La betónica, cuyo nombre científico es Stachys officinalis, es un ejemplar vivaz, que alcanza hasta los 60 centímetros de altura. Las hojas inferiores de esta planta están sostenidas por largos rabillos, que se acortan en las del tallo.
La forma de sus hojas es entre aovada y oblonga, pero acorazonadas en la base y obtusas en el ápice, elegantemente festoneadas en los bordes. Tanto el tallo como las hojas están provistos de abundante vello, por lo que deberemos evitar mojarlas a la hora de regar, debido a que esta pilosidad retiene en mayor medida el agua, provocando que las hojas se pudran con facilidad.
Florece a lo largo de la primavera y el verano. Las flores se recogen en el ápice del tallo y forman una espiga terminal densa. Cada flor se compone de un cáliz de cinco estrechas divisiones aristadas y de una corola purpúrea.
Esta planta, oriunda de la Europa occidental y meridional, pertenece a la familia de las Labiadas. No necesita especiales cuidados, pero hay que tener en cuenta que requiere suelos ricos en materias orgánicas y abundante vegetación a su alrededor, para protegerla del viento.
Lo ideal es cuidar la betónica en un ambiente con una temperatura entorno a los 18º C, a pesar de que soporta bien el calor y también las heladas, por lo que podremos mantenerla en el jardín a lo largo de todo el año sin excesivos problemas. No obstante, resulta necesario acolchar su sustrato con paja o nueva tierra antes de que comiencen a bajar las temperaturas.
La betónica precisa riegos frecuentes, ya que es un ejemplar que crece mucho mejor en zonas húmedas, como cerca del mar o en la baja montaña, aunque no poder aportarle dichas ubicaciones no es óbice para desechar su cultivo.
Respecto a sus necesidades de iluminación, prefiere un emplazamiento claro y luminoso o zonas de media sombra.