como una especie de epopeya donde los superiores son los occidentales y los inferiores las poblaciones indias, en el caso del descubrimiento de América, tiene mucho que ver con la manera actual de contemplar a las personas inmigrantes. Es necesaria una escuela multicultural, no con muchos alumnos de países diferentes, sino con asignaturas y maestros que enseñen lo que han aportado las distintas civilizaciones. El conocimiento, reconocimiento y respeto de la cultura de los otros debe nacer en la propia escuela desde preescolar. Es una base absolutamente imprescindible para poder edificar un futuro de convivencia.
Las palabras muchas veces actúan como armas. Al igual que tenemos un lenguaje sexista u homófobo que busca la ridiculización, hay términos claramente peyorativos que se utilizan para referirse a los inmigrantes. Lo correcto sería designar a los otros como ellos mismos planteen. De lo contrario, las palabras pueden fortalecer el sexismo, el racismo y la discriminación cultural.
Primero hay que aclarar que, si hubiera conocimiento, reconocimiento y respeto, la existencia de mediadores interculturales sería menos imprescindible. Por otro lado, a veces esta figura queda confusa, puesto que se considera mediador intercultural a un traductor lingüístico mientras que, en un sentido estricto, un mediador es aquella persona que conoce, reconoce y respeta más de una cultura. No basta con conocer una de ellas, éste es un error. La profesión de mediador se está convirtiendo en un yacimiento de empleo. Casi cualquier persona cree que puede serlo, pero no es así. Los verdaderos profesionales tienen que conocer las bases teóricas de la defensa de la diversidad cultural. Deben conocer profundamente las culturas existentes en nuestro entorno y, al menos, la cultura de uno de los colectivos de inmigrantes. Sólo teniendo esta base teórica, metodológica y práctica se puede ejercer adecuadamente de mediador intercultural. No basta, aunque es necesario, el conocimiento lingüístico.
El fenómeno de las migraciones se topa, a menudo, con una serie de dificultades. Según Isidoro Moreno, éstas se clasifican en seis grupos o “muros”. El primero sería el muro de las fronteras. “Desde hace muchos años, las políticas de inmigración son casi políticas de control de los flujos”, explica el catedrático. El segundo sería el muro de la regularización.
Aunque se podría considerar superado por las personas que llegan con un contrato firmado en origen, este muro es reversible. “Puesto que los permisos de residencia dependen de la situación de empleo, muchos inmigrantes que pierden su trabajo y no encuentran uno nuevo pasan a una situación ilegal”, lamenta Moreno. Las circunstancias de cada persona obligan, a veces, a tener que superar este muro en más de una ocasión, lo que origina la tercera traba: la normalización de la vida.
Ligada a las posibilidades de reagrupación familiar, “las normativas europeas y la propia reforma que nos amenaza de la ley de extranjería ponen cada vez más obstáculos a ésta”, advierte Moreno. A su entender, la integración resulta difícil para una persona “si, previamente, no tiene posibilidades de integrarse en una familia”. “Las condiciones para reagrupar a la familia son cada vez más difíciles, un muro más alto”, subraya.
Por su parte, el cuarto muro sería el de la ciudadanía, “la posibilidad de ser sujeto de derechos”. La ciudadanía se convierte en un instrumento de discriminación cuando, a pesar de regularizar su situación, los inmigrantes no son considerados ciudadanos. “Por lo tanto -asevera Moreno-, hablar de integración cuando se les niega una parte importante de los derechos, es pura hipocresía”. Para superar esta barrera habría que separar las condiciones de ciudadanía y nacionalidad: “Y esto es algo que, según parece, prácticamente ningún Estado está dispuesto a rehusar”.
Tampoco parece fácil derribar el quinto muro, el de la xenofobia y el racismo, “que impide tener realmente el derecho a no ser discriminado socialmente. No basta con tener trabajo o papeles para integrarse. En algunos casos, el color de la piel, el apellido o determinadas normas alimentarias marcan a las personas”. Persiguen a los inmigrantes, pero también a sus descendientes. Son la base de la xenofobia y la discriminación hacia quienes, incluso, pueden tener nacionalidad española. “Pero saltar los muros anteriores no es ninguna garantía de poder saltar éste”, puntualiza el catedrático.
En este sentido, el último muro es el del reconocimiento jurídico, legal y, sobre todo, social de los derechos colectivos. En una sociedad multicultural, los inmigrantes tienen derecho a conservar sus propios rasgos culturales, sus propios valores. No se puede impedir que mantengan las diferencias o que éstas “sean tomadas como base de desigualdades”. “Sin embargo, lamentablemente, estos seis muros están aumentando su altura”, concluye Moreno.