Hay orugas minadoras que hacen galerías en las hojas de plantas ornamentales, hortícolas y frutales; otras se nutren de brotes y frutos, y un tercer grupo se alimenta de las hojas. Estas dañinas acciones dejan a las plantas llenas de agujeros y pueden provocar la pérdida del ejemplar. Hay varios remedios para combatir esta plaga. Evitar que su acción se propague implica eliminar y destruir las hojas y frutos dañados. En algunos casos, será necesaria la aplicación de productos insecticidas específicos. Otras medidas preventivas están centradas en el tipo de tierra, abono y periodicidad del riego.
Orugas masticadoras, minadoras y perforadoras
Las orugas masticadoras o defoliadoras se alimentan de las hojas, raíces y brotes de árboles, plantas tropicales y de interior, trepadoras y arbustos. Estos lepidópteros de cuerpo alargado y segmentado, de colores diversos y, en algunos casos, con pelos de colores variados, pueden llegar a medir 6 centímetros. Las primeras orugas causan daños parciales en las hojas, cuyos bordes aparecen dentados, pero a medida que crecen, la defoliación (pérdida total de las hojas, ramas o tallos) es total. Esta situación frena el crecimiento de las plantas y favorece el ataque de otros insectos.
Las minadoras construyen galerías translúcidas en el interior de las hojas
Las larvas de las orugas minadoras son aplanadas, afiladas en los extremos, transparentes, translúcidas o de colores claros, y llegan a medir 3 milímetros de longitud. Pueden atacar a todo tipo de planta ornamental de jardín o de interior, a cítricos y a distintas especies hortícolas. Las minadoras construyen galerías translúcidas en el interior de las hojas y dejan a su paso unos túneles de tono marrón. Si los ataques son fuertes, las hojas se pueden curvar y secar.
Las perforadoras pueden medir 7 centímetros. Además de por su tamaño, se distinguen por su cuerpo alargado y segmentado de colores crema claros y sus fuertes mandíbulas. Atacan a las plantas debilitadas y su presencia se detecta por las perforaciones que realizan en el tronco o en los frutos, zonas de la planta donde excavan sus galerías. A medida que las construyen, producen serrín que se acumula dentro y fuera del ejemplar afectado.
La procesionaria del pino
La procesionaria del pino (thaumetopoea pityocampa) es un lepidóptero típico de los bosques mediterráneos, que mide entre 25 y 40 milímetros y devora las acículas (hojas en forma de aguja) de los pinos, los abetos y los cedros.
Uno de los problemas de esta plaga es que las hembras pueden llegar a depositar en las acículas de las coníferas hasta 200 huevos
La procesionaria del pino recibe su nombre por su forma de desplazarse en grupo, como si fuera una procesión. Su cuerpo es de color oscuro y está cubierto de unos pelos muy urticantes de color blanco y amarillo. Uno de los principales problemas de esta plaga es que las hembras pueden llegar a depositar en las acículas de las coníferas hasta 200 huevos. Estos lepidópteros viven en comunidades y construyen un nido de seda blanca muy tupido para protegerse durante los meses fríos. Después, tardan entre uno y dos años en completar su ciclo biológico hasta convertirse en una mariposa nocturna.
Su presencia se detecta con facilidad en troncos, ramas y suelo. En las primeras etapas del ataque, roen las hojas y provocan mechones o ramilletes de acículas secas. Cuando el ataque avanza, empiezan a comerse las hojas. Los ataques fuertes debilitan y frenan el crecimiento de los árboles, lo que propicia la formación de otras plagas.
Para prevenir el ataque de estos lepidópteros, se pueden colocar en los árboles cajas nido para aves insectívoras depredadoras de orugas, como los jilgueros, los gorriones o los petirrojos. Entre otras medidas preventivas, destaca la adecuación del riego y el tipo de suelo a las necesidades propias de cada planta. Para facilitar la recuperación del ejemplar afectado, se puede fertilizar el suelo con abonos orgánicos o compost.
En caso de ataques puntuales, la mejor opción es cortar y quemar sus nidos. Como medidas de control, también se pueden utilizar tratamientos químicos tradicionales o insecticidas inhibidores del crecimiento en las orugas más jóvenes. Es posible instalar trampas con feromonas sexuales de las hembras, que atraen a los machos y facilitan que estos queden atrapados, lo que imposibilita la fecundación de las hembras.