El krill da nombre a un pequeño crustáceo parecido a un camarón muy abundante en las aguas del continente austral. Se trata de una palabra noruega utilizada para designar a la comida de las ballenas, al ser su alimento básico, además del de otros animales como focas, pingüinos o aves marinas.
Este diminuto animal, del orden de las Euphausiaceas, es uno de los grupos más numerosos de los océanos: se estima que hay unas 90 especies en todo el mundo, y sólo en la Antártida habría una biomasa de krill de entre 50 y 150 millones de toneladas. Dentro de las especies más abundantes se encuentra el Krill Antártico (Euphasia superba) y el Krill del Pacífico Norte (Euphasia pacifica).
Sin embargo, una investigación del Instituto Antártico Británico (BAS en sus siglas inglesas) afirmaba que su número se ha reducido en el continente helado en un 80% desde la década de los 70. Los responsables del estudio consideran que podría deberse a la elevación en aquella zona de la temperatura atmosférica en dos grados y medio, causado probablemente por el calentamiento global. Este aumento habría ocasionado un descenso en el volumen del hielo, donde se acumulan las algas marinas de las que se alimenta el krill en invierno.
La desaparición de un animal tan básico en la cadena trófica o alimenticia afectaría drásticamente al resto de especies que dependen de él. No obstante, los mecanismos de adaptación podrían llevar a estas especies a cambiar de dieta. El estudio del BAS también constataba que al mismo tiempo que disminuye el krill se incrementan las salpas, unos organismos gelatinosos muy primitivos. Aunque no son tan suculentos como el krill, podrían ser ingeridos en caso de emergencia.
La lucha contra el efecto invernadero también podría deberles muchoLa lucha contra el efecto invernadero también podría deberles mucho. El krill se alimenta de plancton microscópico en las aguas superficiales del océano y desciende hacia aguas mucho más profundas durante la noche para ocultarse de sus depredadores. En cada una de estas migraciones verticales, expulsa en el agua el dióxido de carbono (CO2) que ha atrapado de la atmósfera. Según una investigación del BAS y de la Universidad inglesa de Hull, durante el gran número de veces que realiza este viaje expulsa el CO2, que queda retenido en el agua, en una cantidad equivalente a las emisiones anuales de 35 millones de coches.
Durante los años 60 y 70, Japón y la Unión Soviética comenzaron su pesca a gran escala, aunque en la actualidad se ha estabilizado, debido a que la actual Rusia ha abandonado esta pesquería, y a que se ha impuesto una cuota de capturas. El principal producto del krill para el consumo humano es su carne de cola congelada. Se comercializa como un producto de marisco similar a la langosta, rico en ácidos grasos Omega 3, vitaminas, minerales y antioxidantes. La acuicultura, especialmente la especializada en la cría de salmón, valora cada vez más el Krill Antártico como pienso.
Asimismo, algunas sustancias de las conchas del krill, como la quitina y el quitosán, tienen una amplia variedad de usos actuales y potenciales, desde la fabricación de membranas para altavoces hasta productos para reducir el colesterol. Los aceites extraídos del krill se han descrito como un mercado en expansión en los lucrativos sectores dietéticos, cosméticos y farmacéuticos. Sus enzimas (sustancias capaces de acelerar una reacción química) también tienen un interés potencial para usos farmacéuticos, como por ejemplo en el tratamiento de varios tipos de heridas e infecciones, e incluso podrían utilizarse para la restauración de obras de arte o para el desarrollo de detergentes «biológicos».
Excepto unas pocas especies, los eufáusidos, nombre científico genérico para el krill, tienen un “fotoforo” en el abdomen, una estructura que les permite emitir luz, gracias a una reacción química en la que intervienen el oxígeno y varios compuestos denominados luciferina, luciferasa y ATP (Trifosfato de Adenosina). Si bien se desconocen los motivos de esta capacidad de bioluminiscencia, algunas hipótesis lo relacionan con la reproducción, para atraer a los miembros del otro sexo, mientras que otras lo consideran un camuflaje para compensar su sombra y evitar ser reconocidos por sus depredadores, que viven en aguas más superficiales. Tampoco se conocen las razones para el desarrollo de su enorme ojo negro, aunque se trata de una de las estructuras más fascinantes de la naturaleza.
La mayoría de krills viven en grandes manadas que varían según las especies y la región. Por ejemplo, los grupos de Krill Antártico pueden oscilar entre los 10.000 y 30.000 ejemplares por metro cúbico. Se trata de un mecanismo defensivo utilizado contra sus depredadores, al igual que su reacción de escape, por el que pueden alcanzar velocidades de nado superiores a 60 centímetros por segundo.