Es muy habitual encontrar diferentes variedades de ficus en hogares, oficinas, consultas o incluso portales y tramos de escaleras. Esta planta de apariencia similar a la de un pequeño árbol pertenece a la familia de las moráceas y procede de zonas tropicales y subtropicales de Europa, Asia, África y el Pacífico, aunque se adapta muy bien al clima mediterráneo. Forma parte de lo que se conoce como horticultura ornamental y, de hecho, se encuentra entre las más empleadas en toda la península.
Según las variedades, esta planta puede ser de tronco muy lignificado, hojas grandes y aspecto arbóreo o puede tener un aspecto más arbustivo y hojas pequeñas como es el caso del ficus benjamina o del de las diferentes variedades de plantas trepadoras.
En general se puede decir que la mayor parte de los ejemplares se venden cuando alcanzan una altura próxima a los 50 centímetros y tienen de cinco a ocho hojas. Algunas especies pueden alcanzar varios metros de altura en el interior. Bien cuidadas, pueden ser muy longevas, aunque quien posea un ficus debe tener claro que sólo florecen las plantas viejas. En cuanto al fruto que proporciona se puede decir que es similar a un higo, pero no es comestible.
Pueden propagarse por semillas, pero es mejor mediante esquejes, acodo aéreo o incluso mediante propagación in vitro. Para que su desarrollo sea óptimo es recomendable que se encuentre a una temperatura constante, que oscile como mucho entre los 18 y los 20º C. Todos los cambios bruscos le perjudican, por lo tanto es conveniente no modificar continuamente su ubicación. Además, cualquier ficus precisa de una buena iluminación, aunque no les gusta la radiación solar directa.
Entre otros cuidados, hay que tener mucho tiento con el riego, puesto que a los ficus les perjudica notablemente el exceso de agua. Una forma adecuada para regarlos consiste en echar agua en un platillo que pondremos debajo de la maceta para que la planta vaya cogiendo las cantidades que necesite.