Cerca de una veintena de expertos pertenecientes al Comité Científico para la Investigación Antártica (SCAR, sus siglas en inglés) se reúnen estos días en Cádiz para evaluar los efectos de la contaminación acústica en los mares sobre los cetáceos y otros mamíferos marinos. Las medidas que se acuerden en este encuentro, que termina hoy, serán vinculantes para todos los países integrados en el Tratado Antártico o que operen con fines científicos en el continente helado.
«El problema radica en encontrar la manera de continuar con las investigaciones en la Antártida perjudicando lo menos posible a los cetáceos, porque no se puede dejar de investigar», explica Manuel Catalán, profesor emérito de la Universidad de Cádiz y presidente del Consejo de Administradores de los Programas Nacionales Antárticos (COMNAP).
Según Catalán, la contaminación acústica viene producida, sobre todo, por las embarcaciones militares, «cuyos sónares para la detección de submarinos emiten ondas ultrasonoras que superan el límite soportable por los cetáceos, fijado en 180 decibelios».
Los equipos acústicos son necesarios para la mejora, entre otras cosas, de la cartografía náutica, la investigación de los fondos marinos y las propiedades de las columnas de agua en el Océano Antártico.