Los volcanes son un fenómeno geológico que despiertan una fascinación sin igual. La furia desatada de estos colosos ha contribuido a forjar la atmósfera, los océanos y el relieve planetario. Por sus cráteres exhala «la respiración del planeta», afirma Philippe Bourselier, que ha fotografiado decenas de ellos.
El Museo Nacional de Ciencias Naturales presenta estos días una muestra del trabajo de Bourselier. Se trata de un centenar de instantáneas que representan las distintas categorías de volcanes: estratovolcanes, hawaianos, vulcanianos, peleanos, etc.
Los volcanes surgen en el borde de las placas de la corteza terrestre. La mayoría son submarinos y quedan fuera de la vista, pero no del estudio de los geólogos, posible gracias a la tecnología y las observaciones por satélite.
Más de 500 millones de personas viven a sus pies y la densidad de población en sus laderas crece porque las cenizas y sedimentos proporcionan suelos feraces y en el sudeste asiático permiten dos y hasta tres cosechas por temporada.
En Japón e Islandia, estas «montañas de fuego» son ejemplos de explotación de la energía termal que emana de cráteres y campos de fumarolas. Del vulcanismo se obtiene azufre, obsidiana, piedra pómez o sosa cáustica.
Hoy en día, la tecnología y el seguimiento exhaustivo hacen improbables tragedias como la del Krakatoa (Indonesia). En 1883 la isla volcánica voló literalmente en pedazos. El estallido mató a 36.000 personas.