Diversas iniciativas en todo el mundo trabajan en el desarrollo de las denominadas “redes eléctricas inteligentes” para sustituir a las actuales. Entre sus ventajas se encuentra una mayor eficiencia, una reducción del gasto energético y la generalización de las energías renovables, lo que favorece al medio ambiente y a la economía. Asimismo, los consumidores saldrían también beneficiados, ya que podrían generar su propia energía en casa y ser parte activa de la red.
Las redes eléctricas actuales no han cambiado desde que se concibieran a finales del siglo XIX. La idea básica consiste en hacer llegar grandes cantidades de energía a los usuarios finales en todo momento, tanto si lo necesitan como si no. Además, se trata de una relación unidireccional: los consumidores son receptores pasivos y no pueden participar como posibles productores domésticos.
Otra de las desventajas de esta configuración es su baja eficiencia, con el consiguiente impacto medioambiental que supone la producción energética: algunas estimaciones hablan de pérdidas de hasta el 20% de la energía que distribuye, sin contar los fallos en el servicio. Estas fugas eléctricas pueden suponer al cabo del año miles de millones de euros desperdiciados: por ejemplo, sólo en Estados Unidos (EE.UU.) se calculan pérdidas anuales de unos 140.000 millones de euros, según un informe de la consultora Deloitte.
Los ciudadanos podrían contar con sus propios sistemas renovables para autoconsumo y devolver al tendido eléctrico la energía sobrante, evitando su pérdidaPor ello, cada vez más expertos proponen la sustitución de esta red por otro sistema que denominan «inteligente», en virtud de las aplicaciones que permite y las nuevas tecnologías en las que se sustenta. Sus defensores aseguran que distribuiría la energía de forma mucho más eficiente y reduciría las emisiones de dióxido de carbono (CO2) hasta en un 15%. Según una investigación promovida por el Gobierno estadounidense, mejorando la eficiencia de la red eléctrica de este país en un 5%, se evitaría el equivalente al gasto en combustible y las emisiones de CO2 de 53 millones de coches.
Las ventajas de esta red eléctrica inteligente serían diversas, y entre sus máximos beneficiarios se encontrarían los consumidores y las energías renovables. Uno de los problemas de estas energías, como la solar o la eólica, es que se producen de manera irregular y en lugares donde no hay una infraestructura eléctrica capaz de aprovecharlas al máximo. Las nuevas redes tendrían en cuenta las peculiaridades de las renovables y permitirían su generalización, no sólo en los grandes centros de producción, sino también a escala doméstica.
En este sentido, al tratarse de una red bidireccional, los ciudadanos podrían contar con sus propios sistemas renovables para autoconsumo, y devolver a la red la energía sobrante, evitando así su pérdida. El nuevo sistema permitiría también la generalización de los coches eléctricos, ya que la red estaría preparada para recargarlos cuando lo necesitaran de manera más eficiente. Con una red de este tipo, razonan sus defensores, la industria del automóvil aceleraría la sustitución de los actuales coches de motor de explosión por los eléctricos, una decisión que el medio ambiente agradecería.
El ahorro energético también se lograría gracias a la aplicación de nuevas tecnologías que optimizarían el gasto, apagarían los aparatos si no se están utilizando, o informarían en todo momento del consumo eléctrico. En la actualidad, diversos grupos trabajan en el desarrollo de los dispositivos «Grid-friendly» y los denominadores «contadores inteligentes» empiezan a ser cada vez más comunes en varios países. Asimismo, proyectos como el PowerMeter de Google, una aplicación on line que mide el uso de la energía en casa, demuestran la relevancia creciente de este tipo de sistemas.
Por su parte, algunos expertos también incluyen la tecnología de la superconductividad en estas redes inteligentes. Se trata de materiales que logran una transmisión eléctrica sin apenas pérdidas a temperaturas cercanas al cero absoluto, por lo que aún se encuentran lejos de ser viables a gran escala. En cualquier caso, diversos grupos de investigación en todo el mundo están mejorando estos materiales y las posibilidades que, por ejemplo, ofrece la nanotecnología podrían acercarles al objetivo de la superconductividad a temperatura ambiente.
Principales iniciativas
EE.UU. es uno de los países más interesados en las redes eléctricas inteligentes: su nuevo Gobierno ha incluido entre sus medidas de estímulo para la economía un presupuesto de unos 8.500 millones de euros para desarrollarlas. La inversión parece acertada, a juzgar por un estudio del Peterson Institute for International Economics y el World Resources Institute. Este informe estima que este tipo de iniciativas reducirían el uso de combustibles fósiles, ahorrarían a la economía de EE.UU. una media de 350 millones de euros al año por cada 775 millones invertidos, crearían 30.000 puestos de trabajo al año y reducirían las emisiones de gases de efecto invernadero en unas 592.600 toneladas entre 2012 y 2020.
El nuevo Gobierno de EE.UU. ha incluido entre sus medidas de estímulo para la economía unos 8.500 millones de euros para desarrollar estas redesAlgunos Estados ya están trabajando en varias redes piloto. La principal compañía eléctrica de Colorado, Xcel Energy, construye en Boulder «la primera red eléctrica inteligente del mundo para una ciudad entera», según sus responsables. Su objetivo es conectar a 35.000 hogares y empresas con sistemas automatizados y de comunicación bidireccional y aprovechar todo tipo de energías renovables. Por el momento se han invertido unos 77 millones de euros y sus impulsores no tendrán datos sobre su coste y su funcionamiento hasta 2010, aunque las estimaciones les hacen ser optimistas.
Asimismo, los dos proveedores de electricidad de Massachusetts trabajan en varios programas piloto en la altamente poblada región del este. El Estado de Florida también es testigo de varias pruebas: la compañía Progress Energy y la Universidad de Florida Sur colaboran en un proyecto de unos 12 millones de euros para equipar a unos 5.000 hogares con diversos sistemas inteligentes, mientras que la compañía Florida Power también planea crear una red inteligente.
Además de EE.UU., otros países también desarrollan iniciativas de este tipo. En las antípodas, la empresa EnergyAustralia, con la colaboración de IBM, despliega desde 2006 una red inteligente con una inversión inicial de unos 130 millones de euros.
En la Unión Europea (UE) están en marcha diversos proyectos internacionales, como Der-Lab, en el que participan nueve centros tecnológicos, entre ellos el español Tecnalia. Por su parte, algunas ciudades también cuentan con proyectos de implantación de estas redes. Por ejemplo, el Ayuntamiento de Amsterdam, en colaboración con varias empresas, lleva a cabo un plan de transformación ecológica para los próximos años, en la que incluye coches eléctricos, paneles solares o una red eléctrica inteligente. En este último caso, ya están haciendo pruebas en la avenida comercial Utrecht, y se espera gastar 100 millones de euros anuales hasta 2016 para transformar toda la red urbana. Y en España, el proyecto piloto «Smartcity» instalará en Málaga durante los próximos tres años un sistema inteligente energético. Sus responsables, la consejería de Andalucía y la empresa Endesa, prevén invertir 30 millones de euros.
Los expertos recuerdan que se trata de proyectos piloto que necesitarán un mayor grado de desarrollo y optimización. Asimismo, el concepto “inteligente” se está utilizando de forma muy amplia, por lo que hay grandes diferencias entre los proyectos en marcha. Por ejemplo, en algunos casos se autodenominan redes inteligentes sólo por emplazar contadores digitales, mientras que en otros casos se emprenden transformaciones mucho más profundas de la red y con instalaciones de energías renovables. Por ello, se requiere unificar criterios para evitar falsas expectativas.
En cualquier caso, uno de los grandes retos es la enorme inversión necesaria para transformar la red eléctrica. Por ejemplo, se estima que solo en EE.UU. serían necesarios unos 125.000 millones de euros hasta 2025. Algunos expertos recuerdan que las compañías eléctricas perderán el control absoluto del negocio, por lo que a priori no las convierte en las principales defensoras de este cambio. Por todo ello, consideran, la puesta en marcha de estas nuevas infraestructuras necesitará de un apoyo mundial en el que tomen parte instituciones, empresas y consumidores.