Qué son los PFAS y qué productos los contienen
La historia de las sustancias per y polifluoroalquiladas (PFAS) transcurre con el mantra de otros grandes hitos científicos: “Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Los llamados “químicos eternos” forman una familia de cerca de 5.000 compuestos orgánicos, con una cadena de átomos de carbono que se encuentran parcial o totalmente fluorados y con increíbles propiedades: persistentes y casi imposibles de degradar en el medio ambiente, resistentes al aceite y al agua y con revestimientos muy duraderos.
Estos compuestos supusieron un gran avance en los años cuarenta, permitiendo aplicaciones industriales y de consumo: desde grandes factorías del sector aeronáutico y militar a la industria automotriz, construcción, electrónica, sistemas ignífugos (su capacidad para apagar el fuego dio lugar a las espumas contraincendios y la ropa ignífuga), pasando por el revestimiento de teflón de las sartenes, envases de cartón y plástico para alimentos, cosméticos o las propiedades antimanchas de algunos tejidos.
➡️ Indestructibles y tóxicos
Los PFAS resultaron ser sustancias casi indestructibles. Pero ¿cuál es el coste inesperado de estas sustancias? Su toxicidad.
Desde los años noventa se investiga los efectos adversos, tanto para la salud humana como para el medio ambiente, debido a la persistencia biológica de PFAS como el ácido perfluorooctanoico (PFOA) y el ácido perfluorooctano sulfónico (PFOS), que tardan años en ser eliminados del organismo.
El Convenio de Estocolmo sobre Contaminantes Orgánicos Persistentes (COP) del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), firmado por 120 países en 2001, empezó a prohibir y limitar la fabricación y el uso de 500 de estas sustancias. Sin embargo, quedan muchos compuestos por legislar y restringir si se demuestra su peligrosidad para la salud, aunque sea a largo plazo.
Los efectos de los PFAS en la salud humana
Entre 2005 y 2013 se publicaron las primeras conclusiones sobre la contaminación del agua desde los años cincuenta por PFAS en el Valle de Ohio (EE. UU.), con secuelas como colitis ulcerosa, enfermedades de la tiroides, síndrome del ovario poliquístico, cáncer testicular, de mama y de riñón, diabetes tipo 2 y colesterol alto. En un reciente metaanálisis, publicado en 2022 en la revista Exposure&Health, se abunda en los efectos nocivos en la salud de adultos y menores, que se veían expuestos a los PFAS desde el embarazo (a través del útero) con consecuencias como bajo peso al nacer, partos prematuros y mayor propensión a sufrir infecciones.
“No solo estamos expuestos a los PFAS, sino también al cadmio, a bifenilos policlorados, a ftalatos y a muchos más compuestos. Es más, la mezcla de todos ellos puede incrementar las tasas de cáncer en algunos sectores de la población, como el de los jóvenes. El incremento de las tasas de cáncer infantil y juvenil se viene observando en los últimos años. Esto es un dato objetivo. En estudios recientes se ha relacionado la exposición a determinadas sustancias químicas con disrupción endocrina o con efectos sobre el sistema inmune, como la reducción de la eficacia de las vacunas en niños. Hay que tener en cuenta que la exposición a sustancias químicas suele provocar efectos a largo plazo, aunque no efectos agudos, salvo en zonas puntuales con elevada contaminación”, señala Argelia Castaño, toxicóloga y profesora de investigación del Centro Nacional de Sanidad Ambiental del Instituto de Salud Carlos III.
Los puntos críticos en Europa
Castaño dirigió el proyecto pionero ‘Bioambient.es‘, el primer —y único hasta el momento— estudio epidemiológico transversal de ámbito nacional, que en 2013 monitorizó la exposición a estos compuestos de la población adulta española. En él se radiografió la presencia en orina, pelo, sangre y suero sanguíneo de metales pesados y gran parte de las sustancias incluidas en el Convenio de Estocolmo. El estudio concluyó que la población española presenta patrones de exposición similares al resto de Europa, pero inferiores a los detectados en Australia, Canadá y Estados Unidos.
Otra investigación, dirigida por el periódico francés Le Monde en 2023 y titulada ‘The Forever Pollution Project’, señaló 23.000 puntos europeos en los que se ha detectado contaminación por PFAS en agua o suelo y más de 21.500 localizaciones de “presunta contaminación”, como pueden ser centros de tratamiento de residuos, bases militares y aeropuertos en los que se hayan utilizado espumas contraincendios.
Objetivo: eliminar los PFAS
A pesar de que el Reglamento REACH (Registro, Evaluación, Autorización y Restricción de sustancias y mezclas químicas) entró en vigor en la UE en 2007 para controlar la fabricación y el uso de compuestos químicos, la restricción de los PFAS sigue siendo un proceso lento y difícil.
“Los estudios demuestran que toda la población europea está expuesta a PFAS, pero no todas estas sustancias son igual de peligrosas y depende de la cantidad, la combinación o el tiempo de exposición a altas concentraciones”, apunta Castaño. “Todas las regulaciones se tramitan a través de la Comisión Europea y antes de prohibir tenemos que clasificar. Por ejemplo, los ftalatos no estaban clasificados como disruptores endocrinos hasta que Dinamarca tomó la iniciativa de clasificarlos así, después de demostrar ese efecto en estudios con madres e hijos. Es un proceso lento, pero para llegar a la legislación, primero necesitamos más estudios”, analiza Castaño.
➡️ Destruir lo indestructible
Mientras se consigue reducir el uso de estos compuestos químicos, otra línea de investigación busca la forma de destruir lo aparentemente indestructible. Ana María Urtiaga, directora del Departamento de Ingenierías Química y Biomolecular de la Universidad de Cantabria, lleva más de 10 años investigando las posibilidades técnicas para eliminar estas sustancias del agua, entre otras líneas de trabajo. Su departamento ha diseñado un equipamiento experimental que permite la separación de los PFAS mediante membranas y la posterior destrucción mediante tecnologías electroquímicas.
“Lo que investigamos es el tratamiento de aguas contaminadas con PFAS, ya sea subterránea, procedente de estaciones depuradoras de aguas residuales o efluentes industriales de la fabricación y utilización de productos perfluorados”, cuenta Urtiaga. Entre sus soluciones innovadoras destacan las tecnologías de separación mediante membranas de nanofiltración y ósmosis inversa, que permiten el paso del agua limpia, mientras se retiene un 99 % de PFOA y PFOS.
“¿Qué pasa con estas tecnologías? Que los PFAS no se destruyen: es como en la desalación de agua de mar, el agua pasa por ósmosis inversa, pero la parte en la que queda el retenido está más concentrada en sales y contaminantes. El agua filtrada puede ser destinada al consumo humano y al riego, pero el agua que ha quedado retenida no se debería devolver al medio natural que queremos descontaminar. Desde un punto de vista de producir agua potable sin PFAS es posible, pero no elimina el problema en su totalidad porque genera un residuo con PFAS”, describe la investigadora, que en la actualidad se centra en el desarrollo del intercambio iónico para eliminar PFAS de agua potable.
➡️ Convertirlos en otras sustancias
Y aquí entra en juego la segunda parte de su trabajo: cómo convertirlos en sustancias inocuas. La solución que propone su equipo pasa por tecnologías que generan condiciones oxidantes que convierten el residuo con PFAS en CO2 (a niveles ínfimos que no impactarían en el cambio climático) y flúor, en definitiva, en sustancias inocuas en las bajas concentraciones resultantes.
“¿Cuánta concentración de PFAS es peligrosa para la salud? Realmente no se sabe, y es un tema de intensa investigación internacional. Se intenta legislar al mínimo posible como forma de prevención, pero lo que sí sabemos es que la principal fuente de asimilación por el ser humano de los PFAS son la comida y el agua potable. Para evitar que estemos en contacto con estos compuestos, tenemos que evitar por todos los medios que permanezcan en el agua potable y la comida. Y en esta línea seguiremos trabajando”, señala Urtiaga.
Qué queda por hacer
En enero de 2023, cinco estados europeos —Alemania, Países Bajos, Dinamarca, Noruega y Suecia— plantearon a la Agencia Europea de Sustancias Químicas (ECHA) que incluyese en su reglamento la prohibición de fabricación, comercialización y uso de las sustancias perfluoroalquiladas en todas las aplicaciones no esenciales, como envases, cosméticos o ropa. Un comité científico se encargará de evaluar la propuesta que valorará la Comisión Europea en los próximos años.
Mientras tanto, los alimentos y el agua, considerados las principales fuentes de acceso de los PFAS al organismo, están regulados por normativas europeas. “El agua en nuestro país, gracias a las normativas y vigilancia, realmente no está a los niveles de contaminación por PFAS que han podido sufrir otros países como Estados Unidos. En teoría, si se cumplen los controles, el agua debería permanecer en unos niveles que ofrecen seguridad”, puntualiza Castaño.
Y los estudios continúan. En noviembre de 2022 se publicó en el BOE la creación de la Comisión Interministerial de Biomonitorización Humana para poner en marcha la realización de estudios periódicos y saber exactamente el nivel de exposición de los españoles a distintos tipos de sustancias químicas. “Cuando salga el estudio y pidamos la colaboración ciudadana, necesitaremos la participación de miles de personas para saber exactamente el nivel de exposición de los españoles”, pide Castaño.
¿Qué podemos hacer los consumidores?
Mientras tanto, los consumidores podemos tomar medidas de autoprotección, revisando las etiquetas de los productos y descartando aquellos textiles, cosméticos y utensilios que contengan PFAS. Para ello, el Instituto de Reducción en el Uso de Tóxicos (TURI) de la Universidad de Massachusetts (EE. UU.) ha publicado una guía para reconocer algunos productos que pueden contener PFAS.
- Según sus indicaciones, es probable que lleven estos compuestos la ropa y el calzado que son resistentes a las manchas o impermeables.
- También los cosméticos que contienen perflúor en la lista de ingredientes o maquillajes identificados como “duraderos” o “resistentes al agua”.
- Por último, casi todos los utensilios de cocina antiadherentes llevan estas sustancias, por lo que recomiendan buscar aquellos con esmalte de silicona.