Lo ideal es que las personas mayores vivan en su casa y rodeadas de los suyos el mayor tiempo posible, pero cuando las necesidades de atención superan los límites que una familia puede soportar se hace necesario recurrir a los servicios sociales colectivos. Este salto implica gran sensibilidad humana y mucho tacto ya que, tanto el residente como la familia, se sienten afectados.
Por supuesto siempre hay que contar con la buena disposición de la persona mayor. Para que el cambio no sea tan brusco son aconsejables las estancias temporales previas, así todos los implicados podrán estar totalmente seguros de la decisión que se va a tomar.
Lo primero que hay que hacer es elegir bien el centro residencial. Se diferencian dos tipos:
– Viviendas comunitarias: Con un límite de 14 camas y destinadas sólo a personas válidas, se trata normalmente de pisos en zonas urbanas con la ventaja de vivir en el centro de la ciudad. A los familiares les atrae esta opción porque consideran que van a tener cerca al residente para visitarle a menudo. También hay que considerar la posibilidad de que con el paso del tiempo estas personas mayores pasen a tener necesidades de asistencia mayores, lo que implicaría un futuro traslado.
– Las residencias: Por exigencias legales, estos centros deben disponer de instalaciones, equipamientos y servicios completos, tales como desodorización e higienización, ayudas técnicas, mobiliario adaptado, eliminación de barreras arquitectónicas, adaptación de baños… Como contrapartida cuentan con una traba importante: su alto coste.
Según los datos facilitados por la comisión fiscal del instituto Edad y Vida, uno de cada tres mayores de 65 años carece de los ingresos necesarios para pagar una plaza en una residencia geriátrica. Para solucionar este problema, las instituciones gubernamentales contemplan ayudas para las personas con recursos limitados.