Una mala hierba es una hierba «no deseable». No se trata de una especie concreta sino que, en función del momento y del lugar en que se encuentre, se puede comportar como tal. «Por ejemplo, el trigo, que es un cultivo muy apreciado, puede ser una mala hierba si se encuentra en un campo de remolacha o de cebolla y causa un perjuicio», explica Andreu Taberner, responsable del Comité para la prevención y el manejo de la resistencia a los herbicidas (CPRH) de la Sociedad Española de Malherbología.
La cantidad en que se localiza una especie en un determinado punto es otro factor que influye a la hora de considerarla mala. Hace falta que se presente en una cantidad suficiente para que produzca daño. «Una mata de trigo en un campo de remolacha no es una mala hierba, ahora bien, si el trigo está en una densidad suficiente para impedir un correcto crecimiento de la remolacha, sí se puede comportar como una mala hierba», puntualiza Taberner.
Por qué aparecen
Las malas hierbas son plantas con una gran capacidad de adaptación al medio y una mayor «habilidad competitiva por agua, espacio y nutrientes» que otros cultivos. Cuando un terreno no está ocupado, las malas hierbas tardan poco en aparecer. De la misma forma, aquellos cultivos que tienen dificultades para desarrollarse son más proclives a infestarse.
Son especies con una gran capacidad de adaptación al medio
Las consecuencias de la aparición de malas hierbas se aprecian, sobre todo, en jardinería. Los espacios abiertos que no son utilizados tienen tendencia a quedar invadidos. Como resultado, según detalla Andreu Taberner, las malas hierbas «afean el jardín», dificultan el paso, disminuyen la producción en un cultivo, generan alergias, pinchan -«en el caso de las ortigas que se encuentran en los márgenes de los caminos o los abrojos en patios de recreo de colegios»- y degradan los edificios o monumentos en los que aparecen.
¿Se puede prevenir su aparición? En zonas de cultivo, sí. Con herramientas y material vegetal limpios, sustratos y agua de riego exenta de semillas se puede evitar que aparezcan malas hierbas. Por el contrario, una vez que han hecho acto de presencia, se eliminan con métodos físicos, químicos y biológicos.
Los métodos físicos son aquellos que incluyen: la eliminación manual o con máquinas, que exige arrancar las hierbas de raíz; además de técnicas de control de la luz y la temperatura, como el acolchado, que crea una barrera en el suelo que impide el crecimiento de la vegetación.
Respecto a los métodos químicos, destacan principalmente los herbicidas, “que tienen la capacidad de eliminar la especie que consideramos mala hierba, respetando en la medida de lo posible a la especie que se considera cultivo”. Hay diferentes productos químicos para el control de cada especie.
Uno de las malas hierbas más comunes es el trébol, frecuente en jardinería, en céspedes o en campos de fútbol. “Se le considera así porque estéticamente desentona y mancha al sentarse sobre él. Además, en un campo de fútbol es resbaladizo”, describe Andreu Taberner.