El efecto inflacionista del euro se ha dejado sentir en todos los países de la zona, pero en mayor medida en aquellos cuyas monedas de origen (peseta, lira, escudo) tenían un valor pequeño con respecto a la nueva divisa, según el Banco de España. De algunos de ellos ha partido la iniciativa de proponer la emisión de billetes de un euro, en un intento de ayudar a los consumidores, a quienes sin duda confunde el nuevo importe -a primera vista, bajo- de los productos y servicios. Es decir, Italia, Portugal y España están siendo los que más «sufren» sus efectos.
En nuestro país, en la práctica, tras los primeros momentos de desconcierto, el euro ha venido a reemplazar, en los pequeños pagos, a la vieja moneda de veinte duros. Sustitución que resulta equivalente a un incremento del 66%.
El impacto alcista de la moneda única en los presupuestos domésticos se ha dejado sentir, sobre todo, en los capítulos de gasto más sensibles. Mientras el Índice de Precios de Consumo (IPC) presenta un incremento próximo al 4% anual en España, al menos dos tercios de la «cesta de la compra», y en especial los alimentos no elaborados, y algunos servicios de uso cotidiano, se han encarecido en torno al 20% en un año, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE).
Los expertos del Banco de España habían calculado un efecto «redondeo» máximo de unas cuatro décimas, y todo apunta ahora a que esa estimación se ha quedado muy corta y supera un punto porcentual. El Gobernador, Jaime Caruana, ha explicado que los consumidores tienen una percepción muy clara del alza de precios porque ha afectado, sobre todo, a los pagos que realizamos cotidianamente, con dinero de bolsillo.
Doce meses después de su introducción, los españoles se manejan en euros con soltura (aunque siguen pensando casi siempre en pesetas), han aumentado la cifra que sacan del cajero automático o de la libreta, y tienen mayores dificultades para llegar a fin de mes.
El euro hizo una entrada triunfal y enseguida fue evidente que los largos periodos de transición sobraron. La población considerada oficialmente como «vulnerable» -caso de los ancianos o de los residentes en núcleos aislados-, resultó no serlo tanto. De hecho, transcurridas las dos primeras semanas, la peseta era una moneda residual, con la que sólo se realizaban el 3% de los pagos.
Pero las subidas de precios se pusieron de manifiesto de inmediato, con la inflada factura del primer desayuno en la cafetería habitual o el nuevo coste del abono transporte. Eran subidas mucho más allá del tan comentado «redondeo».
Los primeros en denunciar el efecto alcista de la moneda única fueron los consumidores, perplejos tras conocer la evolución bajista del Índice de Precios de Consumo del mes de enero. La dirección del INE decidió que 2002 fuera el año de los grandes cambios y varió la metodología del indicador de inflación. En el ejercicio que ahora termina se han modificado, además del IPC, la Encuesta de Población Activa y hasta la presentación de la Contabilidad Nacional.
En las tomas de precios, el INE había empezado a tomar en cuenta durante 2001 el impacto de las rebajas, las promociones y descuentos, para hacer posible la comparación anual el siguiente año, pero se guardó los datos, por considerar un riesgo para la seguridad jurídica la publicación de dos Índices distintos de un mismo ejercicio. En consecuencia, las rebajas han provocado una evolución mensual del IPC con fuertes altibajos, pero el encarecimiento ha terminado por aflorar en la recta final del año.
Y así, por efecto del euro y de las alzas de precios y también de impuestos que acompañaron su introducción, el diferencial de inflación de España con la media de los socios de la moneda única se ha disparado. Si empezó el año en nueve décimas (2,9% frente al 2% comunitario de diciembre de 2001), va a concluir en 1,7 puntos (3,9% frente a 2,2%), según los últimos datos difundidos.