En invierno las plantas sufren demasiado los efectos del viento, la lluvia y la nieve. En esta época su actividad desciende para resistir mejor las inclemencias del tiempo y apenas se desarrollan (la fase de crecimiento dura, aproximadamente, de febrero a octubre), pero es necesario cuidarlas para que la climatología adversa no les cause mayores daños.
Si las plantas están en el exterior, en el jardín o balcón, es imprescindible protegerlas por la noche, ya que es en ese momento cuando se produce un mayor descenso de las temperaturas y hay más riesgo de heladas. Un buen truco es cubrir las plantas con plásticos o mallas especiales o ponerlas en un lugar a salvo de corrientes de aire. Son óptimas las zonas techadas o los desniveles naturales de la tierra.
Hay que cubrirlas con mallas o plásticos y evitar que la zona de las raíces se inunde con el agua de lluvia
Otra zona que se debe resguardar son las raíces y los bulbos, donde se acumulan los nutrientes de las plantas. Esta superficie se puede cubrir con abono caliente o acolcharla con las hojas secas que caen de las plantas, paja o cartones. Asimismo, si las plantas son altas, se debe extender la protección al tallo. Esta parte se encarga de transmitir los nutrientes al resto de la planta. Algunas especies, incluso, tienen una reserva de sustancias en el tallo, por lo que no hay que descuidarlo.
Por otro lado, es muy importante conocer la resistencia de las plantas al frío -las especies tropicales o mediterráneas toleran menos las bajas temperaturas- y saber que el efecto de algunos factores climatológicos agrava las consecuencias del frío. En el caso del viento, su acción equivale a una temperatura entre tres y cinco grados menos. Además, su fuerza puede doblar las plantas, lo que obliga a sujetar las más altas con palos o cañas que las mantengan rectas.
Otro factor que influye en el estado de la planta es el tiempo de exposición al frío. Si éste es muy prolongado, la planta apenas podrá recuperarse de sus efectos. Además, hay que evitar la formación de charcos en épocas de lluvia porque las raíces se podrían inundar y se deben tomar precauciones especiales ante las granizadas, que pueden causar daños muy importantes en la vegetación.
Disminuir el riego
A pesar de que el invierno no se corresponde con el periodo de crecimiento de las plantas, es necesario regarlas para que encuentren los nutrientes necesarios. Respecto a la frecuencia de riego, está marcada por la propia planta: hay que esperar a que la tierra se seque antes de regarla para que recupere la humedad.
Es preferible regar cuando el sol calienta para que el agua no se hiele sobre las plantas
Una posibilidad es el riesgo por aspersión, muy útil para eliminar la escarcha acumulada durante la noche. En el caso de que haya nieve, primero se debe eliminar de las plantas y esperar a regar cuando calienta el sol. De esta forma, se evita que el agua acumulada sobre las plantas se hiele debido a las bajas temperaturas.
Hay que cuidar que el agua con el que se riega las plantas no esté demasiado fría, sino más bien templada. De esta manera, se palian los efectos de las bajas temperaturas y se ayuda a la planta a recuperarse del frío.
Las plantas cultivadas en el interior de la vivienda no se ven tan afectadas por las inclemencias del tiempo, pero pueden alterar su estado debido al efecto de la calefacción. Para que no se estropeen o se sequen demasiado, es importante regar o pulverizar agua sobre las plantas para que se mantengan húmedas, especialmente, si se trata de plantas tropicales.
La temperatura adecuada debe oscilar entre 18º y 20º C. La exposición a una temperatura superior implica aumentar la frecuencia de riego. Por el contrario, si las plantas se acercan a la ventana hay que cuidar que no queden expuestas a temperaturas más bajas ante posibles corrientes de aire frío. También hay que prestar atención a la cantidad de luz que reciben. Aunque en invierno la fuerza del sol es menor, las hojas podrían quemarse.