El término “superalimento” se ha popularizado en el lenguaje cotidiano. Basta con escribirlo en cualquier buscador de Internet para que aparezca una larga lista de candidatos: chocolate, chía, quinua, espirulina, goji, estevia, ajos y un largo -larguísimo- etcétera. Sin negar que determinados alimentos pueden tener una composición nutricional interesante, las propiedades milagrosas que se atribuyen a los “superalimentos” (terapéuticas, antienvejecimiento, adelgazantes…) no están basadas en estudios rigurosos que las sostengan. Además, adjudicar estas capacidades a un único o a unos pocos alimentos puede llevar a menospreciar la importancia de una alimentación saludable, en conjunto. El siguiente artículo desmitifica el concepto de “superalimento”, una denominación acuñada desde el campo de la publicidad, el periodismo poco riguroso y el negocio de los suplementos dietéticos, pero que no se corresponde con los resultados derivados de los estudios científicos.
El origen de los «superalimentos»: interpretar mal los estudios
La mayor parte de las declaraciones nutricionales y de salud atribuidas a los superalimentos derivan de conclusiones simplistas extraídas a partir de estudios complejos por parte de personas que no son especialistas en investigación, ya sea por ignorancia o por intereses.
La mayoría de los «superalimentos» contienen nutrientes beneficiosos para la salud, pero en su análisis se emplean concentraciones mucho más elevadas que las consumidas
Es cierto que la mayoría de los denominados «superalimentos» contienen nutrientes o sustancias con un potencial beneficioso para la salud. Sin embargo, los resultados derivados de análisis de laboratorio, de estudios realizados con extractos de determinados compuestos o de investigaciones sobre los efectos del consumo de un alimento en animales, no tienen por qué guardar ninguna relación con los efectos de este consumo en el marco de la alimentación habitual de una persona.
A menudo, las concentraciones de nutrientes o de fitoquímicos utilizadas en los estudios son centenares de veces más elevadas que las que se consumirían en una dieta normal. Otras veces, los efectos estudiados solo comprenden un periodo corto de tiempo o evalúan a un número pequeño de personas. Si bien estos estudios resultan útiles para que los científicos planteen nuevas hipótesis de investigación sobre las propiedades de determinados alimentos, ningún profesional sanitario con sentido común y ética debería utilizar los datos procedentes de estas investigaciones para recomendar «superalimentos» o cambios en la dieta de las personas.
Los alimentos mágicos no existen
Tal como afirma el dietista-nutricionista Julio Basulto, «el mensaje de las sociedades científicas de nutrición es que tomemos una gran variedad de frutas y hortalizas, pero jamás nos instan a ingerir un tipo de fruta o verdura en particular. Un alimento, de forma aislada, de ningún modo ejercerá prodigios en nuestra salud. Sí lo hará, a medio o largo plazo, una dieta rica en alimentos de origen vegetal». Frutas, hortalizas, frutos secos, semillas, legumbres, especias y cereales integrales (pan, arroz y pasta, entre muchos otros) «han demostrado ayudar a prevenir, sin lugar a dudas, buena parte de las enfermedades crónicas asociadas al deterioro que se produce en nuestro organismo con el paso de los años», señala el especialista.
La creencia de alimentos que tienen propiedades mágicas, beneficios extraordinarios y que curan los males de nuestra sociedad resulta, sin duda, muy atractiva. Pero por ahora, la investigación básica, junto con la literatura y el cine fantásticos, son los ámbitos más idóneos para los «superalimentos». Es necesario que periodistas, publicistas, empresarios y terapeutas sean cautos y responsables al anunciar nuevos «superalimentos».
Los verdaderos «superalimentos»: frutas y hortalizas, en conjunto
La evidencia que respalda el papel positivo de las frutas y hortalizas para la salud es aplastante. Tal y como destaca el Grupo de Revisión, Estudio y Posicionamiento de la Asociación Española de Dietistas-Nutricionistas (GREP-AEDN), su mayor consumo se ha asociado a un menor riesgo de morbilidad (de enfermar) y mortalidad. A diferencia de lo que sucede con los denominados superalimentos, sí hay infinidad de estudios que señalan los beneficios asociados a su consumo. Entre ellos, reducir el riesgo de diversas enfermedades como cáncer, enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, obesidad, estreñimiento o diverticulitis. Aún así, todavía no se ha podido dilucidar con seguridad cuáles son los mecanismos y los componentes que lo explican.
No se puede olvidar que también es plausible que su efecto protector se deba a su bajo contenido en nutrientes que, cuando se consumen en exceso, aumentan el riesgo de mortalidad, tales como azúcares libres, grasas saturadas, ácidos grasos trans y sodio. Y es que cuando se comen muchas frutas y hortalizas, hay menos tiempo (y espacio) para bollería, embutidos, bebidas azucaradas y platos precocinados.