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Los primeros 1.000 días: la importancia de una alimentación adecuada
El tiempo que discurre desde el inicio del embarazo hasta el segundo año de vida del bebé constituye una “ventana de oportunidad única” para intervenir y prevenir la obesidad infantil y otras enfermedades no transmisibles asociadas, como síndrome metabólico, resistencia a la insulina, hipertensión arterial, problemas musculoesqueléticos, alteraciones del sueño y diabetes tipo 2. Lo es gracias a la gran plasticidad que caracteriza a esos 1.000 primeros días, y que disminuye con la edad.
Y es que, como detallaba en 2018 un grupo de expertos españoles en la revista ‘Nutrición Hospitalaria’, el desarrollo de cada persona está determinado por su herencia genética, pero principalmente por la interacción con el entorno y de forma destacada durante la etapa más temprana de la vida. Lo que ocurra en este periodo puede afectar al riesgo de desarrollar enfermedades y, en particular, de la obesidad en los menores, un importante problema de salud pública en España, como vimos en nuestro monográfico sobre obesidad infantil.
✅ La nutrición óptima
Así, en estos primeros días donde el crecimiento y desarrollo del organismo del bebé es muy rápido, resulta clave una nutrición óptima. De ahí las recomendaciones que hacen los especialistas de cuidar la alimentación de la madre antes y durante la gestación, proporcionar al peque la lactancia materna exclusiva al menos hasta los seis meses, seguir con una alimentación complementaria adecuada hasta el año y continuar con una comida saludable que comparta de ahí en adelante con su familia.
En la infancia temprana se establecen conductas fundamentales en relación con la alimentación, los hábitos de sueño y la actividad física. En el caso de la alimentación infantil, los padres y las madres figuran como el ejemplo en el que fijarse y el protagonista que provee de los productos recomendables (frutas y verduras, legumbres, huevos, carnes magras, pescados, leche animal, cereales integrales, agua, frutos secos molidos, aceite de oliva virgen…) y evita dar a sus hijos productos sólidos con riesgo de atragantamiento (frutos secos enteros, uvas, zanahorias crudas…) y superfluos como azúcares, miel, mermeladas, chocolate, bollería (incluye galletas) o embutidos.
Qué azúcares no se recomiendan para menores de 2 años
Sí, un bebé no debe tomar azúcar en sus primeros años de vida. Pero ¿qué azúcar? Hay que diferenciar entre el azúcar presente de forma natural en el interior de los alimentos (azúcar intrínseco) y el azúcar libre, ya que tienen consecuencias fisiológicas diferentes.
Como apunta el Comité de Nutrición de la Sociedad Europea de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica (ESPGHAN), en su documento sobre ingesta de azúcar en bebés, niños y adolescentes, “el azúcar se encuentra de forma natural en las frutas, hortalizas y algunos granos, así como en forma de lactosa en la leche y los productos lácteos”. Es el azúcar intrínseco.
👉 Siempre que sea posible, los niños deben consumir el azúcar de esta forma, a través de la leche materna, la leche, los productos lácteos sin azucarar (yogur natural) y las frutas frescas enteras.
❌ Azúcares libres
Pero hay otro que conviene evitar y que la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo define como todos los monosacáridos y disacáridos añadidos a los alimentos y bebidas por el fabricante, cocinero o consumidor, además del azúcar presente de forma natural en la miel, los jarabes, los zumos de frutas y concentrados de zumos de frutas. Es el azúcar libre que en las etiquetas también se puede esconder en palabras como glucosa, galactosa, sacarosa, fructosa, sirope, néctar, dextrosa, almíbar, maltosa, melaza, panocha, trehalosa…
¡Ojo! La ESPGHAN advierte que los alimentos o bebidas etiquetados sin azúcar añadido y/o azúcares naturales también pueden contenerlo. Según la normativa europea, no es obligatorio indicar el azúcar libre en el etiquetado, por lo que puede haber productos elaborados a base de cereales, alimentos infantiles para bebés y niños pequeños y bebidas como zumos de frutas que contengan estos azúcares y no se señale en la etiqueta.
👉 No hay requerimientos nutricionales de azúcar libre para bebés, niños y adolescentes. Por tanto, la ESPGHAN recomienda que el consumo de azúcar libre se reduzca y limite al día a < 5 % de la ingesta energética para niños mayores de 2 años y adolescentes. Esto quiere decir que, de 2 a 4 años, la ingesta máxima diaria estaría en 15-16 gramos, es decir, 4 cucharillas. En el caso de los bebés y menores de 2 años, la ingesta de azúcar libre debe ser incluso menor. La Asociación Americana del Corazón (AHA) matiza: hay que evitarlos. Por eso no caben darles bebidas que contengan azúcar en biberones o tazas, ni animarles a que se duerman tomando bebidas o leche azucaradas en biberón.
Razones para no dar azúcar al bebé
¿Y cuáles son las razones de estas recomendaciones? El Comité de Nutrición de la Sociedad Europea de Gastroenterología, Hepatología y Nutrición Pediátrica recuerda que hay evidencia consistente de que los azúcares libres contribuyen al aumento de peso, la obesidad, la caries dental y otros efectos adversos para la salud. En cambio, los azúcares intrínsecos “son menos preocupantes, ya que es menos probable que se consuman en exceso y contienen una amplia gama de nutrientes bioactivos que mejoran la salud, fibra, antioxidantes y fitoquímicos que reducen la inflamación y mejoran la función endotelial”.
En el caso de los más pequeños, además de la obesidad infantil y la caries, son varios los motivos por los que no se aconseja el consumo de azúcar libre.
➡️ Interfieren en el desarrollo del gusto
Los bebés prefieren los sabores dulces, salados y sabrosos. Incluso los recién nacidos se muestran más interesados en las soluciones dulces, y no tanto en el agua, y los niños pequeños en los alimentos de alta densidad energética. Pero esta preferencia innata puede reforzarse o modificarse. Y en ello influyen mucho los padres y el entorno en la infancia temprana.
Así, la leche materna expone al peque a diferentes sabores, según la alimentación de la madre, mientras que la leche de fórmula le perpetúa en el sabor dulce. Y esto tiene sus consecuencias a la hora de introducir alimentos nuevos que, por lo general, tienden a rechazarse, en especial los amargos, las hortalizas y los alimentos proteicos. Como explican los expertos en nutrición pediátrica, la aceptación de nuevos alimentos puede mejorarse mediante la exposición a una variedad de sabores.
Además, los especialistas de la ESPGHAN sostienen que los bebés alimentados habitualmente con agua azucarada muestran una mayor preferencia por ella al menos hasta los 10 años de edad, lo que puede influir en la ingesta de bebidas azucaradas en la infancia y la adolescencia.
➡️ Perjudican a la ingesta de nutrientes y cantidad de alimentos
El consumo de bebidas azucaradas y zumos de frutas en bebés puede desplazar a la lactancia materna o la lactancia artificial. Y, en consecuencia, puede afectar de forma negativa al aporte de nutrientes y disminuir la calidad de la dieta del peque.
Además, los expertos apuntan que los líquidos con azúcar sacian menos que un alimento sólido con azúcar, lo que lleva a un consumo mayor de alimentos y de energía.
➡️ Provocan molestias gastrointestinales
Como señalan los nutricionistas pediátricos, una mala absorción del azúcar de los zumos en bebés y niños susceptibles puede causar diarrea crónica, flatulencia, distensión y dolor abdominal, además de retraso en el crecimiento.
➡️ Incremento del riesgo de enfermedad cardiovascular y diabetes
La recomendación de la AHA se basa en la disminución del riesgo de enfermedad cardiovascular en los niños (aumento excesivo de peso y obesidad, presión arterial y niveles elevados de ácido úrico, dislipidemia, enfermedad del hígado graso no alcohólico), resistencia a la insulina y diabetes tipo 2 y también para mantener la calidad de la dieta.
Y un estudio reciente viene a corroborar estas recomendaciones que intentan retrasar el consumo de estos azúcares cuanto más tarde mejor. Como aseguran en esta investigación publicada en Science, la restricción de azúcar en los primeros 1.000 días de vida protege contra la diabetes y la hipertensión en etapas posteriores.
Para llegar a esta conclusión científicos de la Universidad del Sur de California (EE. UU.) aprovecharon un experimento en Reino Unido: el final de un racionamiento de azúcar que duró diez años después de la Segunda Guerra Mundial en 1953. Durante esa década, las pautas dietéticas en cuanto al azúcar eran las mismas que hoy en día, pero al terminar el racionamiento, el consumo se duplicó. Así que los investigadores compararon datos del Biobanco de Reino Unido sobre más de 60.000 personas que fueron concebidas antes o después de que terminara esa etapa.
Según los hallazgos, el riesgo de desarrollar diabetes e hipertensión disminuyó un 35 % y un 20 %, respectivamente, y la aparición de estas enfermedades se retrasó 4 y 2 años. El efecto protector fue “evidente” para quienes estuvieron expuestos a la restricción de azúcar tanto en el útero como después del nacimiento y aumentó, especialmente después de seis meses, probablemente coincidiendo con la introducción de los alimentos sólidos. En cambio, el racionamiento de azúcar en el útero por sí solo representó un tercio de la reducción del riesgo.