Las mujeres asiáticas que adoptan una dieta de estilo occidental, rica en carne roja, almidones y dulces, pueden incrementar el riesgo de padecer cáncer de mama, según un nuevo trabajo que han dado a conocer investigadores del Instituto de Shanghai para el Cáncer y de las universidades de Harvard y de Vanderbilt, ambas en EEUU. Los resultados se han obtenido después de comparar las dietas de unas 3.000 mujeres de Shanghai de entre 25 y 64 años, 1.459 de ellas con cáncer de mama. Todas ellas participan en el llamado Shanghai Breast Cancer Study, con el cual se intenta averiguar, entre otras cosas, que la occidentalización de la dieta en mujeres asiáticas aumenta el riesgo de cáncer.
Tradicionalmente se ha observado que las mujeres asiáticas tienen una menor incidencia de cáncer y, entre las muchas hipótesis aducidas para explicar esa menor incidencia, una de las que parecen más sólidas es la dieta. En el estudio de Shanghai, los investigadores han comparado los hábitos dietéticos y los han clasificado bajo dos perfiles, el que han denominado como «carne y dulce» y el perfil «soja y vegetales». Por la denominación se adivina qué tipo de productos configuran una dieta u otra: la de «carne y dulce», más rica en grasa y dulces, se caracterizaría por una alimentación en la que predominan carnes de diverso tipo (cerdo, pollo, ave, cordero y ternera, gambas, pescado de mar y marisco, así como postres dulces, caramelos, pan y leche). El perfil de «soja y vegetales» sería una dieta en la que predominan una buena diversidad de vegetales, productos hechos a base de soja y pescado de agua dulce.
Dieta occidental y sobrepeso
Aún se desconoce qué factores específicos de la dieta están influenciando en el riesgo de desarrollar cáncer
Las mujeres que más se acercaban al primer patrón tenían una mayor incidencia de cáncer de mama. La correlación era especialmente acusada entre las mujeres con sobrepeso en la edad de la menopausia. Según los investigadores, esta dieta más occidentalizada se asocia con un incremento de más del doble en el riesgo de padecer cáncer de mama receptor hormonal positivo. Este es un tipo de cáncer caracterizado por una alta producción de receptores estrogénicos. Muchos de los cánceres de mama son de este tipo y están asociados, además, con el sobrepeso.
Los resultados del trabajo, publicados en la revista Cancer Epidemiology, sugieren que ese perfil dietético asociado al sobrepeso podrían ser dos factores de riesgo a considerar. No obstante, el trabajo no descarta otros factores de estilo de vida que pueden estar influyendo en el desarrollo de la enfermedad. El problema, como indican los investigadores, es que aún no es seguro qué factores específicos de la dieta están influenciando en la posibilidad de desarrollar un cáncer.
No obstante, hay numerosos estudios que asocian una dieta occidental rica en carnes y grasas al desarrollo de cáncer. En noviembre de 2006 un trabajo de la Universidad de Harvard mostraba que comer más de una ración y media de carne roja al día puede incrementar el riesgo de padecer cáncer de mama receptor hormonal positivo. Más recientemente, otra investigación publicada el pasado mayo en la revista Epidemiology, sugería que el consumo regular durante toda la vida de carne ahumada y cocinada a la brasa puede incrementar el riesgo de cáncer de mama al menos un 50% entre las mujeres posmenopáusicas. En el caso de mujeres que acompañaban un alto consumo de carne con un bajo consumo de vegetales, ese incremento subía hasta el 74%.
Los autores, de la Universidad de Carolina del Sur en Columbia (EEUU), sugieren que ese incremento del riesgo es debido a los componentes cancerígenos que se forman en los alimentos muy cocinados, y especialmente en la superficie de las carnes muy hechas: las aminas heterocíclicas y los hidrocarburos aromáticos policíclicos. Sin embargo, cuando han intentado evaluar la ingesta de ambos compuestos en relación con el riesgo de cáncer, no se han hallado resultados relevantes, con la única excepción, dicen los investigadores, del «benzoalfapireno formado en la carne». En este caso, afirman, se halla una asociación entre el consumo de este compuesto y el mayor riesgo cáncer de mama receptor hormonal positivo en mujeres posmenopáusicas.
Más evidencias epidemiológicas
Lo llamativo es que estudios con grupos mucho más numerosos arrojan resultados similares. Uno es el denominado Estudio de Cohorte de Mujeres del Reino Unido (UKWCS, en sus siglas inglesas), realizado sobre un grupo de mas de 35.000 mujeres, con un seguimiento de unos ocho años, y dirigido por investigadores de la británica Universidad de Leeds. Resultados recientes de este estudio, publicados en el British Journal of Cancer, muestran que la asociación entre cáncer y consumo de carne roja y procesada es más «llamativa» en el caso de mujeres posmenopáusicas. El mayor consumo de carne roja (más de 57 g diarios) supone hasta un 57% de incremento en el riesgo de cáncer de mama y el mayor consumo de carne procesada (más de 20 g diarios de bacón, salchichas o embutidos diversos) con un 64% más de riesgo.
Otro estudio es el realizado por el Instituto Gustave Rossy (Francia), en el marco del proyecto europeo EPIC, acrónimo de Investigación Prospectiva Europea sobre el Cáncer y Nutrición. Los investigadores han estudiado la relación entre hábitos dietéticos y la incidencia de tumores colorectales en una cohorte de alrededor de 70.000 mujeres. En el caso de las mujeres con una dieta habitual rica en carne, embutidos, huevos, mantequilla, patatas y queso, los investigadores calcularon un riesgo de sufrir adenoma un 39% superior a las mujeres con una dieta rica en frutas, vegetales, aceite de oliva y pescado. Si la dieta era especialmente rica en carnes, el riesgo de adenoma se incrementaba en un 58%. De hecho, el cáncer colorectal es uno de los más prevalentes en los países occidentales, con cifras de incidencia muy superiores a las que se dan en otras parte del mundo, y uno de los que tradicionalmente se ha asociado con el estilo de vida y la dieta occidental.
No obstante, los trabajos epidemiológicos que establecen relación entre la dieta y el riesgo de enfermedad apuntan tendencias, pero no explican por qué. El problema sigue siendo hallar el factor o los factores que revelen esa relación causa-efecto y que aclare de una vez por todas la implicación de la dieta en el desarrollo de cáncer.
En la búsqueda de la explicación de porqué ciertos alimentos pueden ayudar en la prevención contra el cáncer se han propuesto muchos candidatos. Uno de los más recientes es el diindolilmetano, un producto de la digestión de vegetales crucíferos como el brécol o la coliflor, y la genisteina, una isoflavona de la soja. Según un trabajo de la Universidad de California, estos compuestos podrían interferir en un receptor que juega un papel importante en el desarrollo de algunos cánceres.
Las células cancerosas tienen en su superficie una expresión muy elevada de una citoquina receptora, la CXCR4. Los órganos en los que estas células se dispersan tienen altos niveles de expresión de una citoquina ligando, la CXCL12. Todo indica que es esta atracción entre una citoquina y otra la que arrastra a esas células cancerosas primeras a dispersarse y desarrollarse en esos órganos concretos. Se cree que estas citoquinas pueden jugar un papel en el desarrollo de más de una veintena de tipos de cáncer.
Los investigadores explicaron, en un trabajo presentado el pasado marzo en el encuentro anual de la Asociación Americana para la Investigación sobre el Cáncer, que cuando se aplicaba diindolilmetano y genisteína a células de cáncer de ovario y de mama, disminuía los niveles de estas citoquinas. Más espectacular parece ser el resultado de un segundo experimento, con el que se evalúa la movilidad de las células cancerosas con CXCR4 hacia las células con el ligando CXCL12. Según los investigadores, la aplicación de gesniteína y de diindolilmetano reducía la movilidad de las células cancerosas hasta un 80%.
La hipótesis es que de alguna forma estos compuestos disminuyen la expresión de estas citoquinas o interfieren en su acción. «Hemos probado otros compuestos vegetales y visto efectos similares», explicó Erin Hsu, uno de los autores del trabajo, «lo que implica que este mecanismo podría participar en los efectos protectores de otros vegetales». Claro que, si se trata de la dieta, el único inconveniente de la investigación es que una cosa es aplicar estos compuestos directamente sobre unas células y en una cantidad determinada, y otra cosa bien diferente es comer esos vegetales y esperar que llegue la misma cantidad de esos compuestos a las células. Una cosa es el trabajo en laboratorio y otra cosa son los efectos en vivo. Aun así, el trabajo aporta pistas valiosas y un buen argumento para consumir vegetales.