El proceso de decoración de una casa implica el estudio y la búsqueda de muebles, estilos, materiales, pinturas, telas y demás complementos, de acuerdo al espacio y gusto del dueño. Hallar el mueble que más se adecue a un espacio, con medidas concretas y a un precio convincente puede ser un esfuerzo agotador. No se escatiman medios y se visitan todas las tiendas de muebles, ferias y salas de decoración. Sin embargo, a menudo queda en el olvido un elemento determinante y fundamental en la vivienda: la iluminación. La fuente lumínica distribuida en las diferentes habitaciones puede transmitir una sensación muy acogedora que, administrada con inteligencia, ayuda a controlar el gasto energético. Desde las tradicionales bombillas de tungsteno a la última tecnología LED, diseñar el hogar desde la iluminación es un arte que consiste en aprender a combinar la inspiración con los cálculos de consumo eléctrico.
Las lámparas incandescentes son las que más consumen y menos vida útil tienen
El tungsteno -ese filamento encerrado al vacío por una bombilla de vidrio- puede permanecer encendido entre 1.000 y 1.200 horas. Su funcionamiento es simple: la corriente eléctrica lo calienta y emite un halo de luz amarillenta que, además, representa una fuente de calor que lo hace idóneo para iluminar sectores cercanos al sofá, pasillos, salas de estar o incluso rincones. Otro detalle destacable es que se venden en diferentes tonalidades, lo que permite darle a cada ambiente un «toque» personal. Estas bombillas son las más comunes y antiguas (son las descendientes del invento de Tomas Alba Edison), y las más baratas. Ahora bien, si se compara su duración y eficiencia con otros sistemas, ¿son tan económicas como aparentan?
Estas lámparas sólo convierten en luz visible un 15% de la energía consumida, por lo que su eficacia resulta muy baja. Cuestan entre 0,80 euros y 1,50 euros, y se encarecen por los detalles -en lugar de tener una forma estándar imitan a una vela, o están opacadas- o de acuerdo con su potencia, que puede ir de los 40 vatios a los 150 vatios.
Según el Instituto para la Diversificación y el Ahorro de Energía (IDAE), la sustitución de una lámpara tradicional por otra de bajo consumo representa al final de su vida útil un ahorro de más de 60 euros.
La misma luz, menor consumo
Es entonces cuando el protagonismo recae en las lámparas de bajo consumo, que funcionan sobre la base de un principio similar al del tubo fluorescente: su interior está relleno de vapor de mercurio a baja presión que al contacto con la descarga eléctrica produce luz ultravioleta y luego -al reaccionar con el polvo fluorescente que recubre el interior del tubo- produce luz normal.
Este sistema supone un gasto de energía inferior al de las bombillas tradicionales. Así lo revelan estos datos: consumen cinco veces menos energía que las clásicas incandescentes y pueden funcionar hasta 15.000 horas, lo que implica un ahorro del 80%. De esta información se deriva que para producir la misma luz que una bombilla tradicional basta con que un número de vatios cuatro veces inferior: si se reemplaza una incandescente de 100 vatios, hay que hacerlo por una de 20 vatios de las de bajo consumo. Su precio varía entre 3 y 9 euros, e incluso hay modelos de hasta 13 euros.
Eso sí, una vez encendidas estas bombillas necesitan un tiempo para alcanzar la intensidad de luz que pueden ofrecer, un verdadero problema si está colocada en un sector de la casa que apenas necesite de esta luz artificial. Por ejemplo, si se colocan para iluminar el recorrido de una escalera, en el tiempo transcurrido en subir a uno de los últimos pisos no llegará a su máximo esplendor.
A diferencia de las tradicionales, las bombillas de bajo consumo tienen la capacidad de convertir la energía en luz y no en calor. Se aconseja por ello utilizarlas en áreas que necesiten iluminación de forma prolongada, puesto que su mayor desventaja es que consumen más energía al ser encendidas. Al evaluar rendimiento y costo del producto, las lámparas de bajo consumo resultan casi seis veces más caras que las comunes, pero por su duración y mínimo consumo, amortizan su precio con el rendimiento.
Las lámparas de bajo consumo son seis veces más caras que las comunes, pero amortizan su precio con el rendimiento
Además de las bombillas tradicionales y las de bajo consumo, se encuentran las lámparas halógenas, también conocidas como dicroicas. Estos sistemas halógenos se diferencian de los anteriores por su brillantez lumínica, que no decae como en las bombillas de bajo consumo ni en las tradicionales, que sufren un ennegrecimiento de su halo de luz un poco antes de culminar su vida útil. Por su gran potencia, suelen iluminar exteriores -tienen una duración de más de 3.000 horas-, aunque también se pueden adaptar a menores potencias para ser usadas en interiores.
Sólo se requiere un ajuste de corriente y la instalación de un transformador de 12 ó 24 voltios. De esta manera su potencia será muy inferior a la de tensión de red, que apenas tiene entre 5 y 100 vatios. El sistema está basado en el principio original de las bombillas, pero son muy distintas en su interior. Su precio oscila entre 5 y 13 euros. El transformador tiene un coste que ronda 15 euros.
LED: Lo último en iluminación
Una tecnología lumínica más moderna es la LED. Se trata de un pequeño diodo que emite una luz estupenda para remarcar rincones puntuales de la casa, con una duración de 50.000 horas, lo que significa un encendido constante de seis años. Es decir, 50 veces más que las bombillas tradicionales. Su rendimiento es superior: tres vatios de LED sustituyen a 40 vatios de las incandescentes. En cuanto a precios, la preparada para un consumo de 4,5 vatios tiene un coste medio de 25 euros. Aunque se prevé que cuando el sistema sea más popular, los precios acabarán descendiendo y terminarán dejando en el olvido las bombillas incandescentes.
El sistema LED se desarrolla desde hace años, pero con luces infrarrojas -las del control remoto del televisor, por ejemplo- y para indicadores en electrodomésticos. Desde que los ingenieros lograron que estas bombillas emitieran una luz blanca -mezclando en partes iguales el rojo, azul y verde-, comenzaron a trabajar para adaptarlo a las necesidades del hogar.
Además de las opciones señaladas, se encuentran las lámparas recargables: se cargan durante medio día y funcionan uno entero. Se pueden comprar a partir de 30 euros y son idóneas para tenerlas en la mesilla, junto a la cama. Aunque su luz es débil, emite el suficiente brillo para disfrutar de una buena iluminación. Más prácticas son las unidades LED portátiles, que se venden en un círculo compacto y pueden colocarse dentro de un armario o llevarlas en el coche como luz de emergencia. Para ello se les quita la cinta autoadhesiva y se pegan allí donde se necesita la iluminación. Con tres pilas AAA, se logran 100 horas ininterrumpidas de luz.
Pero hay más en cuanto a tecnología aplicada a la iluminación. Ingenieros canadienses anunciaron que en la próxima década saldrá al mercado un sistema basado en el silicio, que consume un 90% menos de la energía que demandan las obsoletas lámparas basadas en tungsteno. Aseguran que tendrán una vida útil de 20 años y ayudarán a reducir el consumo mundial de electricidad. Un sistema que promete ser revolucionario, porque utilizará semiconductores en vez de gas -como hacen los fluorescentes actuales- o filamentos, y ya amenaza con reemplazar al LED, antes de que éste se desarrolle por completo.