El cambio climático es un problema ecológico mundial del que cada vez menos gente duda. Incluso uno de los portavoces del eco-escepticismo, Bjørn Lomborg, ha reconocido su gravedad y ha solicitado a los gobiernos que actúen. Las medidas para frenarlo y adaptarse a sus consecuencias son muy diversas. Además de servir contra el problema, estas iniciativas contribuyen a crear un mundo mejor. Todos, desde las instituciones internacionales hasta las locales, y los consumidores, pueden contribuir a ello.
Planes globales: de Kyoto a México
La reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) es una de las principales acciones que se han encomendado la mayoría de los gobiernos de todo el mundo. De la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC) surgió en 1997 el Protocolo de Kyoto, el primer acuerdo global en la lucha contra este problema.
El objetivo mundial del Protocolo se marcó para reducir en 2012 un 5,2% las emisiones de GEI, con respecto a los niveles de 1990. La Unión Europea (UE) se comprometió a reducir aún más éstas (un 8% entre 2008 y 2012), pero Estados Unidos (EE.UU.), uno de los mayores emisores de GEI, no quiso firmar el Protocolo.
El objetivo mundial del Protocolo se marcó para reducir en 2012 un 5,2% las emisiones de gases de efecto invernadero, con respecto a los niveles de 1990
Las medidas que pueden tomar los países para reducir sus emisiones son muy diversas y sirven a la vez para crear un mundo mejor: evitar el derroche energético y cambiar los combustibles fósiles por energías renovables, sustituir el transporte privado por otro público y sostenible, construir viviendas y edificios ecológicos, detener la deforestación y regenerar los bosques, cambiar las técnicas agrícolas intensivas por otras sostenibles, ayudar a los países en vías de desarrollo para que mejoren sin copiar los malos hábitos del denominado primer mundo, estimular una I+D que mejore el bienestar humano y ayude a conservar la naturaleza, fomentar el uso de las tres erres (reducción, reutilización y reciclaje), sustituir materiales y procesos contaminantes, etc.
Los límites de emisiones no son iguales para todos los países porque se tomó en cuenta su desarrollo energético. A España se le permite generar un 15% más que en 1990 y, aunque realiza un esfuerzo considerable, en 2004 había llegado a un 47%. Las instituciones han aprobado diversas iniciativas para reducir estos números, como la Estrategia Española de Cambio Climático y Energía Limpia. Este plan, presentado por el Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino (MARM), reúne 170 medidas para coordinar los esfuerzos del Gobierno, las comunidades autónomas y los municipios.
El Protocolo de Kyoto cuenta con los «Mecanismos Flexibles» para alcanzar los objetivos de reducción de emisiones de forma indirecta, si no es posible mediante los sistemas convencionales:
Comercio de derechos de emisión: las empresas pueden superar su cuota a condición de que otras empresas con menores emisiones les vendan las suyas.
Fondos de carbono: el exceso en las cuotas se cubre mediante la financiación de proyectos para reducir las emisiones de GEI en países en vías de desarrollo y en economías en transición, a través de Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL) y de Aplicación Conjunta.
A pesar de contar con la aceptación internacional, los Mecanismos Flexibles se han criticado por su diseño y su eficacia se ha puesto en duda. Como alternativa han surgido los Mercados Voluntarios de Carbono (MVC). Sus responsables son ciudadanos particulares y organizaciones públicas y privadas que de forma voluntaria participan de manera activa. El primero fue el banco HSBC, que anunció en 2004 su decisión voluntaria de convertir en «neutra» su operación en carbono. En España, iniciativas como CeroCO2 o Ekopass permiten a través de sus páginas web calcular y compensar emisiones, además de aprender a reducirlas.
Por otra parte, los responsables institucionales aplican medidas de adaptación para preparar a sus economías y a sus ciudadanos frente a los posibles extremos ambientales que el cambio climático pueda causar en las próximas décadas. España es el primer país que realiza una contribución voluntaria (45 millones de euros para 2010) al Fondo de Adaptación para el Cambio Climático. Este nuevo sistema, creado en la reciente cumbre del clima de Copenhague, financia proyectos relacionados con la adaptación a este problema global.
Iniciativas como CeroCO2 o Ekopass permiten a través de sus páginas web calcular y compensar emisiones, además de aprender a reducirlas
La Conferencia de las Partes sobre el Clima de Naciones Unidas (COP) se realiza cada año para intentar tomar decisiones vinculantes sobre el problema. En noviembre de 2010, la COP 16 reunirá en México a los principales representantes mundiales para tratar de superar el Protocolo de Kyoto, que expira en 2012.
El gran poder de las pequeñas instituciones
Piensa en global, actúa en local. Aunque el cambio climático es un problema de escala planetaria, las instituciones regionales y locales disponen de competencias y recursos suficientes para hacer más por ayudar a combatirlo. Según el MARM, las comunidades autónomas y los ayuntamientos pueden contribuir hasta en un 40% en el cumplimiento de los objetivos fijados por el Gobierno para reducir las emisiones contaminantes de CO2.
Los responsables de estas instituciones pueden desarrollar proyectos para aumentar la eficiencia energética y el uso de energías renovables, implantar medidas para generalizar el transporte sostenible o sistemas de gestión de basuras que reduzcan la contaminación y aprovechen los residuos, como la biomasa o el compostaje, actuar sobre la iluminación pública, poner en marcha campañas de educación medioambiental ciudadana o subvencionar a los consumidores para el desarrollo de acciones particulares contra el cambio climático. La Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP) pretende impulsar estas medidas locales mediante la Red Española de Ciudades por el Clima (RECC). Compuesta por más de un centenar de ciudades, su objetivo es que los gobiernos locales asuman compromisos para frenar el cambio climático.
Qué pueden hacer los consumidores
Los consumidores también pueden, en la medida de las posibilidades de cada uno, aplicar en su vida cotidiana diferentes acciones para combatir el cambio climático:Ahorrar energía, utilizar el transporte público, ir a pie o en bicicleta, regular la calefacción de manera que no sobrepase 20º C, aislar bien la casa, comprar aparatos eficientes (bombillas de bajo consumo, electrodomésticos de clase A o superior).
Utilizar energías renovables en casa: paneles fotovoltaicos o pequeños cargadores solares para cargar pilas reutilizables o el móvil, paneles solares térmicos para calentar el agua o biocombustibles para el automóvil.
Combatir la pérdida de bosques: evitar situaciones de riesgo que puedan provocar incendios, plantar árboles, comprar productos de madera o papel certificados con el sello FSC.
Desde España se ha creado el Movimiento Clima, impulsado por cuatro organizaciones nacionales e internacionales y con el apoyo del MARM, para reclamar la participación de los ciudadanos.
Nuevas tecnologías contra el cambio climático
Cada vez cobran más fuerza diversas medidas basadas en la aplicación de nuevas tecnologías. Para evitar que llegue a la atmósfera, se baraja el sistema de captura y almacenamiento de CO2 (CCS), un conjunto de diversas tecnologías que capturaría este gas en las industrias donde se genera para transportarlo y almacenarlo después en el mar o bajo tierra. Según el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), hasta 2100 las emisiones se podrían reducir entre un 15% y un 55%.
Por otra parte, el concepto de «geoingeniería» abarca una serie de propuestas para controlar el clima a voluntad, como fertilizar los océanos con hierro, bombear azufre en la estratosfera, instalar espejos gigantes entre la Tierra y el Sol, crear nubes con sal marina, fabricar árboles artificiales, etc.
Sin embargo, diversos expertos dudan de la viabilidad o la seguridad de estos sistemas y subrayan las posibles consecuencias negativas que podría entrañar su uso. Su generalización, afirman, requeriría grandes cantidades de dinero que podrían dedicarse a otras tecnologías más ecológicas y que han demostrado su eficacia.