Los suelos laminados son una alternativa económica a la madera, que imitan con gran realismo. Se caracterizan por una composición en capas que les hace más resistentes al desgaste. Aguantan bien en zonas con mucho tránsito, donde se colocan de manera sencilla y rápida. Para su instalación, no es necesario retirar el pavimento anterior, sino que se pueden colocar sobre la mayoría de las superficies.
En general, los suelos laminados son paneles (láminas) fabricados con virutas de madera unidas entre sí por resinas de gran consistencia. Esta peculiaridad aumenta su resistencia frente a la humedad, los impactos o los arañazos. Lo habitual es que tengan una base compuesta por un tablero de fibras de alta densidad (machihembrado), una capa decorativa de melamina que imita el dibujo y la textura de la madera y una película transparente que protege el conjunto.
Poseen una capa decorativa que imita el dibujo y la textura de la madera
Son suelos fabricados con materiales sintéticos y derivados de la madera, que permiten un ahorro de tiempo en su colocación, ya que además no necesitan ser acuchillados ni barnizados. Si se hiciera, se estropearía la capa transparente protectora.
Con frecuencia, la base de los suelos laminados se impermeabiliza para evitar el paso de la humedad. Algunos productos, incluso, disponen de cantos sellados para evitar filtraciones y una capa inferior que se coloca debajo de todo el conjunto y que frena el paso del agua hacia las capas superiores.
La base, y en ocasiones también los cantos, se impermeabiliza para evitar el paso de humedad
De esta manera, se consigue que el panel no se humedezca ni se deforme, por lo que en ocasiones se admite su uso en estancias como la cocina o el baño. En lugar de recurrir a madera tratada, algunos suelos laminados se pueden instalar en estancias con tendencia a acumular humedad, aunque conviene consultar esta posibilidad previamente.
Por otro lado, se trata de materiales cálidos que, al igual que la madera, se pueden colocar sobre sistemas de calefacción radiante. No obstante, en este caso, conviene también asegurarse de su resistencia al calor. Algunos fabricantes establecen una temperatura máxima a partir de la cual el suelo puede deteriorarse.