Normalmente, no somos conscientes del impacto negativo de la inflación sobre nuestros ahorros, porque cierto efecto ilusorio nos lleva al convencimiento de que hemos obtenido rentabilidades positivas, cuando, de hecho, se los ha «comido», debido a que ha sido superior a las tasas de interés con las que se han retribuido. Veamos un ejemplo:
– Si tengo garantizada una rentabilidad anual del 2% en una imposición a plazo fijo a un año de 6.000 euros, teóricamente recibiré al final del período un interés de 120 euros en retribución de dicho depósito. Esa sería la retribución bruta percibida. Pero además de los pertinentes descuentos que realice Hacienda, hemos de contar con la inflación resultante en el ejercicio. Así imaginemos que la inflación fue del 2,5%. Ello implicaría una pérdida en mi poder adquisitivo del 0,5%, dado que la inflación (2,5) es mayor que el tipo de interés abonado (2).
Observemos algunos consejos útiles que nos pueden servir para calibrar el efecto de la inflación sobre los ahorros:
a)Para conocer cuál va a ser la inflación esperada para cada ejercicio económico debemos de estar atentos a la Ley Anual de Presupuestos, en la misma el Gobierno indica la inflación que espera para el año correspondiente. Pero tengamos en cuenta que es una mera previsión. Por regla general, al menos en nuestro país, los datos demuestran que la inflación suele superar las previsiones establecidas. Teóricamente, para mantener nuestro patrimonio intacto deberíamos contratar productos que igualaran la previsiones de inflación establecidos y, si es posible, que las superaran.
b)Ciertos productos bancarios, como fondos a medio plazo, garantizan unas rentabilidades mínimas. Tengamos en cuenta que dichas garantías muchas de las veces ni tan siquiera cubren la inflación prevista para el período de contratación, con lo que incluso podríamos obtener una pérdida del capital invertido, a consecuencia de la erosión ocasionada por el incremento de los precios (inflación).
c)Ahora bien, ello no debe de implicar que desdeñemos dichos productos. A veces la situación de los mercados financieros, y nuestro perfil como inversores conservadores, aconseja que acudamos a los mismos, antes de asumir riesgos no deseados en otro tipo de productos como, por ejemplo, la renta variable.
En resumen, la inflación es un factor que muchas veces desconocemos a la hora de evaluar la rentabilidad real, y no sólo nominal, de la inversión de nuestros ahorros. Convendría tenerla en cuenta, sin que ello implique, necesariamente, una modificación de nuestro criterio de inversión.