El purgado de los radiadores es una práctica muy sencilla que ayuda a mejorar el rendimiento del sistema de calefacción. Se debe realizar en todos los radiadores y su finalidad es sacar el aire que se acumula en el interior de estos aparatos. Si no se hace, se interrumpe la circulación del combustible y el radiador no calienta de manera homogénea. Cuando el purgador es automático el aire se expulsa por sí mismo, un sistema recomendado en los radiadores de aluminio. Si el purgador es manual, en cambio, hay que realizar este proceso cada vez que los radiadores se pongan en marcha tras una temporada sin utilizarlos. El secreto es abrir poco el purgador y de manera muy lenta.
Las bajas temperaturas típicas del invierno invitan a encender la calefacción. Sin embargo, tras varios meses parados, los radiadores pueden tener acumulado aire en su interior. Hay dos señales que lo confirman: cuando el radiador está frío en la parte superior y cuando se escucha un ruido característico, tipo gorgoteo, cada vez que el sistema se pone en marcha. Este aire se forma en el propio circuito de calefacción y, en el caso de los radiadores de aluminio, se produce durante la descomposición del agua. Su presencia provoca que el radiador no caliente de manera correcta, por lo que hay que expulsarlo al exterior.
Hay que purgar cuando la parte superior del radiador está fría o si se escucha un ruido tipo gorgoteo
Esta acción de sacar el aire se denomina purgar. El purgador es un pequeño aparato que se coloca siempre en uno de los extremos superiores del radiador. Puede ser manual o automático. En el primer caso, es necesario girarlo con un destornillador plano si tiene una hendidura en el centro o con una llave especial si presenta otra forma. Durante la operación, hay que colocar debajo un recipiente (un vaso es suficiente) para recoger el agua que cae una vez que se ha escapado todo el aire. Basta un ligero movimiento de la válvula de purgado. Si se gira demasiado, podría escaparse el agua a chorros.
Respecto al purgador automático, se emplea especialmente en radiadores de aluminio, ya que en estos se genera habitualmente una mayor cantidad de aire durante el proceso de descomposición del agua, en el que pierde oxígeno. Resulta muy cómodo porque no hay que estar pendientes del purgado y, al asegurar la expulsión del aire sobrante de manera automática, los radiadores funcionan siempre correctamente. Aunque tampoco conviene descuidarse.
Desde la Asociación provincial de instaladores y mantenedores de Albacete (APIMA), con amplia experiencia en el sector de la calefacción, Javier Ponce, ingeniero encargado del departamento técnico, explica que el purgado se debe realizar al inicio de cada temporada de frío, «antes de poner en marcha la calefacción por primera vez». No es necesario realizar el purgado cuando no se usa la calefacción, por ejemplo en verano.
En qué orden se debe realizar
En el caso de que una vivienda tenga varias plantas, con radiadores en todas ellas, lo habitual es que la mayor cantidad de aire se acumule en los radiadores de los pisos más altos. Por ello, el purgado se debe comenzar por estas plantas. «Incluso, es posible que en las plantas bajas no sea necesario purgar los radiadores», indica Ponce. Si durante el proceso de purgado, sale continuamente aire y poco agua, hay que poner en marcha el sistema de calefacción antes de seguir purgando, para que los radiadores cojan de nuevo agua.
Cuando la vivienda se distribuye en una única planta, conviene empezar el purgado por los radiadores que están más cerca de la caldera. Son los primeros a los que llega el combustible y, si esto no ocurre, será difícil mantener el recorrido y que el resto de radiadores se calienten. El purgado se tiene que realizar en todos los radiadores de la vivienda, independientemente del combustible que utilicen.
Cuando concluye el proceso de purgado, hay que comprobar que la presión está a 1 bar
Una vez que se concluye este proceso, el ambiente vuelve a calentarse de manera homogénea. Otra prueba de que el purgado se ha realizado correctamente es comprobar la presión. «Tendrá que estar a un 1 bar», subraya el técnico de APIMA. Al expulsar el aire del radiador se consigue que por el sistema circule de nuevo combustible en estado óptimo. En el caso del agua ocurre que, al quedarse en el interior, pierde oxígeno, se vuelve corrosivo y puede dañar las tuberías.
En el mercado se pueden encontrar, principalmente, cuatro tipos de radiadores: hierro, chapa, aluminio y acero. El material influye en el tiempo que tarda el radiador en calentarse y enfriarse, pero también la cantidad de energía que consume.
- Hierro. Son radiadores muy pesados, que exigen colocarse sobre una pared con gran resistencia. Su principal ventaja es que mantienen muy bien el calor, incluso después de apagado, a pesar de que tardan más tiempo en alcanzar la temperatura idónea.
- Chapa. No admite la instalación por módulos, pero es de los más económicos. Apenas se utiliza en las viviendas hoy en día, aunque su rendimiento es bueno.
- Aluminio. Es el radiador más demandado, puesto que se puede instalar por módulos y esto le permite adaptarse a cualquier altura y anchura. Se calienta muy rápido, lo que crea una casi inmediata sensación de calidez. Su principal desventaja es que, al apagarse, el calor se va igual de rápido que vino.
- Acero. Es uno de los modelos más caros. Al igual que los radiadores de aluminio se calienta rápido, pero al contrario que en estos, el calor tarda más en escaparse.