¿Ha tenido alguna vez un bonsái y ha visto cómo se marchitaba en pocos meses? Estos pequeños árboles, que pueden llegar a vivir cientos de años, son el regalo elegido por muchas personas en épocas como la Navidad. Sin embargo, aún es habitual el desconocimiento de las normas básicas para su cultivo -no distintas a las de cualquier otra planta-. Al contrario de lo que se cree, la mayoría de los bonsáis son especies de exterior, y cuando vayamos a adquirir uno es preferible no dejarse llevar por precios bajos, puesto que probablemente se tratará de ejemplares que no ofrecen garantías. Por ello, es recomendable pedir consejo a alguno de los más de 4.000 aficionados que integran los 85 clubes y asociaciones en España.
¿Qué es un bonsái?
Etimológicamente, la palabra ‘bonsái’ hace referencia a un árbol o un arbusto plantado en una maceta, que intenta parecerse a los que hay en el campo. Aunque es frecuente escuchar que se trata de un arte japonés, la verdad es que el origen de esta práctica se encuentra en China, hace ya más de 2.000 años; sin embargo, fueron los nipones los encargados de transmitirla a Occidente. En España se está extendiendo su cultivo y, de hecho, ya hay “grandes maestros internacionales”, según el presidente de la Asociación de Bonsái de Álava, Pedro Lasaga, quien señala que fue el ex presidente del Gobierno español, Felipe González, allá por la década de los ochenta, el que, con la difusión de su afición a través de los medios de comunicación, contagió a muchos españoles.
El buen clima de nuestro país es uno de los elementos que ha hecho posible el boom de este arte oriental milenario, que se convierte también en remedio natural, especialmente indicado contra el estrés. Para los auténticos aficionados, es “un modo de vida”, como reconoce el vicepresidente de la Asociación Española de Bonsái, Antonio Torres, aunque los profanos en la materia siguen pensando que el frágil aspecto de estos árboles conlleva la necesidad de aplicar más cuidados que a sus hermanos mayores, cuando, en realidad, son igual de resistentes.
Su tamaño oscila entre los diez centímetros y varios metros, según Torres, quien, no obstante, aclara que la altura media de los ejemplares más demandados, sobre todo por quienes que se acercan por primera vez a este mundo, se sitúa entre los 30 y los 50 centímetros. Los más grandes prácticamente están reservados a profesionales.
Dónde obtener un bonsái. Consejos
En la actualidad existen bastantes lugares en los que se puede adquirir un bonsái, aunque no todos ofrecen las mismas garantías. En algunos se venden ejemplares con pocas posibilidades de supervivencia, especialmente porque tienen poco tiempo de vida y porque suelen ser especies tropicales (ficus, sageretia, serisa, carmona…), más llamativas desde un aspecto visual que las autóctonas (olivo, granado, higuera, pino…), pero menos acostumbradas a las características del clima de la Península Ibérica, sobre todo al frío del Norte, lo que al final se traduce en que la planta muera en pocos meses, según indica el responsable de la asociación alavesa.
Precisamente, estas especies tropicales suelen costar menos que las autóctonas; en algunos establecimientos se pueden adquirir ejemplares de este tipo incluso por menos de 20 euros. “Es posible que este precio tan reducido se deba a que no han seguido un proceso de desarrollo adecuado, por lo que su esperanza de vida se reduce bastante, matiza Lasaga”. Frente a estos árboles, en viveros especializados se venden otros -típicos del clima peninsular y con muchos años- cuyo precio puede llegar a superan los mil euros.
Lasaga recomienda, asimismo, que la persona interesada en cultivar un bonsái se dirija a un vivero especializado y sobre todo que, antes de realizar la compra, acuda a alguna asociación de bonsáis para adquirir unos conocimientos básicos. Además aboga, al igual que Antonio Torres, por empezar con un prebonsái de una especie autóctona, es decir, no el árbol ya hecho, sino el material inicial. De este modo, y a través de la aplicación de distintas técnicas (poda, pinzado, alambrado, etcétera), se seguirá la evolución de la planta, se modelará al gusto de cada uno y se le dará una personalidad propia. Eso sí, se trata de una fórmula muy lenta, que requiere muchos años hasta tener un árbol ya formado y que, por tanto, puede llegar a aburrir.
El mejor momento para adquirir un bonsái es poco antes de primavera, ya que una vez comprado y al no tener, generalmente, una tierra adecuada y sí muchas raíces, es necesario trasplantarlo, algo que sólo puede hacerse en esta época del año. “Si se regala uno en verano -afirma Lasaga-, habrá que esperar unos ocho meses para poder trasplantarlo, y lo más seguro es que no aguante tanto tiempo”. Un consejo: conviene, siempre que se adquiera un árbol, exigir que se entregue la ficha del ejemplar. En ella aparecerá el nombre botánico y el común, la edad, la explicación de si se trata de una especie tropical o autóctona y el perfil que ha de dibujar la copa para poder mantenerla, explica el vicepresidente de la asociación española.
Para cuidar un bonsái lo más importante es que la mente del propietario sea creativa, lo que unido a unas buenas condiciones climatológicas y a un terreno adecuado, garantizará su existencia, tal y como manifiesta Torres. Los bonsáis son árboles, y como todos los de su especie, grandes o pequeños, viven al aire libre. Aunque en el caso de las familias tropicales, al estar fuera de su hábitat natural, deben pasar el invierno dentro de las viviendas, protegidos de un clima que les es ajeno. Precisamente, en estos casos habrá que situar la planta muy cerca de una ventana amplia y bien iluminada (sin cortinas) y en una habitación fresca y lejos de aparatos de calefacción, chimeneas o electrodomésticos que desprendan calor como el televisor.
Si se quiere tener un bonsái, únicamente hace falta el pequeño rincón de un balcón o la repisa de una ventana, no más. Siempre se recomienda escoger la especie que mejor se adapte al ambiente en que se viva, es decir, una autóctona. Así, en una región seca, de clima caluroso, donde el viento sopla con frecuencia y sólo se dispone de espacio a pleno sol, un pino puede ser el árbol más adecuado, y en el caso de climas húmedos y fríos y balcones que sólo reciben el sol de la mañana, una haya.
Riego y abono
El árbol se regará sólo cuando se observe que la planta necesita agua, es decir, en el momento en que la superficie de la tierra de la maceta empiece a secarse y adquiera una tonalidad más pálida. No hay que olvidar que un árbol siempre mojado pudre sus raíces. Asimismo, es aconsejable que se realice mediante una regadera con una rosa de agujeros muy finos para que el agua salga con suavidad, imitando una lluvia fina.
El agua más adecuada para regar es, sin duda, la procedente de lluvia o de manantial, ya que lleva poca cal disuelta y pocas sales. La del grifo suele tener cloro para desinfectarla, muy perjudicial para los árboles, aunque si no hay otra, lo más recomendable es dejarla reposar en un recipiente abierto para que el cloro se evapore. La cal, sin embargo, no desaparece, por lo que si al final se usa agua calcárea, el bonsái necesitará ser trasplantado a menudo.
El momento adecuado para abonar el bonsái es, según los expertos consultados, durante el fuerte crecimiento de la planta, es decir en primavera y a finales de verano, acercándonos al otoño, aunque se aconseja que tenga lugar en esta última estación para evitar crecimientos desmesurados. Además, es conviene hacerlo en pequeñas cantidades pero frecuentemente y no en cantidades excesivas muy de tarde en tarde.
Poda, pinzado y alambrado
Se requiere de estas tres técnicas para dirigir la formación del bonsái, tal y como especifica Torres. Con la primera de ellas se van eliminando las ramas defectuosas (las que se cruzan) o las innecesarias (las que salen en una zona no deseada del tronco), siendo la mejor época para ello a finales de invierno, cuando los árboles están en reposo y no sale tanta savia por las heridas de la poda.
El recorte de las ramas finas de los bonsáis se llama pinzado y, a diferencia de la poda, se efectúa también durante la época de crecimiento de los árboles. Con esta técnica se consigue aumentar la densidad del follaje y disminuir el tamaño de sus hojas, mientras que con el alambrado se corrige la inclinación de las ramas, lo que evita tener que podarlas. El alambre de aluminio se enrolla en las ramas y en el tronco, sin apretarlo demasiado para que no se marque en la corteza.
Trasplante
Otra de las fases fundamentales es la del trasplante, cuya frecuencia varía según la especie. En el caso de los frutales, por ejemplo, se realiza anualmente, mientras que con las coníferas es suficiente con hacerlo cada cuatro o seis años. En general, los bonsáis jóvenes, al crecer más que los maduros, necesitan ser trasplantados con mayor frecuencia.
La época adecuada para trasplantarlos es poco antes de la primavera o justo al principio, según Lasaga. Las raíces de todos los árboles crecen para encontrar el agua y los nutrientes, y cuando un bonsái está en una maceta, sus raíces van creciendo hasta ocupar todo el espacio en la búsqueda de esos elementos. Mientras esto sucede, la tierra se va desgastando y pierde la facultad de satisfacer esas necesidades, aspecto que se nota sobre todo al regar, ya que el agua penetra con mayor dificultad en la tierra envejecida. Al levantar entonces el árbol de la maceta, se verá que las raíces forman un ovillo espeso y enredado. Ese será el momento de trasplantar.
Para que no haya ningún problema a la hora de efectuar el traslado, es necesario tener bien preparada la maceta, las herramientas y la tierra que se va a utilizar. Se levanta el árbol, se quita la tierra vieja desenredando las raíces con la ayuda de un rastrillo pequeño y se recortan aproximadamente un tercio. A continuación, se vuelve a plantar con tierra nueva, que se coloca también entre las raíces con la ayuda de un bastoncito, y, para terminar, se riega bien la planta, hasta que el agua salga limpia por los agujeros del fondo de la maceta. Un aspecto a tener en cuenta en esta fase es la tierra utilizada; en opinión de Lasaga, las más recomendadas son las granuladas, como la akadama, de origen japonés.