El ajo, de aspecto humilde y discreto, atesora un sinfín de bondades nutricionales y gastronómicas. En la antigüedad, además, se empleaba como remedio para tratar numerosos problemas, desde combatir resfriados y proteger el corazón hasta mejorar la circulación sanguínea o aumentar el apetito sexual. Buena parte de esa fama ha pervivido hasta nuestros días, ya que todavía es considerado un alimento lleno de virtudes, muy beneficioso para la salud, como veremos a continuación.
Quizá el ajo no sea tan mágico como se creía antaño, pero sí ha demostrado ser eficaz para reducir la presión arterial y prevenir la arterioesclerosis, como explican desde la Fundación Española del Corazón (FEC). De hecho, ejerce cierto efecto anticoagulante y por ello se desaconseja su consumo antes y después de una intervención quirúrgica.
¿Qué contiene de especial este alimento? Es rico en ácido fólico, en algunas vitaminas, como la C, y en minerales tan importantes como el potasio, el magnesio o el fósforo. Además, su inconfundible sabor es capaz de mejorar muchas recetas, darle vidilla hasta a los platos más sosos y aromatizar aliños de uso habitual, como el aceite o la mayonesa.
Pero tampoco hay que exagerar. Por muchas vitaminas o minerales que contenga, las cantidades de ajo que consumimos son pequeñas e impiden que el aporte nutricional sea significativo. Habría que comer 100 gramos de ajo (unos 50 dientes) para ingerir el 28 % de vitamina C que nos aporta una naranja del mismo peso. Claramente, gana la naranja que, por otra parte, no repite, como sucede con el ajo.
¿Entonces? El mejor consejo es aprovechar sus cualidades gastronómicas sabiendo que es rico y, también, sano. En el mercado, hay que elegir los que sean firmes, pesados para su tamaño y sin brotes verdes, y evitar los que tengan aspecto amarillento o parezcan estar huecos. En casa, si se conservan en un sitio fresco, seco y ventilado, durarán mucho (los morados pueden durar hasta un año), así que siempre se podrán tenerlos a mano para cocinar.