Pocas han sido las voces docentes universitarias que se han alzado contra el Plan Bolonia.
Una de ellas es la de Federico Fernández-Crehuet López, profesor de la Universidad de Almería. Precisamente, la facultad donde este doctor en Leyes es profesor titular de Filosofía del Derecho es la una de las escasas instituciones en que las que el Plan se están implementado en la actualidad. Se ha adelantado a 20l0, fecha última que se otorga las universidades españolas para aplicar la reforma.
Fernández-Crehuet admite que su postura, según él compartida por otros profesores universitarios de toda Europa -aunque son pocos los que se atreven a manifestarlo públicamente-, puede que llegar demasiado tarde, pero se siente en la obligación de denunciar que Bolonia supone «una renuncia institucionalizada: la muerte de los grandes sueños de la educación y el encumbramiento de la educación a medias».
La Universidad necesitaba una reforma sustancial pero diferente a Bolonia. En realidad, lo que viene a hacer este plan es confirmar la tendencia que lleva produciéndose desde los años 60 en las universidades europeas, y en España algo más tarde -coincidiendo con las aperturas de las universidades privadas-, que no es sino la privatización de la universidad pública.
Se trata de hacer una Universidad mucho más barata para el gasto público
Efectivamente. Se trata de hacer una Universidad mucho más barata para el gasto público. A la postre saldrá caro, porque vamos a tener profesionales peor preparados y eso inevitablemente genera costes sociales.
Desde el punto de vista jurídico no es imparable, pero en la práctica todo apunta a que lo va a ser. No es imparable porque la Declaración de Bolonia está enmarcada en lo que se conoce como “soft law”, derecho blando. No es una directiva europea por lo que los Estados no tienen obligación jurídica de aplicarla, sin embargo, muchos países la han hecho suya y están legislándola. De hecho, en España se está reformando la Ley de Universidades a través de decretos en vez de hacerse con una ley orgánica. Así que desde el punto de vista jurídico puede ponérsele trabas, pero donde creo que es imparable es en el ámbito sociológico y empírico. Salvo en alguna universidad, los rectorados han hecho suya la reforma.
Recrea un modelo de la Edad Media. Comencemos por el nombre que toma la reforma, que no es accidental. Bolonia es la ciudad en la que fue fundada la primera universidad de Europa, en 1088. Se trataba de una facultad de derecho donde los juristas de toda Europa acudían para mejorar su preparación. De vuelta a sus países, el hecho de acreditar título y estancia en la Universidad les permitía ganar mucho más dinero. Pero además, Bolonia se basaba en un mito, en la existencia de “Ius commune”: que el Derecho Romano, caído el Imperio, era el que se aplicaba en todas las regiones cuando en realidad se aplicaban de forma fragmentaria y las tradiciones jurídicas eran particulares para cada Estado o Reino. En definitiva: nos estamos inspirando en una universidad privada que formaba la élite en un supuesto falso.
Los principios más profundos que rigen la Declaración de Bolonia son de carácter económico
Hay que cuestionarse antes por qué la Declaración de Bolonia cree que existe una cultura europea común. Igual que no existía en la Edad Media, no existe ahora. Las culturas no son algo duro y consistente sino que tienen más que ver con los fluidos, que se mezclan e interactúan, como apunta el sociólogo Zygmut Bauman. Pero los principios más profundos que rigen el Plan de Bolonia son de carácter económico. Me voy a valer de un ejemplo para explicarlo. Si yo tengo una bombilla, esa bombilla tiene que funcionar en cualquier país de Europa. Está homologada. Se trata de hacer profesionales homologados para que puedan ser intercambiables en todo el mercado. Esto es la teoría, porque en la práctica, Bolonia nos conduce a un programa fragmentado del saber: no se puede homogeneizar lo que no es homogéneo.
Bolonia exige un modelo de estudiante que no trabaje, un estudiante a tiempo completo que no puede hacer ninguna actividad al margen de la Universidad. Le obliga a destinar las 40 horas “profesionales” de la semana a su faceta de estudiante. No sólo acudiendo a clase. Debe cumplimentar su tiempo con seminarios, preparación de tareas, estudios prácticos. Aquellas personas que quieran o estén obligados a estudiar mientras trabajan, o trabajar mientras estudian no van a poder hacerlo. Además, el nuevo sistema de créditos europeos computa las horas que el estudiante debe dedicar al estudio aunque no ofrece un número de horas académicas igual, así que el estudiante paga todo el montante de la matrícula aunque parte de las horas de estudio se las tenga que procurar él mismo.
Es un problema que ahora está encima de la mesa. El sistema de becas actual era relativamente bueno. Más exiguo que el de otros países europeos, pero con una concepción de fondo perdido. Estas becas se van a mantener pero se va a promocionar el sistema de becas-crédito, becas-préstamo, lo que significa que el estudiante tiene que devolver el dinero que se le ha prestado para pagar la matrícula. Esta fórmula se ampara de nuevo en homogeneizar el sistema europeo, pero evidencia que se está produciendo un desmantelamiento del sistema social de derecho. Si el Estado apuesta por una educación libre no tiene sentido que las personas que ejercen el derecho a la educación se les pida que devuelvan el dinero.
La Universidad debe ayudar a formar profesionales con capacidad crítica y de emancipación, y no reproducir piezas de un mecanismo de dominación
La idea de que la Universidad forma personas es una idea muy romántica pero no es real. La Universidad está ya inserta en un sistema de capitalismo de masas del que, desgraciadamente, no puede salir, pero sí debe intentarse que cumpla con la obligación de formar personas útiles para la sociedad, que el profesorado comunique con sus alumnos sin que esa relación responda a un contrato mercantil entre las partes. Se trata de ayudar a formar profesionales con capacidad crítica y de emancipación, y no reproducir piezas de un mecanismo de dominación.
La libertad de cátedra, como muchas otras libertades, no existe más allá del marco que la declara. Es decir, yo no puedo enseñar en mis clases lo que entiendo que sería mi materia, sino que la definición y los contenidos están delimitados dentro de los planes de estudios y los materiales son aprobados por el Ministerio. Pero efectivamente, Bolonia aleja la libertad de cátedra no ya de su ejercicio sino incluso de su definición al no reconocerla sino, de nuevo, querer homogenizar el saber.
El binomio investigación y enseñanza, que es la razón de una universidad, se pierde
Tanto en la forma de impartir la enseñanza, como en la forma de definir la materia, como en la investigación. Esta última es muy difícil de llevar a cabo si te ves obligado a realizar arduos esfuerzos en conseguir financiación para un proyecto. En cuanto a la labor docente, la obligación de tener que tabular constantemente los contenidos, tener que releer la guía docente y que ésta sea compartida entre todos y que además sea coincidente con las demás de Espacio Europeo…, si además tienes que estar constantemente encima de un alumno que reclama permanentemente tu presencia pues está obligado a ello, el binomio investigación-enseñanza, que es la razón de una universidad, se pierde.
Así lo marca la norma, y esto está derivando en relaciones paternalitas propias de un sistema escolar. Un profesor universitario va a ser con Bolonia lo más parecido a un profesor de instituto, con todos los respetos para los compañeros de estas importantes instituciones. El alumno debe estar constantemente evaluado, lo que le imposibilita ser capaz de adquirir conocimientos no fragmentados, propios del Bachillerato, que le conduzcan a ideas profundas y conceptuales.
No es sólo un problema de idioma, también de conocimientos. No se pueden homogenizar saberes que no son homogéneos. Además, si todo está tabulado, difícilmente podrá un estudiante ir a otra universidad a aprender algo diferente. Es paradójico, pero en Medicina, donde el conocimiento científico podría considerarse común, no se está implementando el proceso.
Bolonia trata de llevar a mucha gente a la universidad y producir una masa informe de gente que tiene un graduado. Eso no es bueno. Por un parte, se corre el riesgo de vaciar la Formación Profesional, que es necesaria, los oficios son necesarios, y por otra, se desvirtúa el valor de los títulos superiores. A esto hay que añadir el precio de obtener un máster ronda los 2.000 euros, el más barato. Se obliga a realizar un esfuerzo muy grande: una persona que gane en torno a 2.500 euros tiene que destinar un salario completo a la matrícula de un hijo, sólo a la matrícula.
Evidencia que la empresa privada está dentro de las universidades y que su presencia e impronta va a ser cada vez mayor. El mayor peligro que encuentro en que el estudiante tenga que hacer prácticas, un requisito que no es único para obtener el título pero sí es una vía, es que se facilitan trabajadores sin derechos sociales. Un estudiante del último curso de carrera entra a un bufete de abogados, por ejemplo, y se convierte en un trabajador al que no le ampara cobertura legal alguna.
La esperanza que me queda es que cuando se quiere abarcar tanto, es difícil que se logren cambios realesSalvo un grupo de profesores de España que están en contra, los demás van a trabajar para que el Espacio Europeo de Educación Superior sea realidad. En espacio abarca a más de 40 países que poco tienen que ver entre ellos. No sé qué coincidencias se encuentran entre Moldavia y España, sólo me queda entender que existe una voluntad política sostenida en razones económicas para que se lleve a cabo una reforma, que insisto, no responde a una obligación sino a la voluntad. La esperanza que me queda es que cuando se quiere abarcar tanto, es difícil que se logren cambios reales.