La base sobre la que se sustenta cualquier jardín es el suelo, en el más amplio de los sentidos. Si éste no tiene las características necesarias o no está bien trabajado, los resultados que se obtengan nunca alcanzarán lo que se podía esperar.
Sabiendo de qué tipo de suelo se dispone se puede comenzar a realizar cualquier tarea en un jardín. Pero muchas veces se olvida, tal vez porque se ignore, que existen diferentes capas del suelo y que el amante a la jardinería sólo tiene que trabajar sobre una de ellas. En las próximas líneas se analizan cuales son y por qué:
–La superficie. Es la capa que queda a la vista y sobre la que se tiene que trabajar. En ella se acumulan los nutrientes y la materia orgánica de la que se alimentan las plantas. Las características de esta tierra se pueden alterar con la acción del hombre para convertirla en el suelo que se necesita. Su grosor puede variar, pero normalmente oscila entre los 5 y los 20 centímetros de espesor.
–El subsuelo. Es la capa inmediatamente inferior a la de la superficie. Su grosor varía enormemente en función de la localización. Normalmente las raíces nunca se aventuran a entrar en esta capa donde la falta de humus es la nota dominante. Cuando se realicen tareas de oxigenación y volteado del suelo es conveniente no sacar a la superficie grandes cantidades del subsuelo, porque sin duda empobrecerán la capa superficial.
–La roca madre. En función de ella se formará un tipo de suelo u otro. Por lo general, esta capa se encuentra lo suficientemente profunda como para no ser alcanzada por el jardinero en sus trabajos habituales, aunque en tierras altas puede estar más cerca de la superficie de lo que se podría esperar.