Los bulbos son brotes subterráneos de cuyo interior brotan plantas tan populares como las azucenas, los tulipanes, los narcisos o los nardos. Estos ejemplares pertenecen al grupo de las bulbosas, una categoría en la que también figuran las plantas que se desarrollan a través de raíces tuberosas, rizomas y cormos. Para que crezcan sanas y fuertes, en otoño deben plantarse los bulbos de floración primaveral (tulipanes, jacintos y narcisos), mientras que las bulbosas que florecen en verano (dalia, azucena, gladiolo, etc.) se siembran en primavera.
Elegir el mejor ejemplar
Cuando se compra una planta, nadie puede asegurar de antemano que vaya a florecer o crecer de la manera deseada, ya que depende de factores que no siempre se pueden controlar. Pero sí es posible, en el momento de adquirir cualquier planta, examinarla con detenimiento para saber si está en buen estado.
En el caso de los bulbos esta labor se complica bastante, pero aún así, una serie de indicios confirman que el ejemplar está en óptimas condiciones. Si se aprecia que el bulbo tiene algún rastro de moho o si al tocarlo se nota una parte más blanda que otra, no conviene comprarlo. Otra señal de alerta es el diámetro del bulbo. Cuanto mayor sea, mejor será la calidad de su floración.
Bulbos precultivados
Este tipo de bulbos son más caros que el resto, pero resultan mucho más baratos que las plantas en flor. Además, ofrecen mejores garantías de crecimiento, ya que han comenzado el proceso de desarrollo.
Para su cultivo, hay que rellenar el fondo de un recipiente de cristal de cuello estrecho con pequeños guijarros limpios, recogidos del lecho de un río. A continuación, se cubren las piedras con agua, se extrae el bulbo de la maceta y se retira toda la tierra para que no enturbie el agua. Tras colocarlo sobre las piedras de forma que sólo las raíces entren en contacto con el líquido, se coloca el recipiente en un lugar cálido y luminoso. Los ejemplares florecerán en un periodo máximo de cuatro a seis semanas.
Siembra y cuidados
Antes de sembrar, es indispensable realizar una preparación adecuada del suelo, ya que el drenaje del mismo es esencial en el cultivo de bulbos. Si el suelo es muy arcilloso se puede mejorar agregando compost, turba u otra fuente de material orgánico.
También es indispensable tener en cuenta cuánta luz va a necesitar la planta elegida. Los bulbos de flor de primavera plantados con orientación sur florecerán antes que los mismos bulbos plantados con orientación norte. Del mismo modo, los plantados en una colina florecerán antes que los bulbos de un llano. Respecto a los de verano, estos necesitan sol o semisombra para florecer.
En otoño (a partir de mediados del mes de octubre), se plantan los bulbos de floración primaveral (tulipanes, jacintos y narcisos), mientras que las bulbosas que florecen en verano (dalia, azucena, gladiolo, etc.) se siembran en primavera. Todos los ejemplares se deben introducir a una profundidad de dos a tres veces la longitud del bulbo.
En el caso de los tulipanes, narcisos atrompetados y jacintos, los bulbos se plantan con la nariz hacia arriba y el disco de la raíz hacia abajo. Para realizar la siembra, se debe cavar y ablandar la tierra hasta la profundidad deseada. Después, se colocan los bulbos, se ejerce una ligera presión y se cubren con el sustrato. No deben dejarse bolsas de aire ni apelmazar el suelo.
Tanto los bulbos de primavera como los de verano necesitan fósforo para favorecer el desarrollo de la raíz. Este mineral se debe mezclar con la tierra para que las raíces lo puedan absorber.
Por regla general, se deben aportar fertilizantes tres veces durante el año. La primera dosis se extiende en primavera y la última al final del verano. Se debe evitar la fertilización una vez que los bulbos de flor de primavera hayan empezado a florecer, ya que se fortalecería el crecimiento de la raíz y se acortaría la vida de la flor.
Tras la siembra es necesario regar los bulbos para que la tierra se asiente y la planta eche raíz. Después, hay que mantener el suelo húmedo al nivel de las raíces para obtener una buena floración. Es mejor un riego escaso que una tierra encharcada, ya que puede provocar que la planta se pudra. Al regar, sólo hay que mojar la tierra. Si el agua alcanza la flor, ésta se puede estropear. Por este motivo, no es recomendable regar con aspersores o difusores, hay que hacerlo con goteo o manguera, al pie de la planta.
En los meses fríos, es necesario proteger los bulbos hasta que los ejemplares empiecen a crecer. Para ello, se necesitan dos macetas, una mayor que otra. Se cubre el interior de la más grande con plástico de burbujas, se coloca dentro la más pequeña y se cubre el fondo de esta última con una capa de grava. A continuación, se rellena con sustrato la maceta pequeña hasta la mitad y se colocan los bulbos en ella, con la parte abultada hacia arriba. Una misma maceta puede acoger varios bulbos, siempre y cuando se mantenga el espacio suficiente para que se desarrollen las flores. Por último, se termina de rellenar la maceta, con cuidado de que la parte abultada de los bulbos siga hacia arriba.
Si se plantan en el suelo, la tierra se debe cubrir con un acolchado orgánico (corteza de pino, compost, etc.) para minimizar la fluctuación de temperatura y proteger a las plantas de las heladas.
Cuando los bulbos han terminado su floración al final de la primavera o a principios del otoño, el follaje se marchita o madura y entra en estado de latencia (hibernación). Ante esta situación, la mejor opción es desenterrar los bulbos y almacenarlos en un lugar fresco y seco, resguardado de la luz solar, para volver a replantarlos cuando llegue el momento adecuado. Sólo se deben guardar los bulbos grandes, firmes y sanos. Si hay pocos, se pueden conservar en bolsas de papel colgadas de las paredes. En caso de que el número de ejemplares sea mayor, se pueden almacenar en recipientes con turba, perlita o arena.