Son productos financieros, se utilizan de manera cotidiana y, desde el punto de vista formal, su dinámica es muy parecida. Los dos adelantan dinero para pagar servicios o adquirir bienes, ambos dan al beneficiario un margen de tiempo para devolver el capital y, a cambio de esa prestación, le exigen que abone intereses. Las similitudes son tan claras que dan lugar a confusiones. Prueba de ello es que, en general, se cree que son palabras equivalentes cuando, en realidad, no lo son. Aunque los términos “crédito” y “préstamo” se empleen como si fueran sinónimos, lo cierto es que uno y otro hacen referencia a contratos y modelos muy distintos. Los intereses y las comisiones que aplican, las cuantías que se conceden y la flexibilidad hacia el cliente son los principales puntos de divergencia.
Parecidos, pero muy distintos
Las principales diferencias entre un préstamo y un crédito se pueden desglosar de la siguiente manera:
Método.
Cuando se solicita un préstamo, se pide una cantidad de dinero determinada y pactada de antemano. El monto se recibe de una sola vez, al principio del contrato, y se devuelve mediante pagos periódicos que también se acuerdan al comienzo. Si se solicitan 6.000 euros, se obtienen 6.000 euros y, con ellos, la obligación de amortizarlos en un plazo determinado (12 meses, 36 meses, etc.).
Al pedir un crédito, se solicita la posibilidad de disponer de efectivo por adelantado y se acuerda para ello un límite de capital, pero eso no implica la obligación de hacer uso de él, ni de forma total ni parcial. A diferencia del préstamo, la concesión de una línea de crédito no supone que el beneficiario deba utilizarla. Si se pide un crédito de 2.000 euros, no se obtienen 2.000 euros, sino un margen de gasto que llega hasta ese importe.
Flexibilidad.
En la práctica, el crédito es más flexible que el préstamo. Cuando la línea de crédito va asociada a una cuenta corriente (en general, así es), el cliente tiene a su disposición una cantidad «X» de dinero y, mientras respete el tope máximo y los plazos de pago acordados, puede hacer todas las disposiciones y reintegros que desee.
El préstamo, en cambio, es más rígido porque el cliente recibe el dinero que pide y se obliga, mediante contrato, a devolverlo en los plazos e importes pactados en el plan de amortización. Introducir cambios en ese plan implica trámites, gestiones y costes adicionales.
Renovaciones.
En consonancia con lo anterior, los créditos permiten renovar y ampliar los topes y los plazos iniciales, mientras que los préstamos no admiten renovaciones o cambios de ningún tipo. Modificarlos significa celebrar un nuevo contrato, con todos los intereses y las comisiones que ello conlleva.
Intereses y comisiones.
Más allá de que se acuerden tipos fijos o variables, quien solicita un préstamo debe pagar los intereses generados por la cantidad total del dinero que pidió.
En el crédito solo se pagan los intereses del monto que se ha utilizado, no del total concedido.
Los intereses de un crédito son más altos que los de un préstamo. Esto obedece, por un lado, a que la comodidad de la flexibilidad se paga y, por otro, a que la duración de ambos productos no es la misma.
En contrapartida, los préstamos conllevan más comisiones que los créditos. Las más usuales son: por estudio de solvencia, apertura, modificación de condiciones, amortización parcial anticipada o cancelación anticipada (en estos dos últimos casos, el máximo establecido por ley es de un 3% para las operaciones a interés fijo y de un 1,5% para las que son a interés variable).
Duración del compromiso.
En general, la opción del préstamo se utiliza para proyectos de mayor envergadura. Por tanto, su periodo de amortización se fija a medio o largo plazo, con el pago de cuotas regulares (ya sean mensuales, trimestrales o semestrales).
El crédito tiene un plazo de amortización mucho más corto. Entre otras cosas, porque los importes que se deben devolver son, por lo general, más bajos que los de un préstamo.
Importe y destino.
Los préstamos, salvo excepciones, implican cantidades de dinero superiores a las de los créditos, de ahí que los más habituales sean los hipotecarios y los personales para el consumo. En general, se solicitan para comprar o pagar cosas cuyo valor es elevado, como una vivienda, un coche o un viaje.
Los créditos están diseñados para desembolsos de menor envergadura, en general, compras en comercios, gastos de ocio o desembolsos puntuales que se realizan mediante tarjeta. Una vez realizada la operación, el cliente puede elegir si desea pagar el importe de una sola vez al mes siguiente, o si desea aplazarlo y dividirlo en varias cuotas.
Privacidad.
La privacidad de los gastos es mucho mayor en los créditos. Al solicitar una línea de financiación, la persona no está obligada a explicar para qué la quiere. Lo que pide es la posibilidad de disponer de cierto capital en caso de necesitarlo en el futuro.
La lógica de un préstamo es distinta. Quien lo solicita ya sabe para qué lo quiere y cuánto cuesta lo que va a comprar, ya que eso determina la cuantía del importe que pide. Por otra parte, si la suma es elevada, el prestamista tomará recaudos y exigirá saber cuál es el destino de ese capital.
Prestadores.
En España, las entidades bancarias y financieras son quienes conceden la mayor parte de los préstamos y los créditos personales. No obstante, hay una distinción: mientras los créditos están siempre ligados a personas jurídicas, los préstamos pueden solicitarse a personas físicas.