Llegamos a las primeras vacaciones del primer curso en el que se ha planeado una formación que combina telepresencia, grupos reducidos, turnos, rotaciones, medidas de restricción de los movimientos y un largo etcétera de nuevas situaciones en el aula que marcan el aprendizaje de los alumnos, sobre todo de los más jóvenes. Para analizar las repercusiones que puede tener este curso en el desarrollo formativo de los alumnos, hablamos con Antonio Labanda, coordinador-presidente de la Sección de Psicología Educativa del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid y vocal por Madrid de la División de Psicología Educativa del Consejo General de la Psicología de España.
¿Qué diferencias, a nivel psicológico, hay entre una clase presencial y una por videollamada?
Dependerá de la edad de los niños. Hacer una clase a través de videollamada exige una organización y planificación distinta. No se debe dar una clase a través de un dispositivo como si fuera una clase presencial. Evidentemente, también tenemos que tener en cuenta que en una clase presencial hay un contacto directo con el profesor, el maestro puede observar si presta atención, lo ha entendido, etc. Un niño con TDAH presenta más dificultades en atención, sin embargo, niños con dificultades lecto-escritoras pueden mejorar su rendimiento, ya que la escritura se realiza a través del teclado del ordenador. Estamos viendo que, aunque se haya trabajado en el confinamiento, los niños vienen como sin rodaje, más lentos y con peores competencias.
¿No se puede aprender igual?
Los niños necesitan el contacto con los demás niños. Las personas adultas no lo requieren tanto. Convivir, socializarse, son aspectos fundamentales en el desarrollo madurativo de los niños. El individualismo nos hace más egoístas. El trabajo del respeto, la tolerancia y la empatía son elementos básicos en la educación emocional y esta debe darse en la convivencia con los iguales y con las figuras importantes de apego y de autoridad (profesores, padres, etc.). Dependiendo de las características psicológicas del niño, del ambiente sociofamiliar, del nivel económico… las clases online pueden afectar muy negativamente. Se puede aprender igual si exclusivamente estamos hablando de aprendizaje, pero la educación va más que el aprendizaje de conocimientos.
¿Qué aspectos se potencian en esta educación a distancia?
Una de las cosas que se potencia es que el alumno se siente más protagonista. El profesor no da exactamente conocimientos, da pautas para que el alumno sea quien los busque. El aprendizaje activo es fundamental. Aprendo porque me esfuerzo, porque lo busco, porque participo, y no porque me lo dan y utilizo la memoria para aprender. Una de las competencias clave es aprender a aprender, y eso las tecnologías nos permiten un mayor uso. Aquí es muy importante ayudarles en la panificación de tareas y en la autorregulación del proceso de solución de problemas que las tareas pueden plantearles.
A veces, los padres y madres vemos con un prisma diferente, con una supuesta superioridad moral, la relación de los niños y adolescentes «nativos digitales» con la tecnología. ¿Están mejor preparados ellos para aprovechar las clases online que nosotros para teletrabajar por videoconferencia?
Los niños conviven ya con la tecnología, nacen rodeados de aparatos electrónicos. Ahora bien, educarles en el buen uso de las tecnologías es fundamental. Todo lo que buscamos en Internet no es verdad. Google no tiene la verdad absoluta. Hay que diferenciar contenido verídico y científico y del que no lo es. Hay que educarles en el buen uso de las redes sociales. Porque aquello que pongas en Internet lo normal es que nunca se elimine. Además, el poder de transmisión de una red social es universal. Hay que advertirles de que tengan mucho cuidado con quienes se esconden en las redes sociales y cuyo objetivo es otro: pornografía infantil, acoso sexual, etc.
Se habla, también, mucho del «tiempo de pantalla» que deben tener los niños y jóvenes al día. Si se pasan varias horas atendiendo a clase detrás de una pantalla, ¿cómo se equilibra?
Como muchas cosas que manejamos, todo tiene un tiempo. No podemos tener un tiempo ilimitado para comer, para asearnos, etc. Pues exactamente igual para los aparatos electrónicos. Hay que enseñarles a tener otras alternativas: lectura, deporte, juegos de mesa, etc. El cerebro también cambia con el aprendizaje a través de las tecnologías. Por ejemplo, antes sabíamos muchos números de teléfono, y ahora tenemos el móvil que lo recuerda por nosotros. Uno de los aspectos a tener en cuenta es que refuerza tener una baja tolerancia a la frustración. Queremos que las cosas sean ya, al momento; no podemos esperar. Antes si necesitábamos, por ejemplo, saber lo que una palabra significaba, teníamos que ir a nuestra casa, coger el diccionario, buscarla, leerlo y comprenderlo. Ahora no esperamos, lo buscamos de forma inmediata y la respuesta la tenemos en milisegundos.